Portugal, un adelanto de lo que se avecina en España
“Si le digo la verdad, hubo un momento en que creí que España acabaría absorbiendo Portugal y, aunque no lo deseaba, en el fondo, pensaba que quizá de ese modo nos iría mejor”. Sofía lanza esta frase un domingo soleado de otoño, con el Atlántico calmo enfrente, y la impresión generada durante días de conversaciones en las calles de Lisboa se confirma. Uno acude a Portugal a pulsar cómo llevan sus ciudadanos la crisis e ineludiblemente topa con la apesadumbrada sorpresa de los portugueses ante la situación que atraviesa España.
La desgracia económica y social une más que nunca a dos pueblos físicamente hermanados pero a menudo separados en lo sentimental. España camina hacia Portugal y, lejos de consolarse con la desgracia de quien siempre se creyó superior, los lusos agudizan su pena. “Nunca pensé que España seguiría nuestro camino; siempre fue un país más sólido”, prosigue Sofía, víctima, como millones de portugueses, de las políticas que la Troika dicta y Pedro Passos Coelho, primer ministro luso, ejecuta. “Y, sin embargo, la economía de España se está ‘portugalizando’; ellos nos llevan entre seis meses y un año de adelanto”, constata a este diario el economista Santiago Niño Becerra.
Con 28 años, Sofía ha decidido renunciar a sus estudios de cardio-neumología porque las cuentas no le salen. 6.000 euros anuales son una inversión demasiado costosa para, al final, “no tener trabajo”. De momento, conserva el que la ha mantenido durante los últimos cinco años: de camarera en Onda Azul, un restaurante de excelente comida portuguesa y vistas privilegiadas al océano, en Aldeia do Meco, un paraíso playero a media hora en coche de Lisboa.
“Aquí, por ahora, seguimos manteniendo la misma clientela y tenemos el mismo trabajo, pero facturamos menos porque la gente consume menos: renuncia al pan, o al queso, o al postre o al vino”, cuenta Sofía. Como muchos otros, el sector de la restauración sufre el aumento del IVA en Portugal: del 13 al 23%. Una subida que, según la asociación que agrupa al gremio en el país vecino, provocará el cierre de 54.000 establecimientos este año y la destrucción de 120.000 puestos de trabajo. Y que, a su vez, ha obligado a los restauradores a subir los precios para intentar que sus beneficios no caigan en picado.
Pero muchos de los esfuerzos por frenar la caída son vanos. El presupuesto para 2013, aprobado este pasado miércoles con los votos de la coalición conservadora (CDS-PP) que gobierna el país, echa más leña al fuego. Profundiza en los recortes iniciados en abril de 2011, cuando Portugal pidió el rescate (78.000 millones de euros), y le da otra vuelta de tuerca a los impuestos. Entre otras cosas, los portugueses tendrán que pagar ahora una sobretasa del 4% sobre los salarios y un aumento del IRPF que reducirá aún más su precario poder adquisitivo.
Sindicatos y organizaciones como Indignados Lisboa y Que se lixe a Troika (Que se joda la troika) pretenden frenar la ejecución de estas medidas con una movilización masiva el próximo 14, en la huelga general internacional convocada también en España, Grecia e Italia. Dos días antes, Angela Merkel visitará Portugal. Y como ya sucedió en Atenas, la recepción que se prepara para la canciller alemana se anuncia de lo más ruidosa.
Más que de Merkel, en el mercado de Benfica, el mejor de la capital portuguesa para muchos lisboetas, se habla de lo que cuesta salir adelante en el día a día. En esta plaza circular situada al norte de Lisboa, 30 euros dan para llenar la nevera con atún y pez espada frescos para, al menos, un par de semanas, y se estiran hasta para la fruta y la verdura de unos cuantos días. “Y sin embargo, mis ventas han descendido en un 70%”, se lamenta Sulliana, al frente de una parada de pescado que alimenta a una familia de cuatro bocas. “Yo ingreso un 50% menos”, constata Antònio Brito, un verdulero cincuentón con muy buen humor pese a todo.
“La gente sigue viniendo a comprar, pero se lleva menos cantidad. Si antes era un kilo, ahora es medio o menos”, explica Antònio Brito, inicialmente de acuerdo con las medidas tomadas por el gobierno luso para hacer frente a la crisis. “Lo de ahora ya es abusivo, nos castigan constantemente, sobre todo a la clase media, que es la que lo soporta todo”, prosigue Brito que, durante un tiempo, pensó en comprarse una casa en España “porque era más barato” y seguir trabajando en Portugal. La idea ha quedado aparcada. Tras 48 años de cotización a la Seguridad Social, jubilarse ahora, anticipadamente, le implicaría quedarse con sólo un tercio de su pensión.
Para Sulliana, la situación es aún más peliaguda. Llegó de Brasil hace cinco años con un título de técnica de contabilidad y hoy, con una familia formada y unos 2.000 euros de gastos fijos (sólo el alquiler de la parada ya asciende a 522 euros), ve cómo cada vez le cuesta más cuadrar los números trabajando de pescadera. “Los salarios de mis clientes son una miseria; la gente ha perdido poder adquisitivo y muchos optan por marcharse”, explica sin perder la sonrisa.
Emigrar o refugiarse en el turismo, el único sector que sigue funcionando, parecen las únicas alternativas para los jóvenes. Ricardo Dias se ha decidido por esta última. Trabajaba en el sector de la decoración, también en crisis, y, antes de hacer la maleta, decidió cambiar el rumbo y enfocarse hacia los turistas. En la rua da Conceiçao, a dos pasos de la famosa praça do Comerço, abrió la Queijaria Nacional. Y tras dos meses vendiendo pequeños quesos autóctonos y otros productos selectos en un cuidado local que le cuesta 2.500 euros de alquiler al mes, las cuentas le salen.
“De momento, estamos sobre los números previstos. Los turistas siguen viniendo y nosotros les ofrecemos un producto local que no había en esta zona”, explica Ricardo, que le ha echado valor al asunto -espera un bebé junto a su pareja- y se toma con humor el inveterado pesimismo luso. “Aquí, las noticias son cada día peor que el anterior, así que llegas al fin de semana con la reserva de la esperanza agotada; pero, en fin, algo hay que hacer”, dice, antes de colocarse de nuevo tras el mostrador para atender a otro cliente.
Otros, muchos, optan por abandonar el país: 100.000 jóvenes, la mayoría formados, lo hicieron en 2011. Este año, se sabe ya, la cifra será mayor. Emigran hacia el Reino Unido, Suiza, Brasil. España ha dejado de ser una opción. “Es una desgracia; el país invirtió en ellos durante años y ahora pierde ese capital”, se lamenta Trindade, enfermera ya jubilada. Su hija, música de profesión, aún permanece en Lisboa. Tiene trabajo y una familia que le puede echar una mano.
“Es ya mucha la gente mayor que se manifiesta porque tiene que volver a acoger a hijos y nietos cuando creía que ya podría descansar”, cuenta Trindade, convencida también de que “durante unos años, Portugal fue una fiesta”. “Con el acceso al crédito, olvidamos aquel refrán que nos decían nuestras madres de no estirar más el brazo que la manga”.
El fenómeno del desempleo juvenil ha inspirado a músicos y artistas, que han decidido utilizar su arte como arma reivindicativa. La denominada Generaçao à rasca (Generación sin nada) exprime su creatividad para expresar su hastío. ‘Sexta-feira (Um emprego bom já)’, del hip-hopero Boss AC, es un perfecto y exitoso resumen de la situación de muchos jóvenes en Portugal.
¿Un buen empleo ya? “Lo peor está aún por llegar; no hemos tocado fondo”, advierte Trindade. “Nosotros aún tenemos jubilación, pero la próxima generación…”, continúa. “Este país está condenado a convertirse en la reserva vacacional y de servicios para los países del norte, como en los tiempos de Salazar y de Franco”, tercia Margarita, una médica asturiana afincada en Lisboa desde hace 13 años.
Margarita trabaja, desde hace siete años, en la Santa Casa, una institución benéfica que da atención a los más desfavorecidos. En este tiempo, ha visto aumentar sus pacientes y empeorar las condiciones de los que ya tenía. “Muchos de ellos tienen una pensión de 232 euros. Si la Santa Casa no les diera comida por 35 euros al mes y no les costease las medicinas, no podrían vivir”, señala Margarita. También ella, que tiene un salario decente, ha visto disminuir su poder adquisitivo. “Siete de mis 14 pagas van ya para el estado en impuestos”, resume.
El presupuesto de 2013 prevé que hasta los parados, que en los mejores casos apenas superan los 600 euros de subsidio, contribuyan con un 6% de su pensión a la Seguridad Social. “Pues veremos de dónde más recorto porque las cuentas me salen justas ya ahora”, dice Susana. A sus 40 años, tras 18 como administrativa en una gran empresa de construcción, su subsidio de paro no supera los 625 euros. Más de la mitad se le van en hipoteca y gastos fijos de la casa. “Prefiero no pensarlo demasiado y vivir al día porque si no…”.
Como en Grecia, la tasa de suicidios en Portugal, que siempre se encontró entre las más altas del sur de Europa, ha aumentado de manera preocupante en los últimos años. En 2010, ya era la segunda causa de muerte entre los jóvenes tras los accidentes de tráfico. “Siempre queda un resquicio de esperanza de que esto cambiará, pero la mayoría ya no ve la luz al final del túnel”, expone Trindade. “Vivimos en stand by, día a día, a la espera de no se sabe qué. Durante años, nos ocultaron lo que pasaba y, luego, la caída fue muy rápida; la clase media desaparecerá”, añade Sofía. “Quizás”, interviene Trindade, “era preciso pasar por una situación así, por dura que sea, para recuperar ciertos valores y aprender algunas lecciones”. Mientras el gobierno continúa apretando las tuercas, los portugueses refuerzan sus redes de solidaridad y ofrecen complicidad más allá de sus fronteras.