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La gobernadora que ha tomado las armas contra el avance talibán en Afganistán
Análisis
En diciembre de 2001, un equipo de marines recuperó la embajada de EEUU en Kabul y levantó la misma bandera que se había retirado en 1989 al abandonar el edificio poco antes de la invasión soviética. “Estamos aquí. Y estamos para quedarnos”, dijo el entonces enviado especial, James Dobbins, celebrando la huida de los talibanes de la capital. Después de 20 años de guerra sin tregua contra los insurgentes, Washington ha anunciado esta semana el despliegue de 3.000 soldados en la capital afgana para una evacuación parcial de la embajada ante el espectacular avance talibán. Todo ello coincidiendo con lo que se suponía que era el final de la guerra y la retirada estadounidense.
En mayo, justo cuando empezaba la retirada de EEUU, los talibanes lanzaron una gran ofensiva en el país que se ha recrudecido en los últimos días. Según los datos de la web independiente y basada en información de prensa Long War Journal, los insurgentes controlan 242 distritos del país, lo que representa el 59,5% del total. El Gobierno solo tiene en su poder 65 (16%) y otros 100 están en disputa (24,5%). En una semana han caído 12 de las 34 provincias y 14 capitales.
Para Washington, esto no es ninguna sorpresa. En los últimos meses, miembros de la Casa Blanca, la comunidad de inteligencia y otras agencias del Gobierno habían avisado de lo que podía pasar, pero no fue suficiente para cambiar los planes del presidente Biden.
Estados Unidos no parece haber aprendido las lecciones de su retirada en Irak donde también existían numerosas advertencias. Barack Obama había llegado al poder prometiendo terminar con el fantasma iraquí y aplicó una política de progresiva desconexión. Sin embargo, los cazas y soldados estadounidenses tuvieron que volver a los dos años y medio después de su retirada para combatir al Estado Islámico, que había aprovechado muy bien las consecuencias de la guerra para crecer y conquistar buena parte del país.
“No podemos liberar a Irak de todos aquellos que se oponen a EEUU. No podemos patrullar las calles de Irak hasta que estén completamente seguras. No podemos sostener indefinidamente un compromiso que costará al pueblo cerca de un billón de dólares. La situación ha mejorado y pretendo sacar a todos los soldados estadounidenses a finales de 2011”, dijo Obama en 2009.
Aquella declaración recuerda mucho al mensaje de Biden del pasado mes de abril en el que anunció la retirada de Afganistán: “Nadie quiere decir que nos deberíamos quedar en Afganistán para siempre, pero insisten en que ahora no es el momento adecuado para irse. ¿Cuándo será el momento adecuado? ¿Un año más? ¿Dos? ¿Diez?”. Ambas declaraciones, tanto la de Obama como la de Biden, dan a entender que la victoria no es absoluta y que la amenaza persiste. Antes de tomar la decisión, el secretario de Defensa, Lloyd Austin III, le recomendó no hacer una retirada completa. “Hemos visto esta película antes”, le dijo al presidente.
¿Qué película? Suena a Irak. Frente a las intenciones de Obama, tanto el general David Petraeus, entonces comandante de las fuerzas en Irak, como el embajador estadounidense en Bagdad, Ryan Crocker, dijeron a Obama que era mejor no hablar de fechas. “Establecer una fecha arbitraria es simplemente decirle al enemigo cuánto tiempo tiene que esperar. Y eso puede ser muy peligroso. Eso fue lo que argumentamos”, dijo Crocker.
La política a partir de entonces era tratar a Irak como un Estado de igual a igual sin vincularse demasiado y apoyar al primer ministro Nuri al Maliki a pesar de su sectarismo (bien conocido en Washington) contra la población suní. Ese sectarismo se disparó tras la retirada de EEUU y sirvió de catalizador para la expansión del Estado Islámico.
“Nos desvinculamos de Irak no solo militarmente, sino también políticamente. La guerra había terminado y estábamos fuera. Se pensó que había que dejar caer las fichas por sí mismas… Bueno, creo que no pensamos lo suficiente cuántas fichas iban a caer y cuáles serían las consecuencias”, dijo Crocker.
“Que Maliki era un problema era una advertencia continua que yo y que otros antes que yo ya habíamos hecho”, dijo el embajador de EEUU en Irak de 2010 a 2012, James Jeffrey. “El presidente había tomado la posición de que Irak había sido un error y que habíamos terminado la guerra. Si vemos cosas que no nos gustan, llamaremos desde la vicepresidencia como hacemos con otros 150 países en situación similar”. Cuando ISIS ya era una realidad y Maliki pidió auxilio, Obama respondió enviando de nuevo sus fuerzas militares a Irak para luchar contra la organización terrorista, que suponía una amenaza global.
Estados Unidos aceptó su retirada de Afganistán en un acuerdo firmado con los talibanes en febrero de 2020 a cambio de que estos comenzaran negociaciones de paz con el Gobierno de su país y de que no permitiesen a Al Qaeda u otros grupos terroristas utilizar su territorio para atacar a EEUU. Paradójicamente, después del acuerdo, la violencia en el país se disparó y las víctimas civiles aumentaron un 47% en la primera mitad de 2021. A este ritmo, este será el año más sangriento desde que se comenzaron a contabilizar víctimas en 2009.
Dado que las negociaciones entre los talibanes y el Gobierno afgano no prosperaban, EEUU planteó una serie de propuestas, entre ellas la creación de un gobierno interino que el Ejecutivo afgano rechazó frontalmente. El secretario de Estado Antony Blinken envió una carta al presidente afgano, Ashraf Ghani, que fue percibida por muchos como una forma de presión para llegar a un acuerdo con los talibanes, pero que a su vez revela que Washington sabía que la situación en materia de seguridad era más que delicada.
“Estamos considerando la retirada completa de nuestras fuerzas para el 1 de mayo, mientras estudiamos otras opciones. Incluso con la continuación de la asistencia financiera de EEUU a sus fuerzas tras una retirada militar estadounidense, me preocupa que la situación de seguridad empeore y que los talibanes puedan conseguir rápidas victorias territoriales. Lo dejo claro para que entienda la urgencia de mi tono”, señaló Blinken en su carta.
Por otro lado, la comunidad de inteligencia concluyó en junio que el Gobierno de Afganistán podría caer entre seis y doce meses después la retirada de EEUU, según informaron varias fuentes al diario Wall Street Journal. Sin un cambio radical sobre el terreno, parece que ese es el camino.
Cuando EEUU se retiró de Irak en 2011, Al Qaeda estaba debilitada, pero no derrotada. El sectarismo de Maliki, la desconexión estadounidense y la guerra en Siria, entre otros muchos factores, favorecieron su fortalecimiento hasta su conversión en el poderoso Estado Islámico de Abu Bakr al Baghdadi. En Afganistán, a pesar del acuerdo entre los talibanes y EEUU, los insurgentes no han roto sus vínculos con Al Qaeda.
“Entramos en guerra con unos objetivos claros y los hemos logrado. Bin Laden está muerto y Al Qaeda está degradada”, afirmó Biden durante el anuncio de retirada.
Sin embargo, según un informe de la ONU de mayo de 2021 –posterior al anuncio del presidente–, “los talibanes y Al Qaeda siguen estrechamente aliados y no muestran indicación de romper esos vínculos”. “Al Qaeda está presente en al menos 15 provincias afganas y miembros del grupo han sido recolocados en áreas más remotas por los talibanes para evitar una posible exposición y ataque”.
A todo ello se suman las evaluaciones excesivamente optimistas sobre el estado y fortaleza de las fuerzas de seguridad afganas durante años.
“Con las fuerzas de seguridad de Afganistán luchando por controlar la ofensiva talibán, la actual situación hace especialmente relevante este informe de lecciones aprendidas. Un tema central del informe es la tendencia al excesivo optimismo, es decir, favorecer las buenas noticias frente a los datos que sugieren una falta de progreso. Durante años se dijo a los contribuyentes estadounidenses que, aunque las circunstancias eran difíciles, el éxito era alcanzable”, sostiene el último informe –publicado el 31 de julio– de SIGAR, una agencia independiente del Gobierno de EEUU encargada de supervisar la reconstrucción de Afganistán.
La última de esas declaraciones demasiado optimistas fue la del portavoz del Pentágono John Kirby el pasado 11 de julio: “[Las fuerzas de seguridad] tienen mucha más capacidad de la que han tenido nunca antes. Saben cómo defender su país”.
“Se han destinado más de 88.000 millones de dólares a apoyar el sector de la seguridad de Afganistán. La pregunta si ese dinero se ha gastado bien se responderá finalmente con el resultado de los combates sobre el terreno”, señala el informe de SIGAR.
Y los resultados, de momento, no son nada prometedores.
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