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Para gobernar Argentina hay que ser (o parecer) peronista

Desde el regreso de la democracia, hay en Argentina dos anomalías históricas, dos ocasiones en las que el peronismo –en alguna de sus formas o alianzas– no ganó las elecciones presidenciales. En 1983 el radical Raúl Alfonsín llegó a la Casa Rosada en los primeros comicios tras la dictadura. Y 16 años más tarde Fernando de la Rúa, al frente de una gran coalición, encontraba hueco en unos electores hartos de las recetas neoliberales de Carlos Menem. Los dos gobiernos terminaron de la peor manera: antes de tiempo y con la gente en las calles. Estos antecedentes, que no se mencionan de manera explícita, empiezan a tomar peso con la cercanía de una segunda vuelta que podría convertir en presidente a un no-peronista. Precisamente, 16 años después.

Mauricio Macri, el alcalde de la capital argentina y líder del Pro, un partido de derecha liberal nacido en 2002, es el mejor posicionado según las encuestas en el duelo que lo enfrentará a Daniel Scioli, el peronista que hace dos semanas ganó las elecciones pero sin el suficiente margen de votos. El ajustado recuento, que coloca al gobernador de Buenos Aires tres puntos por encima del candidato opositor, le dio una amarga victoria al Gobierno de Cristina Kirchner, que lo vivió en clave de derrota. En las últimas elecciones la presidenta obtuvo más del 53% de los sufragios.

Ahora a las tensiones dentro del propio peronismo para adjudicarse las razones de la derrota se suman las estrategias de seducción de los candidatos ‘finalistas’ hacia los ciudadanos que no los eligieron en primera vuelta. Más de cinco millones de votos que fueron para otro peronista, éste escindido del kirchnerismo: Sergio Massa. El botín de Massa es el tesoro al que aspiran tanto Macri como Scioli, y ahí es donde empieza a pesar la Historia. ¿Se puede gobernar Argentina sin ser peronista? ¿O el golpe electoral del 25 de octubre marca un nuevo ciclo político? ¿Si gana Macri, acabará como Alfonsín y De la Rúa? De todo esto, siempre de forma soterrada, se habla estos días en Argentina.

No faltan sentencias definitivas como la del economista e investigador Carlos Piñeiro Iñíguez: “El peronismo es el único movimiento político capaz de transformar las estructuras en el plano económico y social. Por su historia, por su interrelación con las masas, por su capacidad de conducción. Porque los cambios a los que podemos aspirar en Argentina son impensables si no es de la mano de una estructura peronista”.

El historiador Felipe Pigna también considera al peronismo como un actor ineludible de la política argentina. “Después de 70 años, está claro que el peronismo es mucho más que un fenómeno. Se va reciclando, reinventando. El kirchnerismo cometió muchos errores, sobre todo de comunicación, y mucha gente busca un cambio. Otra cosa es que la derecha ultraliberal haga un eslóganes peronistas en campaña que sabemos que no piensa cumplir en absoluto”, asegura.

Pigna apunta de lleno a la gobernabilidad: “La alianza que encabeza Macri tiene muchas similitudes con la que convirtió a De la Rúa en presidente. Y las medidas económicas que propone su equipo, que suponen una pérdida de poder adquisitivo para los trabajadores, generarían un altísimo grado de conflicto social en un país altamente sindicalizado y con bases sociales muy organizadas”, analiza Pigna.

Otros estudiosos (y críticos) del peronismo como Juan José Sebreli lo relacionan con un componente populista del que, en opinión del sociólogo e historiador, los argentinos han intentado alejarse el 25 de octubre. De ahí que en estas semanas los candidatos ensayen un difícil equilibrio: qué tan peronista hay que ser (o parecer) para ganar el 22 de noviembre.

La estatua de Perón

Mauricio Macri ha utilizado en la campaña electoral un discurso moderado, haciendo hincapié en una gestión eficiente más que en un cambio de tercio radical, y reconociendo incluso logros de la gestión kirchnerista como la asignación universal por hijo y otras políticas de inclusión social. Y no sólo eso: también defendió las nacionalizaciones de empresas como YPF o Aerolíneas Argentinas, a las que en su día se opuso frontalmente. Para culminar, pocos días antes de ir a las urnas inauguró la única estatua de Perón de la ciudad con viejos prebostes del movimiento, ensalzando en su discurso la figura del general y sus “valores de justicia social”. De fondo sonaba la marcha peronista: “Perón, Perón, qué grande sos…” Estaba claro que para ampliar la base electoral había que sumar peronistas.

La estrategia generó burlas en las redes sociales por el sobrevenido peronismo de Macri. Pero para muchos analistas, como Pigna, hay ciertos conceptos ya instalados en la sociedad argentina, como la inclusión o la industrialización, contra los que no se puede ir, y mucho menos en campaña. Así que lo complicado ahora es afinar el tiro. Porque para Macri es útil sumar a peronistas decepcionados de la gestión Kirchner o con voluntad de cambio, pero no tanto como para asustar a los no peronistas, que son sus votantes naturales.

Para el diputado del Pro Federico Pinedo el peronismo está lejos de ser una opción política –puesto que desde siempre aglutina opciones de lo que en términos europeos podríamos describir como izquierda, centro y derecha– sino que es más bien “un fenómeno cultural argentino que gira alrededor de la idea de la igualdad”, una idea que su partido “comparte”. Para Pinedo el Pro “no es un partido de ideologías sino de políticas”, un perfil que según él los separa del PP español con el que sin embargo tienen una relación muy cercana.

Más Cristina o más Daniel

En un difícil equilibrio se mueve también Daniel Scioli, aunque más sutil. Debe representar una renovación, pero no tanto como para que la distancia (cada vez más evidente) con Cristina Fernández le reste los votos 100% kirchneristas.

En el único discurso que la presidenta dio tras las elecciones no mencionó ni una vez el nombre de Daniel Scioli. Pero sí hizo un largo recorrido por su gestión y llamó a defenderla en las urnas. Incluso en el círculo íntimo de Cristina Kirchner entienden que los resultados del 25 de octubre marcan un antes y un después. “La gente votó cambio”, reconoce un colaborador cercano.

La cuestión es qué cambio. La campaña del Frente para la Victoria (la marca actual del peronismo kirchnerista) se basa cada vez más en resaltar el pasado liberal de Macri y en marcar diferencias con Scioli.

Y Scioli, mientras tanto, hace equilibrios para seducir a los peronistas que votaron a Massa por no apoyar la gestión actual, pero sin pasarse. Teme perder los sufragios kirchneristas. “Hasta el momento Scioli no ha podido sacarse de encima el fantasma de ser demasiado parecido al kirchnerismo. Esa caracterización tiene virtudes y defectos asociados, pero el principal problema es que electoralmente tiene un techo delimitado muy claro”, opina el consultor político Juan Germano.

Para Germano, será una segunda vuelta cabeza a cabeza: “El fantasma de Macri es una imagen de vuelta al pasado y de ingobernabilidad. Pero el envión de la primera vuelta es fuerte y Sergio Massa ha dado pequeños gestos de acercamiento hacia 'el cambio'. Sin embargo, aún falta saber cómo reaccionan sus votantes. Hoy más que nunca, los votos no pertenecen a nadie”.