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Un despertar a golpe de 'cacerolada' en República Dominicana

Cientos de jóvenes protestaban la semana pasada exigiendo la renuncia de los miembros de la Junta Central Electoral (JCE) frente a la sede del organismo, en Santo Domingo (República Dominicana).

Helena Sáenz Espona

Santo Domingo —

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Trasladémonos a una tarde cualquiera en Santo Domingo, en República Dominicana. Llegamos a un restaurante en Naco, uno de los sectores de mayor poder adquisitivo de la capital. Son las 6 de la tarde y el 'cacerolazo' del día está programado para las 8. En apenas dos horas el Distrito Nacional volverá a retumbar al son del martilleo de cacerolas, desde los balcones, centros comerciales, los 'colmados' a pie de calle o donde sea que coincida esta rutina ineludible desde que el pasado 21 de febrero sonara el primer cazo. El camarero trae una cubitera de hielo, acompañada de una sonrisa cómplice.

El grupo con el que coincidimos en este espacio es heterogéneo. Entre ellos hay varios jóvenes, seguidores del partido del gobierno desde hace más de veinte años, el Partido de Liberación Dominicana (PLD); entre ellos, varios funcionarios públicos. Pero se desvela además una facción discrepante con el sistema, de imprecisa ideología, que promete animar el debate. El omnipresente tema emerge en cuestión de segundos, e ignorando al 'elefante' que acaba de aparecer en la elegante habitación, la narrativa de la conversación se desvela sorprendentemente coincidente.

Una generación ha despertado.

La República Dominicana se entrena a conciencia para sellar un día histórico el 27 de febrero, cuando este país celebra oportunamente el Día de la Independencia. Este jueves se convoca a ocupar, de nuevo, la emblemática Plaza de la Bandera, punto de encuentro de algunas de las principales instituciones públicas del Gobierno, entre ellas, la diana de las protestas: la Junta Central Electoral (JCE). Pero esta vez, después de diez días incansables, el propósito es llegar al millón de voces bajo el sol implacable del Caribe o el torrente de lluvia que decida azotar de un minuto para el otro. La motivación es dispar, pero el mensaje claro. Se acabó el Carnaval. “Es el turno de la democracia”, reclaman.

El son es pacífico. Los ecos de Chile y Venezuela han hecho mella también en este pueblo caribeño, en un momento en que la región camina en la cuerda floja del hartazgo. Y a la tercera parece que no va la vencida. Una parte del pueblo dominicano se siente foránea en su tierra y reclama su bandera, que ahora sienten que está manchada con una fecha, el 16 de febrero, un día que selló un capítulo negro para la democracia dominicana tras la anulación de las elecciones municipales por el supuesto fallo del sistema de voto.

Y ese sentimiento ha prendido una mecha que no entiende de clase social.

Sea desde una aplicación móvil en un dispositivo de última generación o en un cazo oxidado, el sonido es unívoco y al mismo ritmo en Naco, Piantini, y también en los barrios más deprimidos de la ciudad como Villa Mella, San Cristóbal, Los Mina o Manoguayabo. La Plaza de la Bandera ha sido, progresivamente, el espejo de la realidad dominicana más efervescente. Desigual, pero unida. Porque, al final, “quien gana es la República Dominicana”, aseguran.

La gota que colmó el vaso

El Gobierno no se da por aludido y responde con la boca pequeña en un momento crítico para un partido más dividido que nunca, entre dos facciones históricas completamente enfrentadas: la del expresidente Leonel Fernández, por un lado, y, por otro, la del actual candidato a las elecciones presidenciales del próximo 16 de mayo, Gonzalo Castillo. Mientras, los votantes del actual jefe de Estado, Danilo Medina, se encuentran huérfanos.

En el bando contrario, los partidos de la oposición unen sus fuerzas al grito de “¡Se van!”. A su cabeza, se encuentra Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (PRM), y, apostado entre bambalinas, el actual alcalde del Distrito Nacional, David Collado, esperando el turno de su entrada triunfal desde el banquillo municipal a las 'Grandes Ligas' de la política. Pero cada quien por su lado. Agua y aceite.

El domingo 15 de febrero la gota colmó el vaso de una paciencia llevada al abismo. La habitual sombra del fraude se dio de bruces, esta vez, contra el supuesto fallo de un pionero sistema de voto automatizado, el cual tenía el paradójico propósito de paliar los errores humanos del conteo manual. El canto de victoria de Leonel Fernández, que tanto lo había demonizado, se ahogaría pronto. El descorche de cava se contuvo ante las revueltas, lloros y estupor de un pueblo frustrado. El lunes se vistió de luto, de forma literal. Providencialmente, la capital sufrió una oleada de apagones producto de un fallo en la planta de la Central Termoeléctrica Punta Catalina, símbolo de Odebrecht. El silencio dio paso al aullido unísono. “¿Qué va a ser lo siguiente?”, exclamaban.

Ocho días después, los jóvenes dominicanos, en su mayoría, sostienen el pulso a un sistema con el que no se sienten identificados. Reescriben un himno con tres estribillos claros. El primero, y básico, “derecho a elegir”; el segundo, “transparencia, investigación y respuestas”; el tercero, “sanción y consecuencias para los implicados”. A la llamada acuden estudiantes, trabajadores, de clase alta, de baja, de media, de izquierda, o de derecha, y llegan en Uber o en 'guagua'… Como sea, dan un golpe en la mesa.

Las malogradas elecciones municipales se reeditan el próximo 15 de marzo, con más sombras que luces. Esta vez, volvemos a las cuentas de siempre, que en las pasadas elecciones presidenciales, de 2016, dejaron nada más y nada menos que 29.000 errores a su paso. Mientras, los 'buenos' de la película van aterrizando en la isla para sembrar confianza en un terreno yermo. El escuadrón lo forman la Organización de los Estados Americanos (OEA); la Unión Interamericana de Organismos Electorales (Uniore); y la Fundación Internacional para Sistemas Electorales (IFES).

Este es el caldo de cultivo electoral que se presenta, no solo en Santo Domingo. La campaña electoral resurge de sus cenizas, a golpe de talonario, para celebrar unas nuevas elecciones municipales en las que el partido de Gobierno, que, junto a sus aliados, controla 107 de las 158 alcaldías, se juega mucho. También el opositor PRM, que está al frente de 30; entre ellas, la del Distrito Nacional, centro de la capital. “El cambio va”, dicen unos, pero “un 10% de la población dominicana no decide las elecciones”, dicen otros. Y ninguno se equivoca.

Desde ese restaurante en Naco oímos todavía el eco vibrante de las cacerolas al otro lado de la ciudad. Allá donde no hay cubertería, ni un techo firme para resguardarse del aguacero que está cayendo. El camarero retira la cubitera. Ya son más de las 9 y los ánimos están caldeados. “¿Y ahora qué?”, pregunta uno. Pues eso, que sigan sonando los tambores de la democracia. Y mañana será otro día. 27 de febrero.

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