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Grecia vota si quiere poner fin a la era de la austeridad

El líder de Syriza, Alexis Tsipras. / Efe

Andrés Gil

Atenas —

Grecia. ¿Qué es Grecia? Si se consultan los libros de texto se puede leer que es la cuna de la democracia y de la civilización occidental, algo que recordaba Alexis Tsipras este viernes. Pero si se recurre a los medios de comunicación lo que se lee desde hace cuatro años es que Grecia se ha convertido en uno de los principales laboratorios en los que la Troika (BCE, UE y FMI) han aplicado las políticas de austeridad y recortes como receta contra la crisis económica y el endeudamiento.

¿Resultado a día de hoy?

Un 23,1% de los griegos vive en riesgo de pobreza; el PIB ha caído un 25% desde 2008; la deuda está en el 174% del PIB; el paro juvenil es del 52,8%; el salario mínimo ha bajado un 20% desde 2010, igual que el PIB per cápita; y los empleos públicos se han reducido casi un 40% desde 2009.

Después de dos años y medio de Gobierno de Antonis Samarás, del partido de centroderecha Nueva Democracia, los griegos se disponen este domingo a entregar el poder a un actor político que nunca ha estado al frente del país: Syriza. La coalición, fundada en 2004 por varios partidos a la izquierda del Pasok y que en aquel año logró el 3,3% de los votos y el 4,7% en 2009, está a punto, según todas las encuestas, de tomar el poder con la promesa de “romper con la Troika”, “acabar con los memorandos [directrices económicas impuestas a los países intervenidos por la Troika]”, “recuperar la dignidad del país” y “poner fin a la tragedia humana que se vive en Grecia”. 

Para ello, Tsipras se ha dedicado en el final de campaña a apelar a “aquellos que no han votado a la izquierda” porque “necesitamos fuerza para negociar con Europa, una gran mayoría que nos permita luchar por nuestro país”. Es un intento por difuminar la etiqueta ideológica –Syriza significa Coalición de Izquierda Radical– y de presentarse como el único partido capaz de girar el rumbo de las políticas económicas, para lo que intenta atraer el voto de todos los que están sufriendo las consecuencias de los recortes y la crisis.

Algo que a la canciller alemana, adalid de las políticas de austeridad de la UE, no le hace ninguna ilusión: expertos germanos coinciden en que Berlín ha tratado de enviar mensajes al electorado griego para que se vote al candidato correcto (Samarás), y en la capital alemana se difunde la idea de que el principio de condicionalidad –dinero a cambio de reformas y austeridad– corre peligro con la victoria de Syriza.

Pero, ¿qué más consecuencias ha tenido en Grecia el “principio de condicionalidad”?

En el 33,5% de los créditos no se ha hecho ningún pago de intereses durante más de 90 días; 70.000 millones de euros han huido del sistema financiero del país en los últimos cinco años; una de cada cuatro pymes han desaparecido desde 2008; los impuestos que pagan los profesionales autónomos se han multiplicado por nueve; los trabajadores y jubilados han visto multiplicados por siete los impuestos en 2014 con respecto a 2009; 100.000 científicos griegos trabajan en el extranjero, según el departamento de Economía de la Universidad de Macedonia.

“Una segunda Corea del Norte”

El todavía primer ministro Samarás ha intentado agitar el miedo a las consecuencias que podría tener un Gobierno de Syriza en los últimos días de campaña: “De ganar Syriza, Grecia se convertirá en una segunda Venezuela o Corea del Norte, sin fronteras seguras y abriendo las puertas a la inmigración ilegal”.

Al tiempo que Samaras ha endurecido los mensajes, Tsipras los ha ido matizando: “Reconocemos nuestras obligaciones frente a las instituciones europeas y los tratados europeos. Estos tratados prevén unos objetivos fiscales que deben respetarse, pero no las medidas para conseguirlos. La austeridad no forma parte de los tratados y tampoco la Troika”.

Si Tsipras no consigue los 151 escaños, necesitará el apoyo de otros partidos para asegurar la investidura. Como potenciales aliados, emergen dos partidos: To Potami e Izquierda Democrática, si bien este último lo tiene muy difícil para entrar en el Parlamento.

To Potami fue fundado en 2014 por el periodista televisivo Stavros Theodorakis y las encuestas le conceden entre el 5% y el 7% del voto. Theodorakis ha convertido en baza su disposición a “sentarse a hablar” con cualquiera que no busque “una vuelta al dracma”, huyendo de la “rigidez” de las ideologías tradicionales: “Quiero un río fuerte y torrencial, [convertirnos en] una tercera fuerza que pueda establecer las condiciones para gobernar de una manera diferente este país. Debe convertirse en el catalizador para que los griegos puedan cambiar de vida”.

En porcentajes semejantes se encuentra el partido neonazi Amanecer Dorado, cuyos dirigentes están encarcelados y participan en los mítines por teléfono.

Los que seguro que no pactarán con Syriza serán los comunistas del KKE, a los que las encuestas les conceden un 5%, ligeramente por encima del Pasok, hasta no hace mucho partido hegemónico en Grecia. Su eurodiputado Kostas Papadakis lo ha dejado claro en una entrevista con eldiario.es: “No apoyaremos a Syriza; estamos contra la UE, la OTAN y las cadenas del capitalismo. Syriza ha dejado muy claro que no va a desafiar a la UE ni la OTAN. Nosotros decimos, ¿qué clase de izquierda es esta? No hay miedo de la UE a Syriza, no es la preferencia de la oligarquía, pero es la nueva socialdemocracia, útil para el sistema”.

Y tampoco lo parece fácil que lo haga Evangelos Venizelos, candidato de un Pasok en mínimos, con una horquilla de entre el 3,4% y el 5% según las encuestas: “Al ganar las elecciones con mayoría absoluta Syriza intentaría aplicar su programa electoral, tal como es, lo que sería un desastre para Grecia”.

En todo caso, como explica el politólogo Dimitris Christopoulos: “La gente espera poco. El sentimiento principal antes de la llegada de Syriza al poder no es un sentimiento de esperanza y de radicalismo político como muchos observadores de fuera piensan. Es un sentimiento de recuperar un poco de dignidad. Quieren hacer algo para estar un poquito más felices. No tiene nada que ver con la izquierda o una visión radical de cambiar la sociedad”. Christopoulos afirma además que “el discurso de Syriza, que era izquierdista, ha sido reemplazado por un discurso que, llevado a los ochenta o los noventa, sería un discurso socialdemócrata moderado”.

Autoorganización social

Esa catástrofe no sólo se ve en las cifras, también en las iniciativas de la sociedad civil para paliar las consecuencias. La organización Solidarty4All, organización apoyada por Syriza, dispone de una red de iniciativas para ayudar en materia de vivienda, sanidad y alimentación. Así, en uno de sus locales en el Pireo, a las afueras de Atenas, reparten con voluntarios comida y ropa a todo aquel que lo solicite.

Mohamed Adel, griego de origen egipcio de 41 años, acude “tres o cuatro veces por semana”. Tenía una tienda de ropa de piel y lleva tres años sin trabajo. Tiene tres hijos, uno autista, de 12, 8 y 4 años, y ve el futuro “negro”, independientemente del resultado electoral. Mientras Adel se lleva dos bolsas con comida, en una plaza próxima al local se cocinan unas lentejas para quienes quieran un plato caliente.

¿De dónde saca la organización la comida? Sotiris Alexopoulos, uno de los voluntarios, explica que “son donaciones que hace la gente. Nos ponemos a las puertas de los supermercados, repartimos octavillas y esperamos a que la gente nos dé algo para luego repartirlo”. Alexopoulos describe el día a día en Grecia: “Las familias no tienen electricidad, no se pueden calentar en invierno, pierden sus casas, no tienen agua ni comida... Y hay que hacer un gran trabajo psicológico, porque se avergüenzan y tienen sentimiento de culpa”.

Y muchos de ellos tampoco tienen medicinas. Ni seguro médico.

La clínica social Metropolitan Community Clinic de Helliniko (Ática), a las afueras de Atenas, lleva tres años atendiendo a quienes no tienen seguro médico por estar desempleados o ser inmigrantes. Pero también a quienes tienen seguro médico pero no pueden afrontar el copago de los medicamentos. Así, en estos tres años han pasado “más de 35.000 consultas”, como explica la voluntaria Fotini Sfantos, mientras muestra los registros de visitas y de pacientes.

“Cada día recibimos una media de 15 visitas”, explica Sfantos, “y el día que repartimos medicinas hay cola”. La clínica social dispensa medicamentos donados por otros pacientes, pero eso no significa que puedan garantizar un tratamiento: “Ahora mismo hay un paciente que ha de tomar dos pastillas diarias para el corazón, pero nosotros hemos tardado más de una semana en conseguir el medicamento –Brilique, de 81 euros cada envase–, tiempo en el cual ha estado sin tratar”.

Si bien en la clínica se ofrecen “todas las especialidades”, lo que llena de orgullo a los voluntarios es la farmacia. “This is the magic”, anuncia Iliopoulou Vassiliki al abrir la puerta. Bióloga jubilada, explica que en la farmacia trabajan 85 personas, ya sea con el transporte de las medicinas, su revisión o catalogación.

No en vano tienen medicamentos contra el cáncer con etiquetas que marcan precios de hasta 3.000 euros. ¿Quién puede pagarlo sin la ayuda de un seguro médico?

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