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The Guardian en español

Antonin Scalia: el juez conservador que marcó una era en Estados Unidos

Martin Kettle

Muy pocos jueces británicos son considerados grandes figuras públicas en el sentido más amplio de la palabra. Y algunos así lo prefieren. En cambio, los jueces norteamericanos se han caracterizado siempre por lo contrario. No solo porque la separación constitucional de poderes favorece su prestigio, sino porque su proceso de elección depende abiertamente de la política. El presidente del Gobierno nombra a los nuevos magistrados del Tribunal Supremo, siempre que el Senado ratifique su decisión. Esto explica en cierta manera por qué la muerte del juez Antonin Scalia este fin de semana representa un acontecimiento de interés público. 

Scalia deja una vacante en los nueve puestos del Tribunal Supremo que se han dividido entre cinco conservadores y cuatro progresistas durante los últimos años, algo crucial incluso en el caso Bush vs Gore en el año 2000, que zanjó el escrutinio de las elecciones. Barack Obama cuenta ahora con una oportunidad de oro, y una gran responsabilidad, para presentar a un candidato más progresista. Pero los republicanos no se quedarán de brazos cruzados. Apenas unas horas después del fallecimiento del juez, ya defendían que el nuevo nombramiento debería aplazarse hasta las elecciones presidenciales de noviembre, y probablemente conseguirán lo que quieren.

Pero ni siquiera esta polémica consecuencia ha afectado a la extraordinaria reputación de Scalia, pues no ha existido en medio siglo una figura más influyente en el ámbito judicial del país. Aunque nunca lo presidió, el tribunal al que llegó en 1986, tras su nombramiento por Ronald Reagan, terminó siendo en todos los sentidos “el tribunal de Scalia”.

Ahora, su muerte ha supuesto un acontecimiento tanto intelectual como político. No es exagerado afirmar que sin comprender a Scalia no se puede entender la política constitucional de las últimas tres décadas en Estados Unidos.

Scalia enarbolaba una ideología social conservadora a muchos niveles. Dictó sentencias con una notable tendencia derechista en asuntos como el aborto, la igualdad de derechos para homosexuales, la segregación racial o la pena de muerte. Sin embargo, destacó en especial su habilidad constante para promulgar, con un lenguaje mordaz, una doctrina radical sobre la Constitución de Estados Unidos. Unos principios que han servido de guía judicial y política para los conservadores norteamericanos de toda una generación.

Según el punto de vista de Scalia, la Constitución debía ser interpretada de la forma más fiel posible a la descrita por sus fundadores. Este enfoque llamado “originalista” se oponía frontal y apasionadamente al ideal liberal, que define la Constitución como una serie de normas que se pueden adaptar con el paso del tiempo a los valores vigentes. El magistrado consideraba la Constitución casi como una escritura sagrada. Su creencia en la verdad de la Constitución estadounidense era mayor que la de cualquier fanático en un libro religioso. Su fundamentalismo le proporcionó un estatus entre el ala conservadora que en ocasiones rivalizaba con el de Reagan.

Todo esto convirtió a Scalia en el apóstol judicial más reputado y elocuente de la era moderna con su defensa del principio de no intervención, los poderes de cada Estado, la necesidad de un Gobierno federal pequeño y una presidencia débil. Sin lugar a dudas, desde su puesto formó la opinión de muchos abogados y políticos jóvenes que garantizan la continuidad de su influencia después de su muerte. 

Scalia también era un sólido valedor de la exclusividad de la Constitución, manteniendo que no solo es el punto de referencia original para los jueces, sino el único. Cualquiera que lea un veredicto del Tribunal Supremo del Reino Unido encontrará referencias a leyes y juicios de otros tribunales, tanto europeos como estadounidenses. Pero Scalia no quiso saber nada de ese carácter internacional. Su jurisprudencia era íntegramente americana; defendía que solo las sentencias de Estados Unidos podían ser tomadas en cuenta. Era el mejor portavoz del excepcionalismo, al que dio un gran impulso con inmensas consecuencias que van más allá de los tribunales.

Pocos de los que asistieron a sus sesiones en la Corte no apreciaron su mordacidad y el poder de su fama judicial, incluso cuando aplicaba la ideología y jurisprudencia erróneas en casi todos sus casos.

La relevancia del juez y el absoluto valor de sus acciones no pueden ser exageradas. Scalia encarnó la certeza de que EEUU es, y siempre será, diferente al Reino Unido en incontables aspectos.

Traducido por: Mónica Zas

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