Una broma recurrente en Twitter cuando se habla del Brexit consiste en recuperar cada cierto tiempo el célebre tuit de David Cameron del 4 de mayo de 2015. En la campaña de las elecciones de ese año, que Cameron y los tories ganaron por mayoría absoluta, el primer ministro se infló de arrogancia y escribió: “Gran Bretaña se enfrenta a una elección simple e ineludible: estabilidad y un Gobierno fuerte conmigo o el caos con Ed Miliband”.
Tres años y medio después, caos es una palabra que define sin hipérbole la situación política del Reino Unido 73 días antes de la fecha en que el país iba a abandonar la Unión Europea para siempre. Cameron convocó el referéndum que su partido necesitaba, lo perdió y ahora Theresa May se ha visto enterrada por sus consecuencias tras ser incapaz de frenar un coche que se dirigía al precipicio con la dirección bloqueada por la división del Partido Conservador.
La derrota de Theresa May al votarse el acuerdo al que llegó con Bruselas –432 votos en contra, 202 a favor– fue tan brutal que casi borró varias de las alternativas, no muy sólidas, que pudieran existir. Se decía que si un centenar de diputados conservadores votaba contra su líder, la situación sería insostenible. Una diferencia menor quizá permitiera volver a votar en unas semanas un plan B que fuera como el plan A con unas ligeras modificaciones, o volver a suplicar a la UE unas condiciones diferentes.
Fue aun peor para May. 118 tories repudiaron el texto. Además, May se arriesgaba a que hubiera que remontarse a los años 20 para ver una derrota tan clara de un partido en el Gobierno (Ramsay McDonald, 1924, con una diferencia en contra de 166 votos). Fueron 230 votos los que separaron a May de la victoria. No hay precedentes en la historia moderna del país de una derrota de tales proporciones. Y se produce ahora en un asunto que marcará a Reino Unido durante varias generaciones.
El Brexit, una página en blanco
El referéndum arrojó una diferencia de votos no muy grande, pero significativa en favor de la salida de la UE. Obviamente, al plantear sólo un sí o un no, no podía servir para tener claro cómo abandonaría el país la Unión Europea, ni qué precio debería pagar Reino Unido ni qué podía ofrecer Bruselas.
Era una página en blanco que los políticos británicos debían rellenar, y no han sido capaces de hacerlo.
Sabemos lo que los parlamentarios británicos no quieren en distinta medida. Rechazan el acuerdo ofrecido por May. Rechazan salir de la UE sin ningún acuerdo, por las bravas (el No Deal Brexit) por su impacto económico quizá catastrófico. Rechazan un escenario en que el país continúe formando parte de alguna manera de la unión aduanera. Rechazan mantener la libertad de movimientos, porque el Brexit consistía también en cerrar la puerta a la presencia libre de extranjeros que resultaban ser ciudadanos de países de la UE.
Lo que nadie sabe es qué tipo de Brexit quiere el Parlamento británico. No se sabe porque no existe una mayoría de votos en favor de un modelo de decir adiós a la UE que sea viable, es decir, aceptable para la Comisión y los gobiernos europeos y para el propio legislativo. Tampoco existe una mayoría en favor de dar el portazo y al diablo con las consecuencias. Nunca ha existido y por eso Theresa May ha sufrido una hemorragia de ministros en su mandato y ha acabado lanzando una propuesta de acuerdo que ha sido derrotada con estrépito.
Después de la votación, Jeremy Corbyn anunció la presentación de una moción de censura que se votará este mismo miércoles. Tiene muy pocas posibilidades de éxito o ninguna, porque ni los tories ni los unionistas del Ulster la apoyarán. Por sus propias razones, que no tienen que ver con las de los conservadores, Corbyn no está en contra de abandonar la UE. Eso es un problema en un partido en el que más del 60% de sus votantes votó en contra del Brexit en 2016, así como la inmensa mayoría de sus diputados.
Pedir una prórroga antes del fin del partido
Hay un cierto consenso de que el día después obliga a Londres a solicitar a Bruselas una prórroga del periodo que debía culminar en marzo con la salida de la UE tras la aplicación del artículo 50. Es una forma humillante de reconocer el fracaso, que por lo demás está en la línea de la forma de hacer política en Bruselas: lanzar el problema hacia delante a ver si se nos ocurre algo.
La Comisión será comprensiva, pero el tiempo extra deberá ser aprobado por todos los gobiernos europeos. Por ello, se debería exigir a Londres saber por cuánto tiempo y para qué. Es cierto que Bruselas también teme el No Deal y no quiere resignarse a ese desenlace.
La actitud receptiva de la UE no solucionará el problema de partida. Para entonces, es probable que cobre fuerza la idea de un segundo referéndum, esta vez no como una especulación o una reacción despechada de los partidarios del Remain, sino como la última solución factible tras descartarse todas las anteriores.
Sería la segunda admisión del fracaso por parte de toda la clase política y la constatación de que nunca hubo una idea clara y realista sobre la forma de salir de la UE. Un trago ciertamente duro de aceptar.
“Winter is coming”, dijo el ministro tory Michael Gove unas pocas horas antes de la votación. Él fue uno de los pesos pesados del partido con más influencia en la campaña del referéndum a favor del Brexit. Gove y otros como él trajeron el invierno a la política británica y ahora descubren horrorizados que hace mucho frío. Demasiado tarde para sus compatriotas.