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Los socialdemócratas y el centroderecha acuerdan un histórico gobierno de coalición en Dinamarca

La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, celebrando con sus partidarios la victoria de la socialdemocracia en las elecciones del 1 de noviembre.

Òscar Gelis Pons

Copenhague (Dinamarca) —

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Han tenido que pasar 42 días desde la victoria del partido socialdemócrata en las elecciones generales de Dinamarca antes de que se pudiera anunciar un nuevo gobierno. Tras las negociaciones más largas en la historia reciente del país escandinavo, este martes por la noche la primera ministra socialista en funciones, Mette Frederiksen, anunciaba la formación de un ejecutivo de coalición junto con el Partido Liberal y el Partido Moderado. “Hace seis semanas me dieron el encargo de investigar si sería posible formar un gobierno amplio en Dinamarca, y esta noche he informado a su majestad la reina de que sí”, ha dicho Frederiksen en una noche helada delante las puertas del Palacio de Amalienborg. 

Este acuerdo de frente amplio entre el centroizquierda y el centroderecha es un hecho muy poco usual en la política danesa y tan solo se ha dado una vez en 1977. Con esta coalición de gobierno, los tres partidos que sacaron unos mayores resultados en las pasadas elecciones ocupan 89 escaños en el parlamento y, sumados a los 3 escaños del Atlántico Norte, consiguen la mayoría parlamentaria. 

Sin repetir el anterior gobierno progresista 

Las elecciones del 1 de noviembre se resolvieron tras un ajustado recuento de votos con la mayoría parlamentaria de los partidos del bloque de izquierdas. Pero a pesar de la victoria progresista, los socialdemócratas no dieron señales, ni durante la campaña, ni tras las elecciones, de querer repetir la fórmula de gobierno de la pasada legislatura, donde gobernaron en minoría con el apoyo parlamentario de otras fuerzas de izquierda. 

Por lo contrario, los socialistas han ambicionado un gobierno de amplio consenso con el objetivo de hacer frente a una agenda reformista del estado del bienestar, y afrontar la incertidumbre por una inflación disparada, la crisis de suministro energético, y la guerra en Ucrania. 

El escenario para la líder socialista Mette Frederiksen no ha sido nada fácil, y ha requerido tener una gran habilidad política para convencer al Partido Liberal, su mayor adversario en el bloque conservador, y al partido Moderado, liderado por el ex primer ministro Lars Løkke Rasmussen. 

Un nuevo Gobierno “demasiado azul” 

La residencia oficial de Marienborg ha sido en las últimas semanas el escenario de las negociaciones entre los partidos. Por el momento no han trascendido los detalles del acuerdo de gobierno ni de la composición de los ministerios, a la espera de que se anuncien durante el día de hoy y el jueves. 

Tras semanas de intensas negociaciones, las piezas del tablero en este enrevesado escenario político se empezaron a mover durante la semana pasada. De los siete partidos que empezaron sentados en la mesa de negociación, el Partido Popular Socialista (centro-izquierda) tomó la decisión de alejarse del acuerdo al considerar que el nuevo gobierno “se estaba convirtiendo en demasiado azul” (conservador), según afirmaba la líder del partido, Pia Olsen. Por su parte, los Liberales Radicales (considerados una formación del bloque progresista), a última hora del martes, también desestimaron formar parte del nuevo gobierno, perdiendo la oportunidad de representar un contrapeso progresista en el acuerdo. 

En el otro extremo ideológico, el líder del Partido Conservador, Søren Pape Poulsen, también anunció hace una semana su retirada de las negociaciones alegando la poca credibilidad que tendría la participación de su partido en un gobierno de concentración liderado por los socialdemócratas. 

Con este escenario, los analistas apuntan que el Partido Liberal y el Partido Moderado habrían intentado sacar el máximo de beneficio político a los socialdemócratas para así justificar su participación en el gobierno. “También es importante entender que los socialdemócratas no han tenido otra opción de formar una coalición a su izquierda, ya que dependerían de formaciones como el Partido Alternativo, que no garantiza la disciplina de voto parlamentaria”, dice Michael Baggesen Klitgaard, profesor en Ciencia Política en la Universidad de Aalborg. 

Una cuestión de confianza 

Sobre la mesa de negociación entre partidos, ha habido temas críticos, como la reforma en el sistema sanitario, el impuesto de CO2 a la agricultura, o la política de impuestos. Sin embargo, “para conseguir que los enemigos políticos trabajen juntos se tiene que trabajar mucho la confianza”, según comentaba la analista política en la cadena pública DR, Christine Cordsen. Y es evidente que en las negociaciones ha habido varias crisis que se han tenido que superar. 

La primera de ellas se resolvió el pasado fin de semana cuando el líder del Partido Liberal, Jakob Ellemann-Jensen, anunció que su partido retiraría la petición para iniciar una investigación contra Mette Frederiksen por el caso del sacrificio de millones de visones durante la pandemia de COVID-19. Estas declaraciones fueron respaldadas por el líder de los moderados, Lars Løkke Rasmussen. 

La segunda crisis de confianza afecta al propio Rasmussen, hasta hace un año miembro destacado del Partido Liberal. Rasmussen rompió el carnet del Partido Liberal tras las disputas con el liderazgo de Ellemann-Jensen y pasó a encabezar el Partido Moderado, una escisión de los liberales que se fundó a pocos meses de las elecciones. “Como se diría en la película El Padrino, mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca”, dice el analista Michael Baggesen Klitgaard. 

Agenda reformista 

Todo parece indicar que el nuevo Gobierno “en vez ser una coalición entre el centro-izquierda y derecha, tendrá un tono más bien azul oscuro”, predice la politóloga en la Universidad de Copenhague Karina Kosiara-Pedersen. Para los liberales, rebajar los impuestos, incluidos los que pagan las rentas más bajas, y reducir el número de personas que pagan los tipos impositivos más altos, son unas iniciativas clave en su programa político. Como también lo es facilitar a los ciudadanos el acceso a servicios de educación y sanidad privados. Se trata de medidas que chocan con los intereses de los socialdemócratas. 

Por lo contrario, tanto socialdemócratas como liberales coinciden en recortar algunos de los servicios del estado del bienestar, como las ayudas a los estudiantes universitarios y las oficinas de empleo, o en vincular las ayudas sociales a inmigrantes a que las personas dispongan de un contrato laboral de 37 horas semanales. 

También se esperan reformas en políticas climáticas, según Kosiara-Pedersen. Los socialdemócratas hablan de un polémico impuesto a las emisiones de CO2 aplicado al sector agrícola, una medida fuertemente rechazada por los liberales: “Las reformas medioambientales no serán tan ambiciosas como lo haría un gobierno progresista, pero no creo que al final se puedan esquivar”, dice la politóloga. 

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