La odisea del cura ucraniano de Getafe: atrapado en Ucrania tras ir a buscar a su mujer y su bebé antes de la guerra
Sus maletas se encontraban en un coche rumbo a España desde Ucrania. El equipaje de mano ya estaba listo para la tarde del día siguiente, 24 de febrero, cuando Andriy Stefanyshyn y Mariana Stefanyshyn, junto a su bebé, planeaban tomar un tren a Kiev desde donde cogerían un vuelo con destino Madrid. La familia no preparaba su huida del país ante una posible guerra, sino su vuelta a casa, a Getafe, donde él presta servicio como sacerdote en la parroquia Santa Teresa de Jesús y es responsable de la Capellanía ucraniana de la Diócesis del municipio madrileño.
Sus maletas llegaron a su destino, pero ellos no.
Las palabras de la madre de Mariana les despertaron ese jueves 24 de febrero: “Ha empezado la guerra”. El inicio de la invasión rusa a Ucrania y el cierre de los aeropuertos precipitaron un cambio de planes. La familia intentó desplazarse a la frontera con Polonia a primera hora de la mañana, pero las largas esperas para repostar gasolina y los atascos kilométricos retrasaron su llegada hasta casi la noche. Mientras aguardaban su turno, cuentan, la pareja había visto cruzar el paso fronterizo a mujeres, hombres y niños; pero poco antes de alcanzar el control, las autoridades fronterizas anunciaron a gritos la directriz que aún sigue vigente: “No pueden salir los hombres entre 18 y 60 años”.
Ahora, él está en Ucrania. Y ella le espera, aún incrédula, en la casa de su hermana, en República Checa.
Coleta baja, pronunciadas ojeras, rostro serio. El aspecto y la forma de hablar de Mariana evidencian el cansancio y la ansiedad de los últimos días. “Mi reacción fue muy mala, yo no podía creerme que eso fuera posible, porque él tiene la tarjeta de residencia española”, dice Mariana Stefanyshyn a elDiario.es por videollamada desde la casa de su hermana. “Nos quedamos, apartados, una hora y media más en la fila, porque guardaba la esperanza de que me dejasen pasar. Enseñé mi permiso de residencia en España, los papeles que demuestran mi servicio como sacerdote, expliqué que no estaba obligado a ir a las tropas...”, cuenta el padre Andriy por teléfono desde la casa de sus suegros, ubicada en un pueblo del oeste de Ucrania.
La respuesta, como la recibida por todos los hombres ucranianos desde ese momento, fue tajante. No podía salir: “Fue muy difícil cuando estás tan cerca de pasar y no se puede, pero, por otro lado, estoy aliviado de que mi mujer y mi hija estén a salvo y vayan a estar bien”.
“Yo estaba muy desesperada, no quería cruzar la frontera sin mi marido, pero él insistió, dijo que no podemos poner en peligro a la niña, porque en este momento es lo más importante y hay que protegerla. Y solo por eso yo me fui sola con ella”, cuenta ella, quien aún confía en que su marido pueda salir pronto del país. Según los últimos datos de Acnur, un millón y medio de refugiados han huido de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa.
Visita truncada por la guerra
El sacerdote había viajado a su país cuatro días antes del ataque ruso para recoger a su mujer y su hija, quienes habían pasado una temporada en Ucrania para solucionar una serie de trámites relacionados con su permiso de residencia en España. Ambos viven desde hace cerca de dos años en Madrid y su niña ha nacido en España.
“Hace mucho tiempo que no visitábamos nuestro país, casi tres años y teníamos la posibilidad de ir para ver a mis padres enseñarles a la nieta, y nos fuimos… Luego yo me quedé con la niña un poco más para arreglar unos papeles. Nadie se podía imaginar que pudiese pasar esta situación”, recuerda Mariana. “Andriy vino el lunes, el 21 de febrero, para recogernos de Ucrania para irnos a España todos juntos, pero el 24 estalló la guerra y él no pudo salir. Él vino solo para cuatro días. Teníamos ya comprados los vuelos para el 25 de febrero”.
Ella, desde República Checa, se siente impotente. Su casa está en Madrid, pero retrasa el momento de volver a su hogar sin él. Allí se mudó hace dos años, cuando Andriy fue destinado a la parroquia Santa Teresa de Jesús de Getafe. “De momento voy a estar aquí, pero no sé cómo irán las cosas más adelante. Quiero volver a España, pero tengo la esperanza que de alguna manera a mi marido le dejen salir del país y podamos ir juntos. Ojalá alguien pueda ayudarle, porque realmente desde Madrid él puede aportar a Ucrania muchísima más ayuda que estando allí en el refugio”.
Asumir la situación
Desde Vistova, un pueblo ucraniano situado en la provincia de Ivano-Frankivsk, el padre Andriy responde el teléfono con amabilidad, aunque advierte que no tiene mucho tiempo. Está coordinando en la distancia el envío de ayuda a Ucrania organizado desde la parroquia de Getafe, convertida en punto clave para la comunidad ucraniana en Madrid, donde residen 23.356 personas con esta nacionalidad. También participa, como un vecino más, en la movilización de su pueblo para habilitar refugios ante la posibilidad de que las tropas rusas ataquen su región, que por el momento no ha sido objetivo de bombardeos rusos, a excepción del aeropuerto más próximo.
“Esperemos que todo termine pronto, pero nos estamos preparando por si llegan las tropas rusas. Preparamos los sótanos para que haya agua, mantas, etc. para que la gente, en caso de que sea necesario, pueda pasar allí la noche”. También muestra con orgullo varias fotografías de las furgonetas cargadas de ayuda humanitaria con destino Ucrania en los alrededores de su parroquia, en Getafe. Como él no está, da indicaciones desde su país a otros párrocos españoles y voluntarios que le apoyan en la tarea.
Ha llamado a varias puertas para saber si, en su caso, tendría alguna posibilidad para salir del país. La embajada de Ucrania en España considera imposible su salida en estos momentos. Los servicios consulares de España en Ucrania “no responden”. Aunque piensa que el lugar donde debería estar es la parroquia española donde se le encomendó prestar servicio, el sacerdote no se queja, se mantiene tranquilo, acepta la situación y agradece la “solidaridad” mostrada con Ucrania por la diócesis de Getafe, desde donde reconocen a elDiario.es que no han realizado ninguna gestión oficial para pedir la salida del país del religioso.
La impotencia de Mariana
Mariana se muestra impaciente, porque ella no cuenta con la tranquilidad de saber que tu familia se encuentra a salvo. Preferiría estar en Ucrania pero no lo hace, cuenta, porque siente el deber de proteger a su bebé: “Llamo a Andriy siempre que puedo. Aunque sean dos o tres minutos para preguntarle si está bien”.
El sacerdote también intenta responder rápido, para evitar alertar a su mujer, y evitar que tome la decisión de reunirse con él en Ucrania: “Tenemos que hablar varias veces. Todos los días me dice: 'Yo vuelvo, yo quiero estar a tu lado'. Yo le repito que 'no, que no, que es peligroso'. Varias veces al día tengo que bajar al sótano para escondernos, porque suenan las alarmas antimisiles y, aunque no han atacado nuestro pueblo, siempre está el riesgo. Se lo cuento, le repito que podría ser peligroso para la niña, intento sostenerla allí para que no venga. Porque quiere volver. Es difícil...”.
En cada videollamada, su hija mira la pantalla. “Interacciona con él, juega, le enseña algo, pero de momento no sabe hablar y no entiende nada sobre la guerra. Gracias a Dios que no lo entiende...”, describe Mariana. Es en este momento, cuando habla de su niña, cuando sus ojos empiezan a humedecerse.
El religioso cuenta a elDiario.es sus preocupaciones en relación al avance ruso, pero siempre incluye una coletilla: “Aquí, gracias a Dios, sigue tranquilo”. ¿Tiene miedo? “Claro, miedo todos tenemos, pero también hay que entender la situación”. ¿Daría el paso de ir a luchar para defender su pueblo? “Yo, como sacerdote, no puedo coger un arma. Mi arma es la oración y lucho a mi manera, ayudando a la gente”.
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