Es el favorito para las elecciones del 25 de octubre. El candidato mejor situado, con más del 38% de los votos en las PASO, las curiosas primarias argentinas. Daniel Scioli es el heredero de Cristina Fernández de Kirchner pero quizá no haya en el peronismo una figura más antagónica a la de la presidenta. En discurso, estilo político, imagen y sobre todo en biografía, las diferencias entre él y ella son enormes.
Scioli recibió el domingo pasado un fuerte espaldarazo, pero insuficiente. La ley electoral argentina dice que para ganar hay que contar con el 45% de los votos, o al menos con el 40% y una diferencia de 10 puntos con el segundo. El candidato del Frente para la Victoria consiguió sacarle más de 8 puntos a Mauricio Macri, que encabeza la principal coalición opositora. Pero no le basta.
Si obtuviera los mismos resultados en octubre debería someterse a un ballotage (segunda vuelta) en el que se enfrentaría cara a cara con el otro candidato más votado. Y ese escenario pone nervioso no sólo al actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, sino también al núcleo de poder K que acabó eligiéndolo ante la falta de proyección electoral de sus primeras opciones.
Por eso ahora Scioli se enfrenta a un doble desafío: conquistar a los electores independientes pero sin perder de vista a los millones de votantes que le ha aportado el kirchnerismo. Es decir, seducir a quienes buscan un cambio y a la vez no dar la sensación de que se separa del modelo actual.
¿Con ella o contra ella?
Aunque pertenecen al mismo partido –y al peronismo, un movimiento incluso más heterogéneo ideológicamente- los analistas lo colocan a la derecha de la presidenta, de modo que su obsesión ahora es garantizar la continuidad de políticas del gobierno con gran aceptación, especialmente en el plano social. “¿Qué es centro, qué es derecha, qué es izquierda? ¡Yo voy a hacer lo correcto!”, se escabulló el lunes en la primera rueda de prensa como triunfador de las primarias. Aunque es un especialista en no decir jamás nada muy contundente o preciso, ese encuentro con los periodistas es en sí mismo un gesto de distancia con Kirchner, que no responde preguntas ni da entrevistas a medios locales.
Frente a la polarización con la que se caracteriza al gobierno de Cristina Fernández, Scioli pregona talante y diálogo. Sin embargo, muchos medios de comunicación identifican a su compañero de fórmula, Carlos Zannini, como el ideólogo del kirchnerismo. Figura fundamental para el matrimonio Kirchner desde sus tiempos en la Patagonia, Zannini es la cuota K que acordaron la mandataria y el gobernador cuando negociaron el apoyo oficial a su candidatura. El actual secretario de la presidencia, que se declara maoísta, es el gancho para los millones de argentinos que apoyan el actual modelo.
Por eso desde su designación han llovido las especulaciones sobre si Scioli será capaz de trazar un camino propio o será su hipotético vicepresidente quien marque el paso. Él despeja el balón con un contundente: “No me subestimen”. Y de paso recuerda la historia de cuando salió campeón después de perder el brazo.
Un playboy manco
Argentina no es un país políticamente correcto. Hay una profusa colección de memes y bromas sobre la condición de manco del que podría ser el próximo presidente. Scioli perdió el brazo en un accidente con la lancha de fueraborda con la que competía en una categoría minoritaria practicada por millonarios, y gracias a la cual se codeaba con lo más granado de la jet set internacional.
Se convirtió en ídolo deportivo local a fuerza de transmisiones en directo del canal de televisión en el que su padre, dueño de una cadena de tiendas de electrodomésticos, era accionista. Y cuando salió campeón navegando con el brazo ortopédico se consagró como ejemplo de superación y orgullo albiceleste. Tanto es así que Scioli no ha dudado en utilizar ese argumento en sus spots electorales.
En esta semana clave el brazo le ha jugado una mala pasada. Viajó a Italia para hacer la revisión de su prótesis –en realidad tiene dos, una de color más bronceado para el verano- en medio de un temporal que ya ha dejado 4.000 evacuados por inundaciones en Buenos Aires, la provincia (del tamaño de la propia Italia) que gobierna. Las críticas le han obligado a volver cuando apenas había tocado suelo europeo.
Además de una obsesión por la imagen –como reconocen muchos de sus colaboradores-, de aquella época de playboy-portada de revistas le queda uno de sus máximos activos: su mujer. Karina Rabolini es una exmodelo y empresaria del mundo de la moda, hermosa y telegénica. Llevan casi 30 años juntos (desde los 18 de ella) y todos reconocen que su activo rol en la campaña le ha aportado a Scioli cercanía y frescura. Los simpatizantes ven en ella a la compañera perfecta, los críticos le achacan una sociedad marital al estilo House of Cards.
A sus 58 años, Scioli juega profesionalmente en su propio equipo de fútbol sala: Villa La Ñata, bautizado así en honor a la finca en la que vive en las afueras de Buenos Aires. Pero esa no es su única excentricidad. En el estadio que construyó frente a su mansión incluye un verdadero museo de cera: en los palcos que miran al campo de juego hay estatuas de Perón y Evita, pero en ellos tampoco faltan Nelson Mandela, el Che Guevara, Bill Clinton o el dúo Pimpinella.
El hombre que llegó a la política de la mano de Carlos Menem consiguió desprenderse de ese karma hasta convertirse en vicepresidente de su contracara dentro del peronismo: Néstor Kirchner. Y de ser despreciado por los kirchneristas pata negra ha pasado a ser su candidato. El campeón quiere ser presidente y está cerca de conseguirlo. ¿Su mayor mérito? No enemistarse a muerte con nadie, algo difícil en política. Y resistir. Una fórmula que ha dado resultado a más de uno, incluso en España.