Carolin Emcke: “Muchos echarán de menos a Merkel, pero es hora de cambiar”

Carolin Emcke (Mülheim, 1967) lleva años trabajando para encontrar formas de nombrar la violencia y el odio: buscando y comprendiendo lo que los genera, observando las estructuras que los hacen posible. Pero la contundencia con la que los desgrana no pretende ser paralizante: hay que defender, insiste siempre, la igualdad en la diferencia. “La hostilidad y el resentimiento de la derecha radical siguen penetrando el discurso público en Alemania”, dice la filósofa y periodista en una entrevista con elDiario.es, cinco años después de la publicación de su exitoso ensayo Contra el odio.

A las puertas de las elecciones federales, Emcke, una de las voces más sobresalientes del panorama intelectual alemán, analiza en una entrevista con elDiario.es la marcha de Angela Merkel y describe los desafíos políticos más urgentes del momento, entre ellos, la lucha contra la crisis climática y los movimientos antidemocráticos. También hace un alegato a favor de la “sensación de vulnerabilidad mutua” generada durante la pandemia, sobre la que reflexiona en su nuevo libro, Journal.

En Contra el odio (2016), alertaba de la creciente hostilidad hacia la democracia y del peligro del clima de fanatismo. “Algo ha cambiado en Alemania, ahora se odia abierta y descaradamente”, dice. ¿Sigue siendo válido cinco años después?

Sí, desgraciadamente, la hostilidad y el resentimiento de la derecha radical siguen penetrando en nuestro discurso público. También hemos sido testigos de tres ataques terroristas de extrema derecha brutales y horribles.

En junio de 2019, Walter Lübcke, un político de la CDU –el partido cristiano y conservador– fue asesinado frente a su casa. Lübcke había sido un defensor destacado de la política migratoria de Angela Merkel y un crítico del racismo y el resentimiento.

En octubre de 2019, el día de la fiesta judía del Yom Kipur, un supremacista blanco intentó cometer un asesinato en masa en una sinagoga de Halle. Como no pudo abrir la puerta, se dedicó a matar a una mujer que pasaba por allí, y luego se dirigió a un restaurante de kebab y mató a un hombre allí. Era un misógino, un antisemita, un racista y retransmitió sus ataques en directo, comentando los terribles acontecimientos en el lenguaje de los videojuegos de disparos en primera persona. Se enmarcaba a sí mismo y a su terrorismo en la tradición del terrorista de Christchurch, Nueva Zelanda.

Unos meses más tarde, en febrero de 2020, otro extremista de derechas, con problemas de salud mental, mató a nueve inmigrantes en la ciudad de Hanau.

En 2018, Merkel dijo que le gustaría que, al final de esta legislatura, la gente concluyera que la sociedad alemana “se ha vuelto más humana, que las divisiones y la polarización se han reducido, y que la cohesión social ha aumentado”. ¿Se ha logrado este objetivo?

No estoy segura. Hay dinámicas que se entrecruzan. Por un lado, hemos visto durante la pandemia un movimiento populista creciente de grupos negacionistas, ideólogos de la conspiración, antisemitas, radicales de derecha y antivacunas esotéricos. Lo que conectaba a estos grupos y personas bastante heterogéneos era un profundo odio al sistema de radiotelevisión pública y un resentimiento contra la modernidad, la ilustración y la ciencia.

Y esto es, precisamente, lo que divide a nuestra sociedad: los que valoran la metodología científica, que se preocupan por la distinción entre información y desinformación, entre lo verdadero y lo falso, y que quieren tener una realidad común y los que solo simulan el discurso científico, los que se adhieren a las conspiraciones y los que desconfían de todo lo común, de todo lo público. En Estados Unidos hemos visto cómo ha evolucionado este desprecio por la verdad con Trump. Pero este nihilismo epistémico lo vemos también aquí, en estos movimientos neofascistas.

Al mismo tiempo, ha habido movimientos de solidaridad impresionantes, las manifestaciones de Black Lives Matter, pero también, estos días, el enorme apoyo público a las evacuaciones de Afganistán, el deseo de ayudar y de ofrecer refugio a los refugiados sigue siendo enorme. Por mucho que la ultraderecha intente incitar al odio y al miedo, la mayoría de la gente apoya que se ofrezca asilo a los afganos que ahora están en grave peligro bajo el dominio de los talibanes.

Así que también existe una convicción humanista, solo que está menos representada en los medios de comunicación. Hay un sesgo televisivo que se centra en lo vulgar, en lo políticamente obsceno, en actuaciones o protestas racistas, misóginas o antidemocráticas. Es el voyeurismo del periodismo de entretenimiento el que ha subrepresentado las voces y perspectivas de los ciudadanos normales, solidarios, razonables y empáticos. 

En Contra el odio, auguró que los partidos o movimientos “que practican un populismo agresivo” se descompondrán con el paso del tiempo y dijo que podían perder su atractivo cuando participaran en debates públicos. ¿Está empezando a suceder en Alemania?

Sí y no. Lo que vaticiné fue que esos partidos se enfrentarían a divisiones internas. Que se debilitarían por el caos y las diferencias ideológicas. Y lo estamos viendo. Muchos de los fundadores de Alternativa para Alemania (AfD) han abandonado el partido, algunos lamentan no haber visto el monstruo despiadado y llenos de odio que crearon.

Pero el partido en su conjunto también ha sido sometido a un escrutinio más estricto y mejor. La Verfassungsschutz (Oficina Federal para la Protección de la Constitución) quiere investigar hasta qué punto el partido es una amenaza para el orden democrático. Esto es jurídicamente todo un reto, pero ya la idea de que se considere que el partido es un peligro de extrema derecha para la democracia ha tenido un gran efecto.

Aun así, los miembros de la derecha radical siguen en el Parlamento, se sientan en tertulias, siguen utilizando las libertades y los derechos democráticos para subvertir nuestras democracias. Dicen representar al “pueblo” pero promueven un modelo político elitista y autoritario.

Los delitos de motivación ultraderechista aumentaron en 2020 hasta alcanzar el nivel más alto de las últimas dos décadas en Alemania, según el Ministerio del Interior. “El extremismo de derechas es la mayor amenaza para la seguridad en nuestro país”, dijo el ministro en mayo. ¿Está de acuerdo?

Sí, pero me gustaría advertir de que no hay que centrarse solo en los actos y organizaciones criminales. Hay que tomárselos absolutamente en serio y hay que interpretarlos como estructuras y redes ideológicas y políticas interconectadas, no como fenómenos aislados e individuales.

Lo que es aún más un reto es que el pensamiento autoritario, neonacionalista, racista y antifeminista ha penetrado en el centro de nuestras sociedades. Ya no está en los márgenes, está en el corazón de nuestras democracias. El intento de ridiculizar, estigmatizar, deshumanizar a las mujeres o a los musulmanes, a las personas LGBTIQ+ y a los judíos, el intento de tratar la pluralidad –y no la homogeneidad– como un peligro para la democracia... todo eso se ha vuelto aceptable. Tenemos que oponer resistencia a este discurso antihumanista. Tenemos que alzar la voz, aunque individual o colectivamente no seamos atacados. Tenemos que defender la igualdad en la diferencia.

Alerta sobre la hostilidad hacia la ciencia, la desinformación y la pérdida de una comprensión común de los hechos. En la Conferencia del Partido Verde, advirtió de que esto también sería evidente en la campaña electoral. ¿Está ocurriendo?

Sí, hace unos días se publicó un informe que analiza las mentiras y la desinformación en la campaña electoral. Incluye el hackeo de cuentas de correo electrónico privadas, imágenes y narrativas falsas. Ya hemos visto estos patrones de subversión del discurso para fomentar la división o manipular las elecciones democráticas durante la campaña del Brexit, las elecciones estadounidenses e, imagino, también en muchos países europeos. Es parte del intento ruso de socavar las democracias occidentales, pero también hay otras fuentes de desinformación, por supuesto.

Según el informe, no solo el partido de los Verdes se ha visto especialmente afectado por la campaña de desinformación, sino que Annalena Baerbock, la única mujer candidata a la presidencia, ha sido el objetivo preferido de dichas campañas. 

Después de 16 años, Merkel abandona el poder y deja un vacío. ¿Cómo de profundo es?

Nadie lo sabe realmente. Lo veremos después de las elecciones. Pero no hace falta mucho para presagiar una época turbulenta para su partido, la CDU. Hay una total incompetencia para responder a la pregunta que impera: qué significa ser conservador en el siglo XXI. 

¿Cuál ha sido el mayor éxito y el mayor error de Merkel?

Su decisión de mantener las fronteras abiertas en 2015, para permitir que los refugiados sirios entraran en Alemania, fue una decisión brillante y hermosa.

Brillante, porque analizó y se anticipó a lo que habría supuesto cerrar las fronteras: los refugiados se habrían quedado atrapados en Hungría, Serbia, Macedonia... Habría provocado una convulsión tremenda en una región que ya era lo suficientemente frágil. Así que, estratégicamente, ganó tiempo y evitó un desastre político y social en Europa del Este. Y, humanísticamente, era lo correcto. Ella también sabía que existía un movimiento de solidaridad fuerte y muy amplio en la sociedad civil, por lo que sabía que no estaba actuando en contra de la opinión mayoritaria.

¿Su mayor error? No defender mejor esta decisión, no argumentar a favor de esta decisión en el terreno público una vez que fue atacada por los agitadores de la derecha. Su capacidad de comunicación es casi inexistente. Se resiste al pathos retórico, y no entiende que eso es lo que se necesita en una democracia deliberativa: hay que explicar y argumentar, hay que dar razones para las decisiones. Ha dado espacio a los demagogos derechistas, a los racistas, y con ello ha permitido que ganen impulso. Y de ese modo abandonó a todos los que intentaban defender una idea humanista de una democracia abierta y pluralista.

Merkel se va siendo la política más popular. ¿Se puede decir entonces que la sociedad alemana tiene hambre de cambio? 

Sí. Sin duda. Muchos, muchísimos echarán de menos a Angela Merkel. Por su humildad, su cortesía, su inteligencia, su sentido del humor. Incluso los que nunca la hemos votado. Pero es hora de cambiar. Ella también ha evitado abordar seriamente la crisis climática. Ya es hora.

¿De qué se debería hablar y no se está hablando en la campaña? 

Nos enfrentamos a múltiples crisis interconectadas: la crisis climática, el auge de los movimientos autoritarios y antidemocráticos y la cuestión de la verdad en tiempos de economía de plataformas.

Necesitamos tener políticos, también periodistas, que estén a la altura de las complejidades de estas cuestiones. Todas ellas exigen respuestas radicales y rápidas. Son extremadamente complejas desde el punto de vista logístico, social y político, pero el nivel intelectual de los debates electorales está tan lejos de lo que se necesita que realmente me asusta. 

Su último libro, Journal, es un diario personal-político en el que reflexiona sobre una nueva realidad, la pandemia, que invade nuestra estructura psicológica, social y política. ¿Nos ha cambiado la crisis de la COVID-19?

Todavía no ha terminado. Todavía sigue persiguiéndonos, sobre todo, al sur global. Ha cambiado nuestros códigos para movernos, tocarnos, vernos. Ha instaurado un régimen de disciplina corporal que impide toda espontaneidad, toda intimidad. Espero que podamos deshacernos de eso en algún momento.

Y espero que podamos mantener esta sensación de vulnerabilidad mutua. Pienso que esto es algo existencial: que nos cuidemos los unos a los otros, que comprendamos nuestra interconexión, nuestra dependencia de la solidaridad de los demás. En nuestras comunidades y pueblos, pero también en Europa y en el mundo globalizado. Necesitamos ese sentido de un “nosotros” ética y políticamente universal.