A finales de 2014, Kim Kataguiri, un estudiante de 19 años, reflexionaba desde una terraza de São Paulo sobre la ideología del Movimiento Brasil Livre (MBL), que está liderando las protestas contra la presidenta Dilma Rousseff desde su reelección: “Nunca dejaremos que nuestro país esté bajo una dictadura totalitaria”. Kim y la cúpula del MBL componen una foto bizarra: estética hipster, neoliberales hasta la médula “al estilo de Margaret Thatcher y Ronald Reagan”, favorables a la privatización de los servicios básicos. En 2014, el recién formado MBL apenas conseguía reunir entre 2.000 y 10.000 personas en sus manifestaciones Pero la maquinaria estaba en marcha. La furia generaliza contra el Partido de los Trabajadores (PT) y contra Dilma estaba en el aire tras el escándalo del Lava Jato, el mayor caso de corrupción de la estatal Petrobrás. Y la indignación que llenó las calles de Brasil en junio de 2013, diluida pero existente, era el caldo de cultivo perfecto para esta pandilla de jóvenes cool que navegan sueltos en el marketing y las estrategias en las redes sociales.
No es casualidad que el Movimiento Brasil Livre, el MBL, que se define como “apartidista”, se confunda sonoramente con el Movimiento Passe Livre, el MPL, que encendió las calles en junio de 2013. Una letra – una B en lugar de una P – que es un abismo: el MPL es un movimiento autónomo de izquierda radical. Pero todo vale en el calculado camuflaje-caza-indignaciones. La rabia, vía el corruptómetro creciente de Petrobrás, se iba canalizando hacia la clase política. Y concretamente contra el gobierno, que ganó por la mínima las elecciones de 2014.
Las manifestaciones de finales de 2014 contra Dilma provocaban risa y desprecio entre los activistas, por su supuesto carácter ultra derechista: el rockero Lobão pidiendo impeachment sobre un camión, algunos trasnochados soñando con un golpe militar. Pero la sutil maquinaria hipster del Movimiento Brasi Livre (MBL) estaba en marcha, secuestrando indignaciones. El MBL realizó a finales de enero una aula pública con la temática del MPL (transporte urbano) en un lugar icónico de los movimientos de izquierda: el Museo de Arte de São Paulo de São Paulo. No era una coincidencia. El MBL iba tejiendo su plan con el movimiento VemPraRua (que utilizando el grito de las protestas de 2011 luchan para derrumbar al PT del poder) y el grupo Revoltados On Line (que llegan a defender el golpe militar). El plan: la convocatoria de una protesta nacional el 15 de marzo.
Y el clima social se iba enervando contra la austeridad de Dilma y el dólar a ras de cielo. Los camioneros paraban el país vía WhatsApp. Los profesores del Estado de Paraná tomaban las calles contra los ajustes fiscal. Cierto, el enemigo era su gobernador, Beto Richa, del conservador Partido de la Sosical Democracia Brasilera (PSDB), de Aécio Neves. Pero en Brasil, todos los caminos indignados, vía grandes medios, llevan a Dilma. Sin embargo, hasta el pasado día 08, cuando un cacerolazo se expandió por Brasil mientras Dilma escupía un discurso lleno de clichés, la convocatoria del 15 de marzo parecía irrelevante. El cacerolazo - cocinado entre WhatsApp, las redes y la ayuda automática del altavoz de los grandes medios - dio un vuelco a la situación. Un cacerolazo que los fieles del PT ridiculizaron como gourmet o incluso como síntoma del golpismo de las élites. Otro resbalón de percepción: el eco de las cacerolas indignadas resonó también en las periferias. El estudio del propio gobierno que revelaba el desplome de la popularidad de la presidenta hasta un 7% fue la gota que desbordó los nervios petistas. Y el PSDB intentó subirse a la ola y apoyó oficialmente la convocatoria del #VemPraRua15Março. Y todo estalló y/o se desmoronó.
Divorcio con la izquierda
Paralelamente a la indignación de las derechas, las clases medias y los hipsters neocon, otra placa tectónica se desplomaba bajo el suelo del PT: la pérdida de apoyos de sus bases, de las izquierdas y de muchos de los jóvenes-y-no-tanto que tomaron las calles en junio de 2013. El claro giro a la derecha del nuevo gabinete de Dilma se juntó a las nuevas medidas de austeridad, a los retrasos en el pago en las universidades públicas, al recorte de derechos de los trabajadores y al aumento de impuestos a las clases medias sin tocar las altas. Y el Gobierno Dilma optó por continuar con la peor de las estrategias posibles, la que le ha llevado a un surrealista callejón sin salida: apostar por convocar una marcha de apoyo al Gobierno el día 13, para contrarrestar el clamor del #VemPraRua25março. La apuesta, como en las elecciones de 2014, era forzar la polarización de la izquierda frente y la derecha, del supuesto gobierno popular y los neoliberales, del pueblo frente a las élites. ¿Pero se puede pedir ayuda a las izquierdas y a los movimientos sociales después de haber diseñado el gobierno más conservador y neoliberal de la era del PT? ¿Después de autorizar un rodillo represor de calles y redes que ha llevado a cientos de activistas a la cárcel? ¿Después de masacrar a los pueblos indígenas de la Amazonia con faraónicas obras neodesarrollistas? ¿Después de ningunear y ridiculizar a la gran mayoría de las personas que tomaron las calles en junio de 2013? ¿Después de haber linchado públicamente a los ecologistas y a los que apoyaban a Marina Silva en las elecciones de 2014?
Pablo Ortellado, profesor de política de la Universidad de São Paulo, resume así el contradictorio callejón sin salida del PT: “(el Gobierno) hace políticas alineadas con la derecha que no lo apoya (en verdad, trabaja por su caída) e inviabiliza cualquier apoyo de la izquierda, con cuya ayuda se reeligió. Así se aisla políticamente y va caminando para el abismo”. Girar a la derecha para contentar a los aliados políticos y a las élites es un error de bulto de Dilma & Lula (todavía activo en la sombra): para el establishment político, los medios y la masa enfurecida el PT siempre será “bolivariano”, “comunista” o “estalinista”.
La manifestación del pasado viernes, a pesar de que el ejército digital petista aupó el hashtag #Dia13DiadeLuta, fue un fracaso: 41.000 personas en la mejor de las hipótesis en la Avenida Paulsita de São Paulo. Muchas banderas rojas, manifestantes de edad avanzada, fieles aliados como la Central Única de Trabajadores (CUT) (convocante), viejos métodos, micrófonos, líderes. Y poco más. Si el PT hubiera mantenido la esencia popular y de izquierdas que vendió como marca en las elecciones, la situación sería bien distinta.
Fotografía de la Marcha das Famílias (1964) y la de ayer en Rio de Janeiro (mismo lema)
La masa entra en acción
Y la masa sustituyó a la multitud plural y llena de pliegues subjetivos que definen Michael Hardt y Antonio Negri. O casi. Si en junio de 2013, una multitud heterogénea se mezcló en las calles del país con gritos plurales en una revuelta multi-causas, ayer tomó la calle una masa enfurecida sin apenas propuestas. Sin propuestas ni peticiones concretas. Como más odio y antipetismo que ideas constructivas. Tanto el día 13 en el acto pro Gobierno como ayer, la calle fue tomada por una masa más homogénea y manipulable que la multitud de junio de 2013. Los grandes medios, especialmente la Rede Globo, pusieron todo su empuje en la convocatoria contra el Gobierno de Dilma. Y la Policía Militar (PM) también hizo su parte: no usó su habitual violencia y fue generosa en el recuento: un millón de manifestantes apenas en São Paulo, dos millones en todo Brasil. La Folha de São Paulo fue más prudente, al hablar de un millón de manifestantes en todo el país (240.000 en São Paulo).
Lo que es cierto es que el #VemPraRua15M desbordó todas las previsiones. Playas vacías y avenidas marítimas ocupadas en Salvador de Bahía, Recife, Maceio o Rio de Janeiro. La esplanada de los ministerios de Brasilia ocupada por miles de personas, mayoritariamente blancas, pidiendo el impeachment de la presidenta. Y hubo un lado más oscuro: la ultra derecha saliendo del armario con gritos y lemas de otras épocas. Dos muñecos de Dilma y Lula colgados en un viaducto. Pancartas defendiendo el golpe militar o elogiando el feminicidio. Y un cartel inmenso en la playa de Copabacana de Río de Janeiro con una frase de la Marcha de las Familias que sacudió la presidencia de João Goulart (1961-1964) y precedió a la dictadura: “Brasil no será una nueva Cuba”.
La red reaccionaria que el investigador de redes Fábio Malini ha bautizado como el #15M brasilero está compuesta por sentimientos anticomunistas, de combate a la corrupción, de intervencción militar. Abundan los principios patrióticos, el militarismo y “la negación del petismo”. Sin embargo, no todo fue tan binario en el 15 de marzo brasilero. Hubo algo de multitud. Algo no tan derechista. Algo más apartidista. Se vio algún cartel pidiendo Más Bolsas Familias y menos bolsas empresarios. Algunos mulatos y negros que se definían como de izquierda. Silbaron al diputado federal Jair Bolsonaro, un icono de la ultra derecha, e impidieron que hablara con un micrófono, detalle que confirma que la revuelta tiene un desafecto profundo con la clase política en general. Y la mayoría de la masa enfurecida demostró más indignación contra el Gobierno que deseos concretos de intervención militar. De hecho, el hipsterizado MBL usa un lema redondo: “sin bolivarianismo ni militarismo”.
El mismo Fábio Malini afirmó en una entrevista previa a las manifestaciones que “los dias 13-15 retratan una bipolaridad vencida por junho (de 2013)”. Y comprobó con algunos grafos que los actores de las jornadas de junio 2013, de las revueltas del Movimiento Passe Livre, el MPL legítimo, no estaban participando ni en las conversaciones de la tímida protesta del viernes 13 ni en las masivas manifestaciones del 15 de marzo. La mayoría de los activistas o actores de junio usan el humor para deslegitimar ambas convocatorias. Algunos dialogan en etiquetas como #Nem13Nem15. Aprovechan para denunciar la represión policial del último año. Y se ríen a carcajadas del denominado “gobernismo” y de los activistas y movimientos coptados por el PT para el Callejón Sin Salida de la Ex Izquierda. El PT y las izquierdas perdieron las calles de forma clamorosa. Ya no saben cómo hablar y convocar a las masas. Mucho menos, cómo escuchar a la multitud.
Grafo de Fábio Malini sobre la red conservadora del 15 de marzo brasileiro
¿Qué pasará en Brasil en los próximos meses? Con el dólar tocando techos históricos, el ajuste fiscal en marcha, la operación Lava Jato de Petrobrás y los grandes medios conservadores alentando a la masa enfurecida, el escenario para Dilma Rousseff es aterrador. Y el divorcio con los actores de las jornadas de junio y de una buena parte de los movimientos sociales coloca a la presidenta en una situación todavía más delicada. A la derecha está el abismo. Pero si gira hacia la izquierda, como pide la siempre fiel Revista Fórum en su editorial, ese magma de hipsters neocon y derechas patrióticas seguirán incendiando las calles. Y continuarán seduciendo a las masas. Seguirán en las calles de cualquier forma. Y se ganarán la simpatía de muchos jóvenes que se politizaron por primera vez pisando las calles en junio de 2013. El gobierno ha anunciado un paquete anticorrupción para los próximos días. Algo que puede ser insuficiente para muchos, que siempre considerarán al PT una guerrilla bolivariana cubanizada.
Entre las izquierdas, los activistas y los militantes de los movimientos el clima es de pánico. El impeachment, que parecía ciencia ficción hace semanas, empieza a asustar. Los gritos de la Avenida Paiulista pedían que el vicepresidente Michel Temer, del conservador Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB), asumiera la presidencia. Y teniendo el PMDB la presidencia del Congreso, cerrar el círculo de la traición al PT (su tradicional aliado) y maniobrar para conseguir los 3/5 del Congreso para el impeachment no es algo tan disparatado. Si la operación Lava Jato revela financiación ilegal de la campaña del PT, la peor hipótesis para Dilma podría ocurrir. Sin embargo, el escenario más probable, como apunta Antonio Lavareda, profesor de la Universidad de Pernambuco, es que Dilma de más espacio al PMDB y complete a trompicones un mandato a la defensiva, sin conseguir imponer casi nada en la agenda.
Desde algunos rincones de la sociedad brasilera surgen algunas iniciativas para romper la lógica binaria que ha transformado el otrora Tigre Tropicalista del Crecimiento Económico en un país en clima bélico. El filósofo y activista Rodrigo Nunes insinúa que la clave para los movimientos y la ciudadanía está en recuperar el imaginario de las calles de junio de 2013 desde la “mobilización de afectos y deseos colectivos”, no desde el paradigma individualizante. El Círculo de Ciudadania, que está fraguando un partido movimiento progresista inspirado en PODEMOS, lanzó un manifiesto contra la falsa polarización. Un manifiesto a la izquierda del PT, desde las redes y las calles, proponiendo un nuevo camino: “¡Dilma, PT, PSDB y toda la casta no nos representan! No aceptaremos la falsa polarización entre dos partidos de la misma casta. No defenderemos a un gobierno conservador, corrompido y a la deriva. Tampoco caeremos en la cantilena de una oposición reaccionaria que quiere ocupar el Palacio de Planalto para atender a los mismos privilegios de siempre. En ese escenario, no resta otro camino que indignarse y luchar contra un poder que nos oprime y explota”.