La primera vez que escuché Un violador en tu camino –frase que alude al lema de Carabineros de Chile utilizado durante las décadas de los 80 y 90, “un amigo en tu camino”– mi cabeza no dejó de cantar durante 48 horas. Me pareció un mensaje potentísimo, capaz de concentrar millones de experiencias de violencia machista en casi tres minutos y medio de coreografía y canción. Por eso no tuve ninguna duda cuando el colectivo Las Tesis convocó a las mujeres y disidencias, desde sus propios territorios, a volver a representarla el viernes pasado.
Fui con unas amigas, todas compañeras de la universidad. Quedamos antes para aprendernos la letra, ensayar la coreografía. Estábamos nerviosas y emocionadas, como escolares que van a hacer su presentación de fin de año. No queríamos equivocarnos, la “deformación profesional” de juristas es muy amiga de la perfección y eso te persigue siempre. Una imprimió la letra, otra llevó medias para romper y usar como vendas, otra monitoreaba el lugar de encuentro.
Al salir, el sol radiante de noviembre abrasaba Santiago, una ciudad que ha acumulado dolores y rabias durante años y que hace casi 50 días estalló en un fuego artificial esperanzador formado por deseos de cambio profundo. Una ciudad que ya no podrán mirar más de 200 ojos –heridos durante la represión– y cuyas calles no volverán a pisar de la misma manera las víctimas de violencia sexual y de violaciones de derechos humanos, que el Gobierno ha insistido en no reconocer.
En el camino a la renombrada “Plaza de la Dignidad,” centro neurálgico de las grandes celebraciones santiaguinas, principalmente triunfos en partidos de fútbol, nos encontramos a trabajadoras de la música y participamos de su versión, con tambores y guitarras. Una versión artística armoniosa en la que ya se comenzaba a hacer catarsis. Luego seguimos avanzando hasta llegar al medio de la plaza.
A los pies y rodeando el caballo del General Baquedano, cuyo apellido hasta antes del 18 de octubre daba nombre a la plaza rebautizada, había muchas compañeras. Pañuelos verdes, morados, rojos también –algunos homenajeando al “negrito matapacos” un perro que murió hace unos años, amigo de los estudiantes, que odiaba a la policía y cuya imagen es hoy un símbolo de la revolución–.
La plaza era de las mujeres y eso lo entendieron hasta los miembros de la Garra Blanca, los hooligans de Colo-Colo, uno de los equipos de fútbol más populares de Chile, que quisieron llegar con sus banderas al monumento, pero se retiraron cuando las compañeras dijeron no. Varios volantines [cometas] surcaban el cielo y en las miradas había amor, mucho amor feminista.
Las compañeras desde arriba nos guiaban: “El patriarcado es un juez / que nos juzga por nacer / y nuestro castigo / es la violencia que no ves”.
Y al son del canto y el baile, con los pulmones y las venas abiertas, con el corazón galopando a mil, recordé mi violación. “Y la culpa no era mía”, me volví a repetir, como si todavía fuera necesario para una parte de mí decirme que no me lo busqué. “Ni dónde estaba”, por haberme quedado en la casa de ese compañero de universidad al no estar condiciones de conducir mi coche después de habernos juntado con varios amigos a tomar algo. “Ni cómo vestía”, usando un vestido corto porque era verano y hacía calor.
Y entonces se hizo evidente que hay algo universal en el canto de Las Tesis. Porque sin importar si estás en Trocadero en París, en el zócalo en Ciudad de México, frente al Arco de Triunfo en Barcelona, a las afueras del Reina Sofía en Madrid, en Bogotá, Estambul, Berlín o Mendoza, ese grito que nació en Valparaíso y recorrió Chile de Arica a Punta Arenas, salió al mundo para recordarnos que la culpa no es nuestra, que nunca ha sido nuestra, para que al fin podamos ser libres.
Este miércoles, la convocatoria “Las Tesis Senior” reunió a mujeres de más de 40 años a las afueras del Estadio Nacional, lugar utilizado como centro de detención y torturas durante la dictadura de Pinochet, una dictadura que parecía lejana pero cuyas prácticas que pensamos erradicadas, siguen hoy muy vivas. Miles de mujeres corearon “el Estado opresor es un macho violador”, en un grito emocionante que atravesó generaciones y que ha venido para que heridas abiertas comiencen al fin a sanar.
Es cierto que este proceso será de largo aliento y acaba de empezar. Construir otras formas de vivir no solo se ha vuelto necesario, sino urgente, y eso exige estar atentas, no bajar los brazos, no volver a callar, luchar contra la impunidad. Pero también querernos, cuidarnos, abrazarnos mucho y recordarnos que nos tenemos. Ser ese bosque del que habla Brigitte Vasallo. Hay esperanza. Las feministas creemos que la revolución será feminista o no será. Hoy ese deseo se está haciendo realidad.