Las bombas caen a tal velocidad en Alepo que los equipos de emergencia no disponen del tiempo suficiente para llegar hasta las víctimas entre las explosiones. Los mortíferos bombardeos que golpearon la ciudad solo un día de la semana pasada y de forma espaciada ahora se suceden cada minuto.
“A veces lanzan tantos ataques aéreos que esperamos y esperamos en nuestra oficina, y los aviones no llegan a desaparecer del cielo”, dice Abdulrahman Alhassan, un antiguo ingeniero de 29 años que coordina a los equipos de rescate Cascos Blancos en Alepo. “Cuando ya no los vemos, corremos hacia todas partes para rescatar a la gente y evacuarlos de una vez”, describe. El pasado viernes, el grupo contabilizó 900 ataques cometidos por las fuerzas del Gobierno y sus aliados rusos, que parece que lanzan cada arma de la que disponen sobre la devastada ciudad.
El personal humanitario y la población local creen que los bombardeos están allanando el camino para el asedio. La principal vía de abastecimiento, al norte de Alepo, ha sido cortada y queda poco para que la escasez golpee a una ciudad desesperada y en ruinas.
“Los ataques rusos intentan destrozar la zona completamente antes de bajar a tierra y empezar con el asedio”, declara Saad, un cooperante de 35 años que eligió quedarse y ahora está atrapado en la ciudad. El voluntario denuncia que la campaña de bombardeos ataca tanto a los suministros de comida como al espíritu. “En los últimos tres días han atacado mercados”, relató al Observer durante una llamada telefónica. “Podríamos decir que el estado psicológico es aún peor por la posibilidad real del bloqueo; la gente está aterrorizada. Son demasiado pobres para prepararse, viven del pan que les repartimos. Ahora no hay forma de entregarles ese pan y ayudarles”, lamenta Saad.
El precio de la comida sigue aumentando y la gente teme que el asedio afecte incluso al suministro del agua. “Cuando corten las carreteras no tendremos gasolina, lo que significa que no dispondremos de generadores, electricidad y agua, ya que utilizamos pozos que necesitan generadores para bombear”.
Más de 100.000 personas han huido hacia la frontera de Turquía para escapar de las bombas, pero cientos de miles continúan en los feudos rebeldes de la ciudad y en los suburbios. Muchos de estos sirios están atrapados porque son demasiado pobres, mientras que otros simplemente han desistido de intentar escapar de una guerra que ha desatado su furia por todo su país durante años.
Condenados a permanecer hasta morir
“La gente ha perdido la esperanza porque no tiene dinero para salir o un lugar seguro en el que resguardarse si se va. Otras zonas de Siria están siendo también bombardeadas y, si la gente intenta escapar a Turquía, se van a encontrar las fronteras cerradas”, afirma Munier Mustafa, jefe de los Cascos Blancos de Alepo. “Así que piensan: 'si podemos morir en nuestras casas, para qué vamos a ir a morir a otro lugar”.
Su equipo hace uso de coches para evacuar a todos lo civiles que pueden, pero el avance militar es tan rápido que temen que el esfuerzo sea inútil. “Los lugares a donde les llevamos son seguros hoy en comparación con Alepo, pero quién sabe mañana”. Como muchos de los trabajadores humanitarios que han decidido permanecer en la ciudad, Mustafa ha ignorado las súplicas de su familia para que escape mientras pueda. “Yo mismo me he enfrentado a la presión de mis seres queridos para que me marche, alimentada por cada cosa que oyen. Pero nos mantenemos aquí porque aún somos de ayuda, y solo Dios puede salvarnos”.
La Defensa Civil Siria o Cascos Blancos, como son reconocidos oficialmente, comenzaron a hacer acopio de reservas ante el bloqueo cuando las tropas leales a Bashar Al Asad avanzaron rápidas hacia las zonas que habían sido baluartes de la oposición durante años.
Las fuerzas de la dictadura han hecho uso a menudo de bloqueos en la guerra de Siria, y la toma de Alepo representaría una gran victoria simbólica para el régimen en estos momentos. El asedio tiene como objeto matar de hambre a las fuerzas rebeldes y a los civiles simpatizantes hasta la sumisión.
“Estamos psicológicamente preparados, lo hemos visto venir, pero necesitamos más ayuda por parte del mundo; no podemos atender a las necesidades de toda la gente”, clama Mustafa, añadiendo que las provisiones son solo suficientes para que los equipos de rescate continúen con su trabajo. “Tenemos cantidades limitadas de combustible que nos servirán durante unas pocas semanas”, comenta. “No podemos asegurar la vida de aquellos que sufran el asedio durante mucho tiempo, eso supera nuestras capacidades”.
35 bombas en una hora
Su trabajo, al excavar entre los restos de los ataques en busca de gente o la gestión de los bienes de primera necesidad, se ha tornado más mortífero en estas semanas según aumentaba el ritmo y la naturaleza de los ataques aéreos. “El tipo de armas que usan ahora es diferente. Los rusos lanzan cohetes que destruyen toda la superficie, no solo los edificios. Mucha gente muere bajo los escombros”, relata Ahmed, miembro de una ONG al norte del norte de Alepo que se ha negado a dar su apellido. “He presenciado los ataques de nueve aviones al mismo tiempo. Ahora estoy intentando desalojar a mi familia, su casa ha sido bombardeada más de 35 veces en una hora”, añade.
Su hermana y dos niños han resultado heridos y la vivienda ha sufrido daños irreparables, pero han sobrevivido porque el objetivo de las bombas era la casa de al lado. Ahora, la familia vive en un coche cercano a la frontera a la espera de cruzar, aunque en la aduana han rechazado el soborno de 1.300 euros que Ahmed les había ofrecido.
En su pueblo natal, donde las cosas eran casi normales hace una semana, la situación es aún más desalentadora. “Mucha gente de mi aldea vive debajo los árboles, en las calles, bajo la lluvia. La noche anterior y hoy ha llovido con fuerza, viven a la intemperie y no cuentan con el dinero necesario para usar ningún medio de transporte”. Atravesar la frontera cuesta en torno a 30 euros, pero es una suma inalcanzable para la mayoría de los residentes. Muchos de ellos han huido ya en un par o tres de ocasiones. “Estas personas no tienen nada”.
“La población siria es víctima de la hipocresía y las mentiras de la comunidad internacional. Siempre dicen que apoyan y ayudan a Siria, pero no ocurre nada. Somos asesinados de forma masiva, pero a nadie le importa”, critica Ahmed. Se sienten abandonados por la comunidad internacional, que prometió conversaciones de paz en una semana que, en su lugar, ha acarreado la destrucción.
Mucha gente en la ciudad no quiere siquiera hablar de su situación desesperada, convencidos de que nadie va a leer al respecto ni se va a preocupar, dice Alhassan, el trabajador humanitario. “Hemos hablado muchas veces y no hemos recibido ninguna respuesta. No tiene sentido, nadie nos está ayudando. Simplemente observan y escriben artículos pero, al final, nadie se levanta junto a nosotros”.
Traducción de: Mónica Zas