En un ensayo titulado El espíritu deportivo, George Orwell escribió que el deporte de alto nivel es “la guerra, pero sin disparos”. En el caso de China, el tenis de mesa se ha convertido en el vehículo de sustitución bélica por excelencia. Los grandes torneos son eventos mediáticos y las victorias, como el oro olímpico conseguido este martes por el doble mixto compuesto por Wang Chuqin y Sun Yingsha en París, motivo de orgullo nacional.
Los mejores jugadores del país, como Fan Zhendong o el propio Wang Chuqin, son superestrellas, cotizadas en el mundo de la publicidad y perseguidos por las principales marcas comerciales. “Allí el tenis de mesa es el equivalente al fútbol aquí”, resumía recientemente el francés Félix Lebrun que, junto a su hermano Alexis, forma parte del selecto grupo de jugadores internacionales capaces de competir de tú a tú con los mejores tenismesistas chinos.
Sin embargo, se trata de un deporte que, en principio, era ajeno a China y su cultura (se inventó en Reino Unido). El punto de inflexión llegó en 1959, en el Campeonato del Mundo de Dortmund, cuando Rong Guotuan ganó, ante la sorpresa general, la medalla de oro individual, convirtiéndose en el primer deportista de la República Popular China en conquistar un título mundial en cualquier deporte.
El hito de Rong Guotuan coincidió con la conmemoración de los diez años de Mao en el poder, además de producirse en un contexto internacional en el que las autoridades chinas boicoteaban los Juegos Olímpicos –y cualquier otra competición en la que se permitiese la participación de Taiwán, que consideran una región china–. Después de esta victoria, las autoridades decidieron que el tenis de mesa debía ser una causa nacional y se aplicaron en fomentar su práctica por todo el territorio.
Los entrenamientos se sistematizaron, el número de practicantes creció. Desde entonces los jugadores chinos continuaron brillando hasta el punto de dominar en las siguientes décadas. “Además los jugadores chinos tienen medios casi ilimitados, son excelentes jugadores que entrenan juntos y juegan constantemente entre ellos, lo que crea un nivel excepcional”, señalaba recientemente Alexis Lebrun.
El deporte se convirtió en un escaparate para mostrar los progresos del Estado, una imagen que las autoridades chinas buscaron proyectar a nivel internacional, enviando a sus jugadores al extranjero. Un encuentro casual entre dos tenismesistas, el norteamericano Glenn Cowan y el chino Zhuang Zedong durante un torneo en Nagoya (Japón), abrió un canal diplomático basado en el deporte que se bautizó como ping-pong diplomacy [diplomacia del ping-pong], importante para la apertura del país en los 70 –a la que hace referencia película Forrest Gump–.
Duelo en París
El torneo de dobles mixtos en los Juegos Olímpicos de París ofreció el pasado domingo un partido especial, al cruzar a China con 'China Taipéi' (nomenclatura oficial bajo el que compiten los deportistas olímpicos de Taiwán). Esa denominación –con el nombre de la capital taiwanesa– fue fruto de un acuerdo en 1981 y que, de hecho, sirvió de modelo para que Taiwán pudiera participar en diversas organizaciones internacionales y acuerdos diplomáticos, como la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud o la Convención del Metro.
Desde entonces, las dos naciones se han enfrentado en varias ocasiones en los Juegos y siempre se trata de un duelo especial. La victoria del Taipéi sobre China en la final de bádminton en los Juegos de Tokio fue reivindicada por su valor simbólico por los dos medallistas de oro, Lee Yang y Wang Chi-lin. En una publicación en redes sociales, Lee quiso dejar claro que su medalla de oro estaba “dedicada” a su “país, Taiwán”, forma de subrayar que no se les permite competir bajo esa denominación.
El pasado domingo sus compatriotas de tenis de mesa no consiguieron repetir la hazaña y, a pesar de llevarse el primer set, se inclinaron 4-2 ante los favoritos chinos. El cuadro del torneo que se celebró en el Arena Paris Sud, en la Puerta de Versalles, parecía reservar otro partido de gran carga simbólica entre Hong Kong y China de cara a la final, pero la victoria de Corea del Norte ante los hongkoneses evitó, por el momento, el encuentro.
Tensión como telón de fondo
Pero en los tres años que han pasado entre la cita olímpica de Tokio y la de París, la tensión entre Pekín y Taiwán no ha dejado de crecer y, cuando sus deportistas se cruzan, la competición tiene una importancia particular. A mediados de este mes, el ministerio de Defensa taiwanés afirmó haber detectado 66 aviones militares chinos sobrevolando la isla en el espacio de 24 horas, al día siguiente de unas maniobras militares en las aguas que la rodean.
Este incremento de la actividad militar aumenta la presión sobre Taiwán, que cada año prueba la capacidad de respuesta de sus tropas ante una eventual invasión de China, en un contexto de hostilidad de Pekín hacia el nuevo presidente de Taiwán, Lai Ching-te, al que ha tachado de “peligroso separatista”.
Los vuelos sobre el territorio que denunciaron las autoridades de la isla se produjeron solo unos días después de que el Gobierno taiwanés señalara la presencia de aviones chinos que se dirigían al Pacífico occidental para realizar nuevos ejercicios con el portaaviones chino Shandong, en el marco de un entrenamiento por mar y aire. Estas maniobras son interpretadas como preparación de una eventual invasión, una posibilidad que un informe de la inteligencia norteamericana estimaba probable en el horizonte 2027. Un año antes de la próxima cita olímpica que se celebrará en la ciudad estadounidense de Los Ángeles.