En el laboratorio italiano de la ultraderecha: “El éxito de Meloni es que el PP europeo la acepte como socia”
La ultraderechista Giorgia Meloni ha pasado, en solo dos años, de gritar a favor de la cruz católica en un mitin de Vox a primera ministra de Italia cortejada por la derecha europea tradicional de cara a los pactos tras los comicios del 9 de junio. La normalización política de la líder de un partido heredero del fascismo es uno de los experimentos que la corresponsal de La Vanguardia en Roma, la periodista Anna Buj, ha presenciado desde primera fila y que recoge en el libro 'Laboratori Itàlia' (Pòrtic).
“El éxito de Meloni es que el PP europeo la acepte como socia”, explica Buj, que avanza el siguiente objetivo de la líder italiana tras el 9J: convertirse en grupo bisagra o lo que en Bruselas se denomina king maker, es decir, tener la llave para decidir ciertos cargos o políticas. “Su sueño era dejar de estar proscrita y que desaparecieran los cordones sanitarios alrededor de la extrema derecha. Ya lo ha logrado”, asevera.
Sin prejuicios y con muchos kilómetros recorridos, Buj retrata a través de testimonios únicos, bien aliñados con el contexto histórico imprescindible al hablar de Italia, unas características que resultan familiares y que han servido de caldo de cultivo de la extrema derecha: servicios públicos diezmados, la importancia de la familia como sustento en momentos de crisis, una progresiva desindustrialización en favor del turismo, la despoblación y el envejecimiento y una desigualdad galopante norte-sur (más acentuada en el caso italiano).
El libro también aborda fenómenos únicos made in Italy: el trumpismo antes de Trump con Silvio Berlusconi o el silencio del pueblo de Sicilia donde un líder mafioso 'se escondió' (iba al restaurante a comer pizza) durante 20 años. Y los secretos que esconden las llaves de los Museos Vaticanos, como la trastienda del supermercado solo para sacerdotes y trabajadores del microestado.
A nivel político, sobresale en el libro el relato de los orígenes y el auge de Meloni. Originaria del barrio popular de Roma de Garbatella, de familia humilde y admiradora de Mussolini en su juventud, vio su oportunidad tras la última de las periódicas crisis de Gobierno que concatena Italia con la renuncia de Mario Draghi.
El primer paso de Meloni fue convencer al mundo del dinero. “Vio que para gobernar necesitaba que los mercados se fiaran de ella, y empezó a dar entrevistas en medios internacionales como Bloomberg o Reuters para dejar claro que seguiría las normas del juego”, explica la corresponsal.
Después vino Europa. “Meloni quiso remarcar que la pertenencia a la Unión Europea no estaba en cuestión”. En paralelo, agrega Buj, la ultraderechista confesó al diario La Stampa que sus andanadas en un acto de Vox habían sido un error. “Se arrepintió de su tono, que era el que había mantenido durante todos sus años en la oposición”, cuenta.
Lavado de imagen y normalización
El lavado de imagen de Meloni continuó tras su llegada al poder. Buj describe que la primera ministra ha realizado un “doble juego”, consistente en un alineamiento total con las potencias occidentales y la OTAN en política exterior –apoyo cerrado a Ucrania en contraste con los contactos con el Kremlin de su socio de la Liga, Matteo Salvini– para, en casa, llevar a cabo una regresión de derechos.
“Solo hay que ver el cambio de Úrsula Von der Leyen”, ejemplifica Buj. La presidenta de la Comisión Europea, en plena campaña electoral italiana de 2022, defendió que había “herramientas” necesarias si las cosas iban en una “dirección difícil”. Con Meloni ya en el poder, destaca Buj, Von der Leyen pasó a mostrar “sintonía” con la primera ministra, incluso con viajes conjuntos a Ucrania o sobre pactos migratorios.
Y de ahí a la “homologación total” de Meloni –amiga personal de Santiago Abascal– que en esta campaña de las europeas, ahonda Buj, han realizado no solo Von der Leyen, sino también otros líderes conservadores europeos como el presidente del PP español, Alberto Núñez Feijóo, o el europeo, Manfred Weber.
“Meloni siempre ha dicho que quiere trasladar a Europa su pacto de derechas y extrema derecha en Italia para desplazar a los socialdemócratas. Y en eso está, a la espera de que el PP decida con qué ultraderecha se puede pactar y de si forma un gran grupo con Marine Le Pen”, apostilla la corresponsal.
Si bien Meloni ha querido llevar la bandera antiinmigración, otras medidas de extrema derecha, que implican cambios culturales profundos, se han introducido “sin hacer mucho ruido, prácticamente a escondidas”, alerta Buj. Ejemplo: el Gobierno de Meloni nunca dio una rueda de prensa para explicar una enmienda que había colado en una votación parlamentaria que permitió financiar con fondos de recuperación europeos a grupos antiabortistas.
Buj advierte además de que no se debería infravalorar a Meloni, en especial dada la “habilidad” comunicativa que, a su juicio, ha mostrado durante el episodio de censura que ha colmado la paciencia de los trabajadores de la televisión pública italiana. “El monólogo de Antonio Scuratti fue censurado en la RAI, pero ella colgó el texto en sus redes sociales para intentar desmentirlo”, expone Buj, que también señala la paradoja de Meloni cuando sale el fantasma de Mussolini: nunca reivindicará al dictador como hizo en su juventud, pero siempre se ha negado a definirse públicamente como “antifascista” en un país que consagra el antifascismo en su Constitución.
“Pero no todos los votantes de Meloni son de extrema derecha”, defiende Buj, que recuerda que en solo cuatro años su partido, Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en italiano), pasó de un 4% a un 26% de apoyo del electorado. “La gente al final votó más a la contra y por la única formación que no había estado en el gobierno Draghi”.
Para entender la llegada al poder de la líder de FdI, la corresponsal constata que Meloni pescó en un río revuelto de cansancio y auge del nacionalismo del electorado –tanto clases populares como pudientes– tras varios gobiernos tecnócratas y operaciones palaciegas para escoger a un premier.
A todo ello hay que sumar el descalabro y la falta de alternativas de la izquierda. “El Partido Democrático se ve en Italia como un partido del establishment que ha dejado de defender a los vulnerables en un país con mucha precariedad, y que solo está interesado por el poder”, considera Buj, que no ve opciones para que el PD vuelva a mandar a corto plazo. Meloni ha dado con la fórmula para permanecer en el poder del país occidental que en su día tuvo más afiliados al Partido Comunista.
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