Donald Trump sigue siendo el presidente de Estados Unidos con plenos poderes hasta el 20 de enero a las doce de la mañana. Ese es el momento en que termina su mandato y el de su vicepresidente, según marca la 20 enmienda de la Constitución de Estados Unidos.
Esta enmienda se aprobó en 1933. Hasta entonces la espera del presidente electo se prolongaba hasta marzo. Esta inusual brecha entre las elecciones y la toma de posesión proviene de los orígenes de Estados Unidos, cuando viajar era una cuestión de semanas o meses y era necesario un tiempo suficiente para que el nuevo presidente y su equipo pudieran moverse. En la era moderna, ha sido un periodo cómodo para hacer el traspaso de poderes de manera ordenada. Es un tiempo que se aprovecha, por ejemplo, para que los equipos salientes de seguridad nacional, política exterior y emergencias sanitarias hagan sesiones informativas para los equipos entrantes.
Uno de los relevos más ejemplares fue el que sucedió entre George W. Bush y Barack Obama en 2008. Coincidió con la crisis financiera y ambos equipos trabajaron juntos en la respuesta entonces. La Casa Blanca de Bush dejó documentación muy detallada y ofreció sesiones específicas por áreas. Obama alabó aquella transición y, de hecho, su obsesión era hacer lo mismo cuando le tocara dar el relevo al siguiente. Lo intentó e incluso le dejó en el despacho oval a Donald Trump una carta, según marca la tradición, con buenos deseos.
Las teclas W
No siempre la transición ha sido fácil y amigable. Cuando George W. Bush ganó las disputadas elecciones de 2000, al llegar a la Casa Blanca se encontró con ordenadores que tenían arrancada la tecla “W”. Miembros del equipo de Bill Clinton las habían quitado. Una forma de protesta pasiva agresiva que ahora parece un juego inocente con lo que pueden hacer en estos meses Trump y su reducido equipo de fieles.
Este periodo de dos meses con un Trump derrotado y todavía más fuera de sí siempre ha sido uno de los momentos más temidos del escenario electoral.
“Hará purgas y concederá perdones a sus amigos y aliados. Puede intentar aprobar un indulto para sí mismo, aunque no está claro si es posible. Puede perdonar a la gente de manera profiláctica por cualquier delito que hayan cometido en el cargo. También es preocupante lo que podría hacer esos dos meses en el escenario global entre ahora y enero”, decía justo antes de las elecciones en una entrevista con elDiario.es David Axelrod, director del Instituto de Política de la Universidad de Chicago y ex jefe de campaña de Obama.
Los presidentes salientes sí suelen aprovechar este periodo para conceder perdones a menudo polémicos (como hicieron Bush, Clinton o Ford, con Richard Nixon). Pero no de manera preventiva ni por supuesto para beneficiarse a sí mismos.
Y Trump puede hacer mucho más. Puede anunciar despidos masivos, entre ellos al director del FBI, al de la CIA y al médico jefe encargado de la crisis de la pandemia, Anthony Fauci. También peligra el secretario de Defensa. Sin frenos, sus decisiones sobre política exterior o lo que depende del Gobierno federal en la lucha contra el coronavirus o las ayudas económicas pueden tener consecuencias.
Esto sucede mientras Estados Unidos está viviendo unos meses muy duros por el ascenso de los casos de coronavirus en la tercera ola de la pandemia. Una veintena de estados están batiendo el récord de contagios diarios.
Lo que puede ir mejor es la parte que depende de los funcionarios de la Casa Blanca y de las agencias gubernamentales, que tienen poder suficiente para transmitir la información esencial al presidente electo y su equipo.
Pero nada sobre Trump será normal. Tampoco se espera que deje una de esas cartas para la colección de la cortesía presidencial. La más famosa tal vez es la de George H. W. Bush, que le escribió a Bill Clinton tras su elección en 1992: “Tu éxito es ahora el éxito de nuestro país. Estoy en tu equipo a fondo”.