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El paso atrás de Merkel marca el fin de un liderazgo en Europa dominado por la austeridad y los recortes frente a la crisis

Andrés Gil

29 de octubre de 2018 20:19 h

Margaret Thatcher y Ronald Reagan pasaron a la historia como los cabecillas de la revolución liberal; Helmuth Kohl y François Mitterrand, como quienes transformaron diferencias seculares en impulso político más allá de sus fronteras. Y Angela Merkel (Hamburgo, 1954) pasará a la historia como la primera mujer en gobernar Alemania, pero también como quien decretó las recetas más duras durante la peor crisis económica de los últimos tiempos en Europa.

En 2008 decían querer “refundar el capitalismo sobre bases éticas”. En 2011, se conjuraron para refundar la Unión Europea. Pero lo que terminaron haciendo Angela Merkel y sus sucesivos aliados en el corazón de Europa no fueron grandes y ambiciosos proyectos políticos por los que ser recordados, sino aplicar las políticas económicas ortodoxas durante los años de recesión: es decir, austeridad y recortes para enderezar las cifras macroeconómicas de déficit y deuda pública, que son los indicadores por los que se guía la Unión Europea para decretar la salud de un país.

Angela Merkel ha anunciado este lunes que no se presentará a la reelección como canciller alemana –en 2021– ni como máxima dirigente de su partido, la CDU –en diciembre–. Y, con ella, se marcha una forma entender y hacer política en Europa, más pensando en el déficit y la deuda que en la desigualdad, la integración norte-sur o la democratización de las instituciones políticas y económicas de las instituciones europeas.

La Unión Europea nace tras la Segunda Guerra Mundial con dos grandes impulsos: la reconciliación francoalemana después de dos grandes guerras y la construcción de un modelo social en oposición al bloque soviético, al otro lado del telón de acero. Un modelo que intentaba ser una alternativa entre el capitalismo sin regulación de Estados Unidos y la economía planificada del Este. Y ese concepto de Europa no se puede entender sin la colaboración entre Francia y Alemania, porque lo que nace como una alianza comercial de seis países termina siendo una Unión con 28 y una moneda única.

Angela Merkel se convierte en 2005 en la primera mujer que accede a ser canciller alemana, y en la primera dirigente criada en el Este que gobierna la Alemania unificada. Llega tras el socialdemócrata Gerhard Schröder, y aspira a heredar el espíritu del anterior canciller de la CDU, Helmut Kohl, aliado permanente del socialista francés François Mitterrand.

Pero el estilo de Merkel siempre fue otro, pragmático, quizá por eso conectaba bien con Mariano Rajoy, ambos poco dados a las estridencias. Y, cuando las primas de riesgo de los países se disparaban en relación con el bono alemán –¿casualidad que el bono alemán fuera el fiel de la balanza para determinar la salud de una economía?–, ella aparecía firme ante la población europea: austeridad, austeridad y austeridad. Y cuando Grecia suplicaba en 2015 una salida que no tuviera que ver con los memorandos que hacían más pobres a sus pobres y jubilados, Alemania lideraba la respuesta: nicht, nicht, nicht.

Una frialdad que se evidenció en cómo contestó a una migrante en un programa de televisión en 2015, que acabó llorando ante las cámaras.

El adiós de Merkel no llega por casualidad este lunes. Se produce 24 horas después de un nuevo retroceso electoral de su partido, esta vez en Hesse, después del batacazo de sus socios de la CSU en Baviera hace dos semanas. De hecho, Merkel ya gobierna con unos malos resultados en las elecciones de 2017, salvada por el SPD, que tampoco termina de tocar fondo. Los dos partidos están, cada uno, en torno al 24% y al 15% respectivamente en todo el país según las encuestas, cuando no hace tanto entre ambos sumaban casi el doble.

Merkel es la demiurga de una grosse koalition prolongada en el tiempo más como solución a los problemas internos de los partidos y a su razón de ser como máquinas electorales e institucionales, que a los de los ciudadanos, y la crisis de ese modelo con el castigo electoral reiterado en las últimas citas regionales presenta un horizonte nuevo, con un alza de la extrema derecha y unos verdes dispuestos a ser alternativa en el voto del centroizquierda.

Merkel se marcha, y deja Alemania con una fórmula de gobierno agonizante y una Unión Europea burocratizada en sus déficits democráticos, encorsetada en sus ortodoxias económicas, bloqueada en el Brexit, sin proyecto de futuro y sin nadie que lo lidere. Y con la extrema derecha amenazando con desbordar el precario equilibrio de populares y socialdemócratas construido tras la Segunda Guerra Mundial.