La ciudad de París y sus suburbios entrarán a partir de este lunes en zona de alerta máxima, la fase previa al estado de urgencia sanitario, es decir, a un confinamiento como el que se vivió en marzo. Como consecuencia, los bares de la capital tendrán que cerrar durante dos semanas, hasta el 19 de octubre. Los restaurantes podrán funcionar bajo el “estricto cumplimiento” de un nuevo protocolo sanitario que se va a detallar a lo largo de la jornada de hoy.
Este lunes, las autoridades francesas han confirmado las nuevas restricciones que afectarán a la capital. Las universidades restringirán la asistencia física a sus clases en un 50%, según han detallado. Quedan prohibidas las reuniones de estudiantes, así como otro tipo de eventos festivos, en establecimientos abiertos al público. Tampoco se autorizarán los eventos bajo carpas hasta el 19 de octubre.
Los pabellones deportivos y piscinas (salvo para actividades escolares) permanecerán cerrados, así como los gimnasios, que ya llevan una semana sin poder abrir. Las salas de juego y los salones de baile también tendrán que cerrar sus puertas.
Las bodas se limitarán estrictamente al enlace, sin convite posterior. Los centros comerciales limitarán la asistencia a un cliente por cada cuatro metros cuadrados de superficie. Sigue prohibida la venta de alcohol después de las 10 de la noche, así como las reuniones de más de 10 personas en la vía pública. Se permiten las visitas a las residencias de ancianos pero solo con cita previa, con dos personas como máximo.
El sistema de alerta diseñado por el Gobierno francés establece tres zonas rojas: de alerta, alerta reforzada y alerta máxima (escarlata)— en función de la tasa de incidencia y el porcentaje de pacientes con COVID-19 en la UCI. Una región se declara escarlata cuando sobrepasa tres indicadores: una tasa de incidencia de 250 casos por 100.000 habitantes en los últimos siete días, una incidencia de 100 casos por 100.000 en mayores de 65, y un 30% de camas de UCI ocupadas por enfermos por coronavirus. París tiene en estos momentos una incidencia de 270 casos por 100.000 habitantes en la última semana. En la ciudad de Madrid, esta tasa es de 776 en los últimos 14 días (único dato disponible) y en la Comunidad de Madrid la incidencia es de 234 en la última semana, con datos del pasado viernes.
Entre las personas mayores, otro de los umbrales, la tasa de incidencia en París es superior a 100 por 100.000. Y en la región parisina, Ile de France, el 36% de las camas de cuidados intensivos están ocupadas por pacientes de COVID-19, según han informado las autoridades galas.
Hasta ahora, solo Marsella y la isla de Guadalupe habían evolucionado hacia zonas de alerta máxima, experimentando restricciones severas como la clausura de bares y restaurantes. Hoy París se tiñe de escarlata y, durante los próximos 15 días, los bares –entendido como tal los establecimientos cuya actividad principal es la venta de bebidas alcohólicas– permanecerán cerrados. Los restaurantes podrán abrir siguiendo un protocolo sanitario.
En rueda de prensa, la alcaldesa Anne Hidalgo ha asegurado que “se tomarán todas las medidas para evitar los cierres y los despidos” en una situación económica que ha calificado de “muy degradada”. Sin embargo, Hidalgo ha recalcado que “la vida social y cultural debe continuar bajo las nuevas medidas porque es indispensable en nuestra ciudad”. Por otra parte, el Gobierno también urgido a empresas y trabajadores a recurrir al teletrabajo en las zonas de Francia más afectadas “siempre que sea posible”.
La pandemia se agrava
El anuncio no ha llegado por sorpresa: el pasado jueves, el ministro de Sanidad, Olivier Véran, comunicó que la región de París ya había superado los indicadores escarlata, cumpliendo así con todos los requisitos para entrar en fase de alerta máxima. Aun así, el Gobierno prorrogó la decisión hasta la noche del domingo en un intento desesperado por eludir restricciones drásticas y evitar, de ese modo, el descontento que se ha vivido en Marsella en estos últimos días.
“Estamos en una fase de agravamiento”, advirtió Olivier Véran. “El número de contagios por coronavirus se duplica aproximadamente cada 15 días”. Y es que la propagación del virus no sólo preocupa en París, sino también en ciudades como Marsella, Burdeos o Lyon, entre otras. A nivel nacional, los datos inquietan a medida que pasan las semanas: la tasa de positividad de los tests es de 8,2%, hay más de 1.300 brotes activos y este sábado el país batió un nuevo récord de 16.972 nuevos contagios y 49 muertes por COVID-19 en un día. Expertos y médicos hablan de un sistema frágil y caótico, y se muestran preocupados por el hecho de que Francia no pueda sobrevivir a una segunda ola de la misma magnitud que la primera.
¿Cómo ha llegado Francia hasta aquí?
En Francia no había ninguna duda de que septiembre sería un mes clave en la gestión de la pandemia: se hablaba de segunda ola, de recaída, de resurgimiento de la epidemia… Con la vuelta al colegio y el final de las vacaciones, el gobierno activó una serie de protocolos como el uso obligatorio de mascarillas en el trabajo y en las escuelas, así como en las calles de París y otras grandes urbes como Burdeos o Marsella. A finales de agosto, el primer ministro Jean Castex se comprometió a realizar un millón de tests PCR cada semana y, hace menos de un mes, presumía de haber convertido a Francia en “el tercer país que más pruebas realiza en Europa”. A su vez, cada región ha ido implementando sus propias restricciones en función de la evolución de la pandemia en cada territorio.
¿Por qué, a pesar de estos esfuerzos, las hospitalizaciones y los nuevos contagios aumentan semana tras semana? Médicos y expertos hablan de una situación caótica y alarmante, que se intensifica en las metrópolis, y lo atribuyen a dos factores: a la saturación en los laboratorios por la cantidad de tests realizados y a un sentimiento de agotamiento entre los franceses.
El caos de los PCR: entre 10 y 15 días para obtener un resultado
A principios de septiembre, las autoridades se felicitaban por cumplir con el objetivo de realizar alrededor de un millón de tests por semana. Las pruebas PCR, gratis y sin receta médica, se hicieron accesibles para todos los franceses. Un objetivo que, puesto a la práctica, ha tenido un efecto contraproducente: los laboratorios se saturaron, con listas de espera de hasta una semana para conseguir cita y entre 10 y 15 días para obtener el resultado de la prueba, dificultando así el control de la propagación del virus. En París, era habitual ver largas colas de gente en los puntos de diagnóstico de COVID-19 ubicados por la ciudad.
“Es demasiado tiempo” explica el doctor Jimmy Mohamed a elDiario.es. “Durante estos días de espera no logramos cortar la cadena de contagios, perdemos el control del virus y es aquí donde empiezan los problemas”. Para intentar desatascar el sistema, y tras múltiples quejas por parte de médicos y laboratorios, el ministerio de Sanidad puso en marcha un protocolo de priorización en el que aquellos con receta médica, personas que presenten síntomas, gente vulnerable y profesionales sanitarios tienen preferencia para hacerse el test.
Aun así, según el Dr. Mohamed, la iniciativa no ha sido suficiente. “Necesitaríamos entre 24 y 48 horas para obtener un resultado y proceder al rastreo de contactos. En regiones como Bretaña, por ejemplo, sí que ha habido una mejora y obtienen resultados a los tres días como máximo. Pero en las zonas donde el virus campa a sus anchas, como en París, el retraso sigue siendo muy superior. Deberíamos dejar de abordar la pandemia a nivel nacional y entender que es un problema de territorios y de metrópolis.”
El doctor Bernard Huynh, miembro de la Federación de Médicos de Francia y presidente del Sindicato de Médicos de París, coincide con Jimmy. “Entre ponerse una mascarilla y llegar a la UCI hay un sistema que no funciona” explica Huynh a este diario. “No es que haya una falta de recursos en los hospitales, sino que los medios para controlar la epidemia son insuficientes. Es una situación de caos total”.
Una segunda ola más difícil de gestionar que la de marzo
Jimmy Mohamed es médico generalista en París. Cuando no está en la consulta atendiendo a sus pacientes, se le puede escuchar en Europe 1 —una de las emisoras de radio líderes en Francia— donde copresenta un programa de salud y bienestar. Desde que comenzó la pandemia, sus apariciones en los medios se han vuelto cada vez más frecuentes e insiste en la necesidad de hacer pedagogía.
La semana pasada, Jimmy Mohamed y otros médicos y académicos del país advertían en una carta abierta en Le Journal De Dimanche, periódico de referencia en el país, que la segunda ola “será mucho más difícil de gestionar en hospitales y unidades de cuidados intensivos que la primera” y pedían la implementación de medidas drásticas, así como responsabilidad por parte de la ciudadanía.
“Estamos ante un sistema frágil que no podrá sobrevivir a una ola de la misma magnitud que la de marzo”, insiste Mohamed a elDiario.es. “En la región de París más del 30% de camas de UCI están ocupadas por enfermos por COVID-19, y eso que estamos solo a principios de octubre”. Según Mohamed, hay una sensación de cansancio entre los franceses: “Cada vez que el gobierno toma una medida, por muy justificada que esté, se vive como una violación de libertades. Hay que entender que son medidas de protección. Hay que actuar ahora para evitar una situación catastrófica”.
No son pocos los expertos que creen que las autoridades no han logrado mantener a los franceses en estado de vigilancia. El doctor Bernard Huynh se muestra aún más crítico: “hay un malestar social muy intenso y una falta de confianza de la gente en las decisiones del gobierno, en gran parte por la falta de claridad en su discurso y por tomar decisiones poco anticipadas, sin analizar sus consecuencias, resultando en un sistema ineficaz”.
Crisis en Marsella e indignación entre restauradores
Marsella, la segunda ciudad más grande de Francia, fue declarada zona de alerta máxima el pasado lunes 28 de septiembre. Los bares y restaurantes de la ciudad se vieron obligados a cerrar y las medidas provocaron una ola de protestas entre ciudadanos y restauradores, así como tensiones entre el ayuntamiento de Marsella y el Gobierno francés. Las medidas fueron recurridas, pero el tribunal administrativo de Marsella desestimó el recurso y respaldó la decisión de clausurar bares y restaurantes durante dos semanas.
Tras el anuncio de que París y otras ciudades seguían los pasos de Marsella, el viernes pasado propietarios de bares y restaurantes en París y Burdeos se manifestaron simultáneamente en contra de las restricciones. En Burdeos, el chef Philippe Etchebest lideró las protestas y se erigió como portavoz nacional del sector en una cacerolada delante de su local: “No hablo solo por mí mismo, sino por todos los profesionales en Francia, por los restaurantes, establecimientos, locales y cafés que a día de hoy están cerrados o en proceso de cierre. No podemos cerrar, nos va a matar”.
En la capital francesa, la posibilidad de tener que cerrar por completo alarmó a todo el sector en masa. “Económicamente es una catástrofe” cuenta Bernard, propietario de la Brasserie Le Rousseau en el barrio de Saint-Germain-des-Prés, uno de los más emblemáticos y ricos de París. “Creo que hay otras soluciones para evitar el cierre total, como por ejemplo hacer solo el servicio del mediodía. Hace una semana que hemos dejado de servir alcohol a partir de las 22h… Haremos lo que nos digan, pero creo que hay alternativas”. Resignado, Bernard no pudo asistir a la manifestación del pasado viernes. “No me puedo permitir cerrar el restaurante. Desde que volvimos a abrir a principios de verano tenemos un 30% menos de clientes”. Al contrario que los propietarios de bares, resignados a cerrar, Bernard podrá dormir tranquilo, pues Le Rousseau permanecerá abierto hasta las 10 pm aunque con un nuevo protocolo sanitario para clientes y trabajadores.