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ANÁLISIS

Las sanciones económicas nunca han parado a un Ejército en una invasión

Putin en una reunión con empresarios en Moscú en marzo de 2020.
25 de febrero de 2022 22:48 h

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En las veinticuatro horas posteriores al anuncio de que Vladímir Putin reconocía la independencia de dos provincias ucranianas, EEUU, Reino Unido y los países de la UE compraron 3,5 millones de barriles de petróleo y productos refinados a Rusia por valor de 350 millones de dólares, según Javier Blas, de Bloomberg. El periodista añadió el cálculo de otros 250 millones por el gas ruso exportado ese día, además de decenas de millones en otras materias primas, como aluminio, carbón, níquel o titanio. Por tanto, después de que Putin tomara una medida que violaba el Derecho internacional y las fronteras de Europa, además de ser un aviso sobre la guerra inminente, la factura de las relaciones comerciales de Rusia con Occidente superaba con mucho los 700 millones de dólares diarios. Es una relación económica casi imposible de romper.

Resulta difícil imponer sanciones económicas a un país que es uno de los principales suministradores de materias primas a Europa, en especial gas y petróleo. Los fondos obtenidos por su exportación han permitido a Rusia aumentar las reservas del país hasta superar los 600.000 millones de dólares, además de modernizar las Fuerzas Armadas, las mismas que ahora avanzan sobre territorio ucraniano. Putin está empleando esos fondos facilitados por EEUU y Europa para crear la mayor crisis internacional en territorio europeo desde 1945. Son las reglas del mercado.

En la última década, se ha repetido en varias ciudades europeas que uno de los factores que podía contener al Gobierno de Putin es que la economía rusa estaba totalmente conectada con las del resto del mundo. No puedes atacar a los países que son tus mejores clientes. En 2014, Putin demostró con la anexión de Crimea que esa dependencia mutua no le impediría tomar las medidas que creyera oportunas para defender la posición de Rusia. En 2022 ha vuelto a ocurrir.

“Son sanciones duras”, dijo Joe Biden el jueves al anunciar nuevas medidas contra Moscú. “Tengamos esta conversación dentro de un mes para ver si están funcionando”. Para entonces, puede que ya no quede mucho del Ejército ucraniano.

Lo más llamativo de la rueda de prensa del presidente de EEUU fue que admitió que las sanciones no afectaban directamente a la principal fuente de ingresos de la economía rusa. “En nuestro paquete de sanciones, hemos decidido específicamente permitir los pagos de exportaciones de energía. Estamos vigilando de cerca los suministros de energía para comprobar si se producen alteraciones”.

Traducción: queremos sancionar a Rusia, pero también necesitamos que los precios de los combustibles y del gas de uso doméstico e industrial no alcancen cotas prohibitivas. Son dos objetivos que no son fáciles de compatibilizar.

“El objetivo es ir a por los grandes bancos (rusos) sin castigar por completo a los mercados globales de energía”, ha dicho un alto cargo del Departamento de Estado norteamericano, que afirma que mantener bajo el precio del petróleo, una de las mayores exportaciones rusas, servirá para que Putin no se beneficie del aumento de precios. Putin “podría vender la mitad de su producto, pero al doble de precio”, dijo Amos Hochstein. “No sufriría las consecuencias, mientras que EEUU y nuestros aliados sí. Eso no es una victoria. Es un fracaso”.

Se trata de una forma de ocultar que por encima de todo la prioridad es defender el interés propio. Evidentemente, impedir una escalada del precio del petróleo y gas beneficia a los gobiernos de EEUU y Europa por su previsible impacto en una inflación que ya alcanza dígitos no vistos en las últimas décadas. El riesgo no es menor: una segunda recesión en los últimos tres años.

El jueves, día del inicio de la invasión, el precio del barril de crudo Brent llegó a superar los 100 dólares, pero luego descendió y el viernes cerró en 94 dólares, una cifra similar a los días anteriores al conflicto. Los presupuestos del Estado en España para 2022 parten de la premisa de un precio medio del barril de 60 dólares.

EEUU y la UE han centrado las sanciones más fuertes en los dos mayores bancos rusos, Sberbank y VTB Bank. El Departamento del Tesoro de EEUU afirmó que el 80% de las transacciones financieras globales en divisas de las entidades financieras rusas se hacen en dólares, con lo que las restricciones les supondrán serias consecuencias. Como las sanciones están concebidas para que no dañen el suministro energético a Europa, se autoriza a que los pagos por las importaciones de gas ruso se hagan a través de instituciones financieras que no sean norteamericanas y que no estén afectadas por las sanciones, por ejemplo, bancos europeos. Putin seguirá cobrando por su gas y petróleo, aunque no a través de sus bancos.

En el plano simbólico, los gobiernos europeos están muy cerca de imponer sanciones personales contra Putin y su ministro de Exteriores Lavrov con las que congelar sus activos en el exterior. Ambos cuentan con bienes suficientes en Rusia para que esa decisión no les afecte demasiado. La fortuna personal del presidente ruso es imposible de cuantificar. Si cuenta con propiedades en el extranjero, están registradas a nombre de familiares, amigos o sociedades pantalla.

Una medida más radical sería expulsar a Rusia del registro internacional de pagos Swift. Eso impediría cualquier pago de importaciones de productos rusos. El ministro francés de Economía dijo el viernes que esa sería la última medida de castigo que se tomaría. Alemania e Italia no la han aceptado hasta ahora. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, afirmó que es una decisión que aún no se ha discutido a fondo y que España estaría a favor de adoptarla.

Ucrania exige el veto a Rusia en Swift. “Todos los que duden ahora sobre si Rusia debería ser expulsada de Swift tienen que comprender que la sangre inocente de hombres, mujeres y niños en Ucrania manchará también sus manos”, ha escrito el ministro ucraniano de Exteriores.

La expulsión de Swift tuvo graves consecuencias para la capacidad de Irán de exportar petróleo y recibir el pago correspondiente. No está claro su impacto en una economía de las dimensiones de la rusa, que además podría contar con la colaboración de China para organizar sus transacciones financieras. Pero en la práctica haría imposible que los países europeos pudieran pagar las importaciones de gas ruso. Su exportación tendría que interrumpirse y eso tendría efectos dramáticos en el suministro de gas a los hogares europeos. Europa recibe de Rusia el 40% de su consumo total de gas. Qatar, uno de los grandes productores, ya ha avisado que no está en condiciones de ocupar el hueco que dejaría el fin de esas importaciones.

La medida confirmaría además que Swift, que es ejecutado desde Bélgica, se puede convertir con facilidad en un arma de la política exterior de EEUU, como ya se comprobó con las sanciones a Irán. Eso aceleraría la consolidación de otros sistemas de pagos que no se harían en dólares, algo que no conviene a Washington.

Mientras en la superficie las tropas rusas intentan acabar con la resistencia ucraniana, por debajo los oleoductos siguen haciendo su trabajo. Por dura que sea la retórica europea contra Putin, el negocio no se detiene. Después del fuerte incremento del precio del gas en el primer día de la guerra, el viernes tuvo un claro descenso, superior al 30%, hasta caer a 90 euros el megavatio hora. La previsión para el sábado es que se alcance el más alto nivel de suministro ruso a Europa de los últimos dos meses.

Como dice Javier Blas, “capitalismo en tiempos de guerra”. Europa dice que plantará cara a Putin, y lo dice en los términos más rotundos, pero al final necesita su gas.

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