El día en que Asaf Ronel vio las imágenes de su vecino Mohamed, un niño árabe-israelí de 12 años, con quemaduras en su torso y cara a consecuencia de la explosión de un cóctel molotov lanzado por extremistas contra su casa, decidió salir a las calles de su ciudad, Jaffa, al sur de Tel Aviv, para entender de primera mano qué estaba sucediendo durante la peor ola de disturbios masivos que sufrió el país en más de 20 años.
El pasado mes de mayo y durante cerca de dos semanas, los tiroteos, los apuñalamientos, los incendios o los linchamientos entre ciudadanos judíos y árabes coparon los titulares de la prensa local e internacional, que se hizo eco de la anarquía reinante en las ciudades de población mixta de Israel (Lod, Tiberíades, Jerusalén, Haifa, Acre o Jaffa), así como de la nueva escalada de violencia entre el Estado hebreo y las milicias de la Franja de Gaza, surgida a raíz de unas protestas convocadas en Jerusalén oriental por el desalojo inminente de varias familias palestinas en favor de colonos israelíes. Las manifestaciones fueron dispersadas con violencia.
Asaf Ronel fue testigo directo no solo del caos que imperó durante varios días en su barrio de Jaffa, sino de la represión policial que le siguió una vez que el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu decretó el despliegue de cientos de policías de fronteras - con presencia en Cisjordania, pero no en Israel - o la intervención de unidades del Shin Bet (servicio de inteligencia interior), que aplicaron a los detenidos, principalmente árabe - israelíes, las mismas tácticas (escuchas telefónicas, interrogatorios, uso de informadores) que suelen emplear con los palestinos de la Cisjordania ocupada. Una represión policial que, a juicio de Asaf Ronel, fue intencionadamente encubierta también por el diario Haaretz, conocido dentro y fuera del país por su mayor sensibilidad hacia la causa palestina.
Usted decidió abandonar el diario en el que llevaba trabajando 15 años por la cobertura que estaba realizando de los disturbios en las ciudades de Israel. ¿Qué le llevó a tomar esa decisión?
Comprobar que lo que el diario estaba reflejando no era lo que yo estaba viendo con mis ojos, como periodista y como vecino. Ver cómo situaba en el gueto a las voces palestinas que recogía en sus páginas sin mostrar las que hablaban de una represión policial brutal, de la presencia de fuerzas paramilitares en las calles, del miedo que sembraban y de cómo utilizaban ese miedo para controlar y oprimir a la población.
En sus crónicas se abordaba la respuesta de los árabe-israelíes como “ira inexplicable”, daban a entender que su reacción era desproporcionada, que tenían ganas de pelea y que no tenían derecho a reaccionar, cuando a mí lo que mis vecinos me contaban era cómo se vieron obligados a colocarse a las puertas de sus casas con cualquier arma que tenían para defender a sus familias ante la ausencia de una policía que les protegiera. Decían que las fuerzas de seguridad detenían e interrogaban a cualquier árabe de 50 años por el simple hecho de serlo. Había motivaciones racistas que no se estaban trasladando.
La policía, que tenía prohibido utilizar munición real, aplicó en su lugar una brutalidad hasta entonces desconocida. La mayoría de los actos violentos vino de su parte, más que por la de los colonos judíos. Cuando entendí eso se lo expliqué al director del periódico, dado que no había más periodistas israelíes sobre el terreno con voluntad real de adentrarse en las entrañas de la población local. Sin embargo, la cobertura no cambió. Comprendí que en Israel ni la prensa de “izquierdas”, y remarco el entrecomillado, refleja la realidad de los ciudadanos árabes, siempre les coloca en el gueto.
¿Cómo reaccionaron sus colegas de profesión?
Algunos admitían que había un uso excesivo de la fuerza. Otros decían que era un mal menor, que las prioridades eran otras al tiempo que seguían hablando de la violencia ejercida por los palestinos. La dirección del diario adoptó una narrativa muy específica en sus páginas escogiendo las voces que consideraba legítimas de las que no, sin mostrar el pánico que la policía estaba provocando en la población local. Se posicionó del lado de las fuerzas de seguridad, algo común en los medios israelíes, pero quizá algo más sutil en el Haaretz. Por ejemplo, voces tan prestigiosas como las de la periodista Amira Hass siempre están en las páginas de opinión, nunca en la información central. Ellos se cuidan mucho de elegir a las personas que ejercen como espejo de lo que ocurre en la calle palestina. Sin embargo, a veces, la realidad es otra y a mí esto se me hizo insoportable. Abandoné mi puesto. Hoy sigo satisfecho de haberlo hecho.
¿Qué hecho específico contribuyó a que tomara esa decisión?
No fue una única cosa, sino la sucesión de varias. Cuando el día 12 de mayo una turba de extremistas judíos sacaron a un conductor árabe de su vehículo y lo lincharon hasta casi matarle cerca de mi barrio yo no entendía realmente lo que estaba pasando. Tres días después fue un niño árabe, mi vecino, el que terminó con graves quemaduras por otro ataque, esta vez perpetrado por dos chicos árabes. Me impactó profundamente. Ese día, cuando yo escribía sobre Bangladesh o Costa Rica para el periódico, decidí salir a la calle y comprender de primera mano lo que estaba ocurriendo a pocos metros de mi casa. Hablé con decenas de personas, acudí a reuniones vecinales. Solo entonces empecé a comprender.
¿Y qué estaba pasando que no estuviera siendo reflejado en los medios?
Vi miedo en los ojos de la gente como nunca antes. La entrada en Jaffa de colonos judíos armados hasta los dientes y de policías que más parecían soldados generó un terror poco común. Los residentes árabes denunciaban cómo la policía incluso lanzaba granadas aturdidoras contra algunas viviendas en medio de la noche sin ninguna razón aparente o detenían a cualquier árabe menor de 50 años por el mero hecho de serlo. Si se quejaban, les pegaban o arrestaban.
El objetivo era sembrar el terror para hacerse con la situación en un momento en el que las fuerzas de seguridad del país estaban bajo mucho estrés por los cohetes que llegaban no solo desde Gaza, sino también por los conatos de enfrentamiento en la frontera con Siria o Líbano. Sentían que no podían lidiar con todo y estaban decididas a usar el miedo cuanto fuera necesario. Ningún medio de comunicación en Israel habló de esto.
Lo que usted relata recuerda mucho a la información que llega de Cisjordania…
Así es. La sensación era que las tácticas de la ocupación en Cisjordania habían llegado a las ciudades mixtas de Israel. Cuando la policía entró en Jaffa identificó como atacantes a los chavales que estaban en la calle, chicos sin futuro, víctimas del rechazo y del abandono practicados durante décadas por los sucesivos gobiernos de Israel respecto de la población árabe. Jóvenes que viven en el límite de la sociedad, autores de robos de bicicletas, de la venta de pequeñas cantidades de droga que un día, y ante la ausencia de policía, sintieron que debían defender a su comunidad de los radicales que entraban en los barrios gritando “muerte a los árabes”. Pagaron un precio. Fueron brutalmente castigados y algunos desahogaron su frustración quemando o destruyendo símbolos hebreos como las sinagogas. Esa imagen fue la que después salió en televisión.
Según datos oficiales, en las semanas posteriores la policía detuvo a más de 1500 personas. De ellos dijeron que el 70% eran árabe-israelíes y el 30% judíos.
Sí, por supuesto, pero mi impresión es que hubo más detenciones de ciudadanos árabes que de judíos. Muchos fueron interrogados por el Shin Bet (servicio de inteligencia interior), que usó con ellos las mismas tácticas de la ocupación. Yo no duraría ni un día en uno de sus interrogatorios. A algunos detenidos ni se les permitió tener acceso a un abogado durante días, es decir, lo mismo que hace el ejército israelí en los territorios ocupados.
Las bandas criminales hoy campan a sus anchas en Israel; hay un problema enorme con ellas y con el tráfico de armas en las ciudades árabes
Desde el Gobierno el mensaje es que muchos de los participantes en las reyertas pertenecían a bandas criminales…
Así es, pero no diría que fueran una mayoría. Las bandas criminales hoy campan a sus anchas en Israel y, de hecho, hay un problema enorme con ellas y con el tráfico de armas en las ciudades árabes, utilizan el brote nacionalista para perpetrar sus propios ataques. Históricamente, cuando el crimen afecta solo a ciudadanos árabes, tanto a perpetradores como a víctimas, la policía ha mostrado poco interés. Ahora estamos viendo el resultado de años de abandono institucional.
¿Qué ocurrió con las decenas de jóvenes que fueron imputados por participar en los disturbios?
Los que sí participaron en delitos de sangre ya están pagando por ello, por supuesto, pero otros tantos con antecedentes por delitos menores también han acabado en la cárcel. Si tú les sometes a un interrogatorio del Shin Bet acabarán confesando lo que quieran, también delitos de terrorismo. Y entonces ¿qué?, ingresarán en prisión y quizá les coloquen en una misma celda con otros 3 ó 4 presos de Hamás o de cualquier otra organización terrorista. El resultado será su desconexión total de la sociedad israelí, puede que hasta se radicalicen. Es un ejemplo perfecto de cómo arruinar el futuro de chicos que podrían haber acabado de otra manera.
Después de lo ocurrido, ¿en qué momento está el país?
Hay un nuevo gobierno de coalición liderado por un ultranacionalista religioso y del que también forman parte un partido islamista y otro pacifista que acaba de aprobar al menos los primeros presupuestos en 3 años. Sin embargo, el sistema político ha llegado a un punto muerto, no hay visión de futuro en cuanto que la cuestión de fondo sigue sin resolverse, el sistema de apartheid que sigue practicando el Estado de Israel y que determina su posición ante el mundo.
¿Y la solución de los dos Estados? ¿Está clínicamente muerta?
Sí, más que nunca. La izquierda sionista no tiene una solución real al respecto. La solución de los dos Estados es hoy una mentira conocida por todo el mundo construida a partir del mantenimiento de un gobierno corrupto como es el de la Autoridad Nacional Palestina que al final sostiene a la ocupación israelí en aras de un falso proceso de paz.
¿Qué futuro quisiera ver para sus hijas?
Uno en el que israelíes y palestinos, nosotros, empecemos a hablar en serio sobre cómo va a ser todo esto porque fuera a nadie le importa ya este conflicto. Quisiera ver para ellas un futuro en el que la ocupación sea solo un mal recuerdo. Que judíos y árabes convivamos, pero de verdad, con los mismos derechos y las mismas oportunidades.