Solo horas antes de que se anunciara el proceso de impeachment contra Joe Biden, algunos republicanos ya ponían mala cara. “El momento de hacer un impeachment es cuando aparezcan las pruebas que vinculen a Biden con un crimen y eso no ha pasado”, decía un congresista republicano, mientras otro añadía: “No he visto hechos o pruebas que me convenzan, ni a mí ni a nadie”.
Eso no lo discute ni siquiera la persona que ha puesto en marcha el proceso de destitución, el presidente de la Cámara de Representantes Kevin McCarthy (“mi Kevin”, en palabras de Donald Trump). El líder republicano se ha esforzado mucho para no decir que tiene “pruebas”, pero sí ha aclarado que tiene muchas “acusaciones” que “merecen más investigación por parte de la Cámara de Representantes”. Así ha justificado su decisión de iniciar el proceso.
Las “acusaciones” son conocidas: los republicanos sospechan que Biden se aprovechó de su cargo de vicepresidente de Barack Obama para favorecer a las empresas extranjeras que representaba su hijo Hunter y cobrar sobornos. Las “pruebas” deben de ser más difíciles de encontrar porque un comité de investigación dirigido por los republicanos en la misma Cámara de Representantes que preside McCarthy lleva ocho meses en ello y nada.
¿Que Hunter Biden presumía de padre para ganar dinero? Eso parece. ¿Que era un tipo bastante turbio? Seguro. ¿Que Biden padre colaboraba con él y recibía su porcentaje? Nada de nada, de momento. Aun así, Kevin McCarthy quiere que la investigación prosiga en forma de impeachment para “ir hasta donde nos lleven las pruebas”. Tan convencido está que ha tomado la decisión él solo, sin someterla a votación a pesar de que se había comprometido a ello. Aunque los republicanos tienen la mayoría en la cámara, las dudas de muchos moderados podrían haberle supuesto la derrota.
La estrategia detrás del impeachment
Los analistas más malvados ven en este impeachment un procedimiento con nulas posibilidades de acabar en la destitución de Biden, pero que puede solucionarle a McCarthy algunos problemas políticos acuciantes. El principal beneficio que obtiene es darle un gusto al ala más ultra de su grupo parlamentario, con la que lleva a la gresca desde que le hicieron pasar por 15 votaciones antes de darle su apoyo para presidir la Cámara de Representantes. Para asegurarse aquella victoria pírrica, tuvo que prometerles muchos recortes presupuestarios que ahora no quiere o no puede cumplir, pero hacerle un impeachment a Biden es un gesto que no le cuesta un dólar.
McCarthy necesita a sus ultras contentos ahora porque, si no tiene su apoyo para aprobar un presupuesto a finales de mes, el Gobierno de EEUU tendrá que detener toda actividad que no sea un servicio esencial porque no tendrá cómo pagarla. Con este impeachment a Biden, McCarthy espera sembrar un poco de buena voluntad, aunque algún congresista ultraconservador ya le ha dicho que eso de “dar pasitos de bebé sin una estrategia” no le va a valer para cambiar una cosa por la otra.
Otro beneficio adicional para McCarthy es darle una alegría a Trump, que ha estado moviéndose entre bambalinas para conseguir apoyos al impeachment. A nadie se le escapa que el expresidente, con al menos cinco juicios abiertos, puede aprovechar la circunstancia de esta “acusación” a Biden para hacer una falsa equivalencia de que “ambos” tienen problemas legales, cuando las pruebas contra uno y otro no tienen de momento nada que ver.
Todos los impeachment son operaciones políticas, pero este tiene una ventaja añadida para el más que probable candidato republicano a la presidencia: mientras que los demócratas no tienen ningún control sobre los tiempos del proceso judicial a Trump y las fechas de sus juicios, ni tampoco pueden decidir sobre el juicio por el que va a pasar Hunter Biden próximamente, los republicanos sí que pueden organizar las comparecencias del impeachment al presidente Biden como mejor les venga, del modo más perjudicial posible para su campaña de reelección.
En sus primeros 200 años de historia, EEUU vivió un solo impeachment presidencial, y si los republicanos siguen adelante este sería el tercero en cuatro años. Nunca en la historia un presidente ha sido destituido mediante impeachment y, salvo enorme sorpresa, esta no será la primera vez.