En busca del litio de Alsacia para que Europa sea independiente
Hace ya tres décadas que la central geotérmica de Soultz-sous-Forêts bombea agua, recogida a 2.600 metros de profundidad, para suministrar calor y electricidad a una empresa cercana. Situada a unos 60 kilómetros de Estrasburgo, la instalación ha comenzado recientemente la producción de otro valioso recurso: un proyecto financiado por la Unión Europea ha confirmado la viabilidad de un método de extracción de litio diluido en el agua del subsuelo de la región. Este metal ligero, presente en nuestros teléfonos y ordenadores portátiles, se ha convertido en solo unos años en una materia prima crucial de la transición energética.
Necesario para construir las baterías de los coches eléctricos, la Comisión Europea estima que su demanda se multiplicará por 18 en la próxima década. Por esta razón, durante la presentación de los objetivos de la Presidencia francesa de la UE el pasado diciembre, el presidente Emmanuel Macron reiteró la importancia estratégica de desarrollar una industria europea de baterías: al menos diez fábricas deben ver la luz en los próximos ocho años en Europa, suficiente para satisfacer la demanda prevista.
Pero queda por resolver el problema del suministro de materias primas, porque las reservas mundiales se concentran fuera del continente: Australia, que representa más del 20%, y América Latina (en particular Argentina, Bolivia y Chile), que contiene alrededor del 60%, según datos recopilados por el instituto de investigación IFP Energies Nouvelles.
China, por su parte, se adelantó a sus rivales asegurando su suministro desde la década de los 90 y aunque solo cuenta con el 7% de las reservas, aporta el 17% de la producción mundial. Pekín ha optado por importar grandes cantidades de materia prima –principalmente australiana– para refinarla en su territorio sin agotar sus reservas.
“La UE es muy consciente de que en los próximos años se va a enfrentar a una fuerte competencia por el suministro de litio, sobre todo con China y Estados Unidos”, dice a elDiario.es Emmanuel Hache, economista de IFP Energies Nouvelles y especialista en materiales para la transición ecológica. “Y depender de terceros países como Australia, Chile o Argentina supone correr el riesgo de acabar en la misma situación que se observa hoy con los países productores de hidrocarburos”.
En Europa, los principales depósitos de litio se encuentran en Serbia, Portugal, Finlandia y Francia. Pero los proyectos de extracción en los países europeos plantean muchos problemas de aceptación social. En enero, Serbia anunciaba la paralización de un proyecto de extracción en Jadar (a cargo de la multinacional anglo-australiana Rio Tinto), después de meses de protestas.
En Portugal, la instalación de la mayor mina a cielo abierto de Europa, en Covas do Barroso, también ha despertado rechazo ciudadano, aunque en este caso todo apunta a que el Gobierno socialista, recién reelegido, desbloqueará el proyecto. Covas do Barroso está situado cerca de la frontera con Galicia, donde también se han realizado prospecciones. En España, se sabe que existen reservas de litio en toda la franja oeste del territorio. En Cáceres, la concesión de una mina en San José de Valdeflores ha derivado en un conflicto legal entre las empresas involucradas y las autoridades locales.
Una vía distinta
En este contexto, la naturaleza del proyecto en Alsacia ofrece a Francia una vía para evitar, al menos a corto plazo, este tipo de problemas. Las aguas geotérmicas situadas en la fosa tectónica del Rin ya se utilizan actualmente para la producción de electricidad. Se trata de aguas enriquecidas con cloruro de litio y otros metales gracias a las interacciones e intercambios entre el agua y la roca, que se producen en profundidad (a temperaturas de 160 o 180 °C) y que constituyen un recurso latente con el que garantizar parte del suministro europeo.
Por esta razón, el 85% de la financiación procede del consorcio de investigación e innovación EIT Raw Materials, a su vez integrado en el Instituto europeo de Innovación y Tecnología. El proyecto, bautizado como EuGeLi (European Geothermal Lithium Brine) está coordinado por la empresa Eramet, una asociación de nueve organismos públicos y privados de Francia, Alemania y Bélgica.
La mayor parte de las operaciones se realizarían bajo tierra (hasta 5.000 metros de profundidad), a diferencia de los depósitos de agua de evaporación de Sudamérica ni con las grandes canteras a cielo abierto de Australia. Además, están mucho más cerca de las fábricas de baterías (gigafactorías) que se están construyendo en el continente, lo cual puede suponer una ventaja.
“El litio que sale de las minas australianas y que es trasladado a China o el que llega a Europa desde Argentina está ligado a rutas comerciales de altas emisiones de carbono”, dice a este diario Romain Millot, de la Oficina Francesa de Investigaciones Geológicas y Mineras. “Además, en Sudamérica la extracción ha provocado conflictos relativos al uso de agua entre los grupos industriales y las poblaciones locales. Ese tipo de importaciones es una forma de deslocalizar el coste ambiental y el peso de la transición ecológica a otros países”.
No obstante, según los expertos, el litio contenido en aguas geotermales no es suficiente para garantizar la independencia europea. “A largo plazo la cuestión de la reapertura de minas se va a plantear en todo el continente porque las reservas de litio geotérmico no van a satisfacer más allá del 20% o 30% de la demanda”, dice Millot.
El territorio francés alberga más yacimientos, pero estos se encuentran en el macizo central y en Bretaña y su explotación requeriría otro tipo de instalaciones. “En Francia las minas tienen una imagen de grandes contaminadoras, basada en la representación tradicional de minas de carbón o de zinc, aunque lo cierto es que en la actualidad hay proyectos, como está ocurriendo en Finlandia, de explotaciones concebidas de principio a fin para limitar su impacto medioambiental”.
La sobriedad como alternativa
La cuestión del litio ilustra una de las paradojas de la transición energética, que requiere materias primas cuya extracción tiene también un coste medioambiental. Para salir de este dilema, Emmanuel Hache avanza otra alternativa: la reducción de la demanda.
“La sobriedad se opone al crecimiento continuo en la utilización de recursos y cuestiona los problemas estratégicos de los materiales en el futuro”, dice. “Es una respuesta que aspira a reducir nuestro consumo de materiales de forma planificada, que cuestiona esa estrechez de miras que impone buscar soluciones tecnológicas a todos los problemas relacionados con los recursos”.
Hache explica que esta idea tiene su origen en el lugar que ocupa el automóvil en nuestro imaginario colectivo y en los valores de libertad y de individualidad que encarna. Pero además, se debe a una falta de comprensión general del ciclo de vida de un vehículo eléctrico en el que las emisiones se concentran en la fase de producción más que en la de uso.
“Un menor consumo sería una respuesta colectiva para moderar el gasto de energía y materiales, y tenemos varias palancas para ello”, dice. “Por un lado, sobriedad de uso (utilización óptima de los equipamientos, moderación de la velocidad), también convivencial (mutualización de las compras de equipamientos, promoción del carpooling –vehículo compartido–), sobriedad dimensional (adaptación de los equipamientos) y estructural (organización de los espacios de vida y de trabajo para reducir las distancias recorridas)”.
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