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Este es un espacio donde opinar sobre Sevilla y su provincia. Sus problemas, sus virtudes, sus carencias, su gente. Con voces que animen el debate y la conversación. Porque Sevilla nos importa.

La dulce resaca de los sentidos

Revuelo de acólitos e incienso

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Le escuché hace poco a Antonio Garrido, actor, responsable de la serie El Palermasso y destacado cofrade, explicar que prefiere esta semana, la de Pascua, a la propia Semana Santa. Argumenta que, pasado ya la avalancha de procesiones, horarios, bandas de música, estrenos y previsiones meteorológicas, dispone del tiempo y la calma necesarios para recordar lo visto y vivido, y disfrutarlo y paladearlo con mayor serenidad.

A mí me pasa algo parecido. Es como una dulce resaca sensorial y vivencial en la que, en lugar de sed y dolor de cabeza, uno experimenta añoranza y emoción, revive en su mente los mejores momentos de la semana anterior, y se pasea por la ciudad con media sonrisa en la cara y tarareando sus marchas favoritas. Es, como la propia Semana Santa, un periodo fugaz, apenas unos días, antes de que el ruido de la inminente Feria de Abril (en mayo) se lo lleve por delante.

Sé que éste de las cofradías puede ser un tema controvertido para algunos lectores pero creo que todos podemos aceptar que es un fenómeno de interés y afición mayoritario en la ciudad y en el que participan sevillanos que se reparten por todo el abanico del sentimiento religioso, en intensidad de cero a cien. Yo confieso que, desde un agnosticismo militante, disfruto mucho desde niño de las cofradías aunque me he vuelto, con la edad, mucho más paciente y menos ansioso. Primo más la calidad sobre la cantidad y no estoy al cabo de la calle, como si me ocurría de chaval, en lo que respecta a información cofrade (siempre me ha maravillado esa especialidad periodística que en ningún lugar alcanza la dimensión que tiene en Sevilla).

A lo que íbamos. Me relamo estos días recordando la emoción de ver los primeros nazarenos de la Hermandad de La Paz con mis hijas el Domingo de Ramos en la calle Brasil; la elegancia y belleza con las que La Redención regresaba el lunes a su templo por la Plaza del Cristo de Burgos; el misterio del Señor de la Sentencia avanzando poderoso por la Alameda esta Madrugá; o mi primera vez después de décadas viendo el cortejo completo de La Mortaja el Viernes Santo. Pero, sin lugar a dudas, me quedo con el pellizco de escuchar el jueves noche a la banda del Maestro Tejera tocar la marcha Virgen del Valle cuando la virgen del mismo nombre subía la calle Laraña camino de la Iglesia de la Anunciación. Esa música, ese palio alejándose de espaldas, la gente desperdigándose buscando cada cual su próximo destino… Un auténtico momentazo para mi memoria sensorial.

Por más que se repita cada año, no deja de parecerme impresionante, casi mágico, cómo se articula todo el mecanismo, ajustado como un reloj suizo, de hermandades, espectadores, comercios y servicios públicos para que nada falle y miles y miles de nazarenos realicen su estación de penitencia sin mayor problema ni incidente

Por más que se repita cada año, no deja de parecerme impresionante, casi mágico, cómo se articula todo el mecanismo, ajustado como un reloj suizo, de hermandades, espectadores, comercios y servicios públicos para que nada falle y miles y miles de nazarenos realicen su estación de penitencia sin mayor problema ni incidente. Costaleros que entran y salen del cortejo, familias enteras que esperan durante horas el paso de una imagen mientras otros serpentean por la procesión o la cruzan con prisa, y los dedicados trabajadores de Lipassam que avanzan tras cada palio intentando dejarlo todo tan limpio y recogido como es posible. Incluso en situaciones delicadas de seguridad, como el incidente de la cajetilla eléctrica que explotó en la calle Relator en plena Madrugá, rápidamente se sintió la presencia policial y se extendió una sensación de tranquilidad y serenidad tras el susto inicial.

Es cierto que hasta los mejores relojes se estropean y, sin caer en los catastrofismos que leo en otros medios, sí conviene señalar grietas que aparecen en la compleja maquinaria de la Semana Santa de Sevilla y que requieren tanto de una reflexión compartida como de la adopción de medidas correctoras por parte de autoridades civiles y religiosas.

Es el caso de las sillas portátiles y carros de bebé. Por supuesto que cada cual puede salir a la calle con lo que quiera, bien para descansar un rato, bien para llevar de paseo a sus hijos pequeños, pero resulta difícil de comprender en qué cabeza cabe sentarse en mitad de la espera para ver una cofradía (y ofenderse si te piden paso y tienes que levantarte) o meterse con la sillita del niño en una bulla. En ambos casos se trata de elementos o comportamientos que pueden suponer un riesgo en una situación de emergencia, además que suponen un obstáculo para una movilidad ya difícil de por sí en torno a las procesiones por la masiva concentración de público.

Queda un año para repensarlo todo. Para revisarlo todo. Y para volver a prepararlo todo. Mientras estos meses pasan, yo me consolaré con el recuerdo de lo vivido, con la resaca de mis sentidos

Otro asunto al que hay que darle una vuelta es al número de nazarenos y el tiempo de paso de las cofradías. Ni la carrera oficial ni las calles adyacentes son elásticas y, por más que algunas hermandades coloquen a sus hermanos de a tres o incluso de a cuatro, resulta insoportable esperar el paso de un cortejo si dura más de una hora u hora y media, para que hablar de la que tarda más de dos horas y media en pasar. Los retrasos se acumulan y los parones se hacen eternos para otros cortejos que marchan por detrás en el orden de la carrera oficial.

Mi último comentario crítico es para el asunto de los aforamientos. Se han visto imágenes ridículas en el paso o entrada de algunas cofradías este año, con recorridos vallados y ausentes de ningún tipo de público. Puedo pecar de ignorante o poco informado, pero no alcanzo a comprender el motivo de seguridad que puede llevar a la adopción de este tipo de medidas. Entiendo que son competencia municipal y no sé a qué esperan las hermandades para levantar la voz y pedir que se impongan decisiones más ajustadas al sentido común y a las amenazas o riesgos reales que puedan existir.

Como imaginarán, no tengo soluciones para los problemas que señalo. Ni soy yo quien tiene que tenerlas, que para eso doctores tiene la iglesia, o el Ayuntamiento. Queda un año para repensarlo todo. Para revisarlo todo. Y para volver a prepararlo todo. Mientras estos meses pasan, yo me consolaré con el recuerdo de lo vivido, con la resaca de mis sentidos. Y sí, sigo en contra, hoy más que nunca, de las salidas extraordinarias, que convierten lo especial y anhelado en ordinario, y que volverán a ser incontables en los próximos tiempos.

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