El Ejército ruso lleva dos meses tratando de tomar la ciudad de Avdivka, en el este de Ucrania. El primer intento fue un asalto frontal a gran escala durante el que decenas de equipos fueron destruidos. Después enviaron columnas blindadas en varias direcciones. Ahora, en una tercera oleada, están tratando de penetrar las posiciones ucranianas usando pequeños grupos de infantería.
“Hay decenas de cadáveres; ellos tratan de avanzar; nosotros los matamos; ellos mandan más”, dice Ivan Smaga, comandante adjunto en el 25º batallón de asalto ucraniano que está defendiendo Avdivka. “Al principio, los grupos estaban formados por diez hombres; ahora vienen uno, dos o tres, sin apoyo. Su comandante los usa como carne de cañón”.
Smaga habla de los ingeniosos métodos que los rusos despliegan para sobrevivir cuando les ordenan entrar en combate. Algunos se arrastran por el suelo congelado. Otros cavan agujeros “como ratones”. Unos pocos fingen estar muertos y pasan horas echados junto a los cadáveres de sus camaradas caídos. “Los observamos tumbándose debajo de los cuerpos calientes; al final se levantan y se mueven”, dice. Según Smaga, en ese momento son eliminados por los drones y la artillería ucranianos.
Los combates en Avdivka y en el sur y el este de Ucrania no cesaron durante las conversaciones en Bruselas de los líderes de la UE sobre la adhesión de Ucrania al bloque y sobre los miles de millones de euros en ayuda económica y militar a Kiev, donde crece el temor por la fuerza del respaldo de Occidente. Mientras tanto, Vladímir Putin prometía en Moscú que seguiría adelante. “Habrá paz cuando alcancemos nuestros objetivos”, dijo este jueves. “[Nuestros objetivos] no han cambiado: La desnazificación de Ucrania, la desmilitarización de Ucrania”.
Avdivka lleva casi una década en primera línea del frente. En la primavera de 2014, Rusia tomó militarmente la capital de la región, Donetsk, a cinco kilómetros al suroeste de Avdivka y a unos 20 minutos en coche. Desde entonces, los soldados ucranianos se han enfrentado a los rusos en una zona industrial con vistas a una arbolada en tierra de nadie y cubierta de hierba aguja amarilla. Los proyectiles volaban en las dos direcciones
Durante las primeras semanas de la invasión a gran escala de Putin en 2022, el Ejército ruso arrasó con gran parte del sur y del este de Ucrania. Pero nunca fue capaz de conquistar Avdivka, donde las fuerzas armadas ucranianas han construido extensas fortificaciones y puestos de mando subterráneos que en otra época venían a ver los dignatarios occidentales. Desde el punto de vista de Moscú, la ciudad es un saliente anómalo, rodeada en tres de sus lados por territorios bajo control ruso.
Por ahora los defensores ucranianos siguen aguantando. Smaga asegura que los rusos pueden ser “idiotas”, pero tienen “más de todo”. En ese todo se incluyen tanques, vehículos blindados de combate MT-LB (de la era soviética), obuses de 152 milímetros, y 40.000 soldados concentrados en el saliente de Avdivka. Su unidad, dice Smaga, está recibiendo menos municiones desde finales del verano. “Tenemos suficiente para defendernos de los ataques. Pero si siguen llegando, vamos a necesitar muchísima más”, explica.
Lo que ocurra en Avdivka tendrá un gran valor simbólico. Para el Kremlin, tomar la ciudad significaría un impulso a la campaña de Putin para las elecciones de marzo, la que sería su quinta presidencia. En los recientes ataques de Rusia por todo el frente oriental, también en la ciudad de Bajmut, parece haber tanta lógica militar como razones políticas y de construcción del relato. ¿El mensaje? Rusia está ganando y Ucrania está perdiendo.
Para Kiev, una derrota en Avdivka agravaría la sensación de pesimismo que comenzó con el fracaso de la contraofensiva este año. La semana pasada, Volodímir Zelenski fue rápidamente a pedir más ayuda militar en Washington, donde enfrentó la oposición de los republicanos en la Cámara de Representantes y en el Senado. La coalición occidental que ha estado apoyando a Kiev con armas y espacio para sus refugiados parece estar deshaciéndose paulatinamente.
1.200 vecinos en la ciudad
Avdivka, donde antes vivían 25.000 personas, está en ruinas. Los cañones y cazas rusos han reducido a escombros edificios residenciales, hospitales, escuelas, tres supermercados y las cinco iglesias del lugar. “Disparan todo el rato”, dice Vitalik Santakov, uno de los vecinos. Los daños se extienden por los dos barrios principales, el casco viejo y un conjunto de bloques de casas soviéticas conocido como Chemik. En Avdivka llevan meses sin electricidad, agua ni gas.
Aunque parezca increíble, aún hay 1.200 personas viviendo en la ciudad. Ancianos, en su mayoría. “Yo era el último que quedaba en un bloque de cinco plantas. No dormía en el sótano porque hacía frío y estaba infestado de ratones”, cuenta Santakov. “Bombardearon mi casa; me mudé al piso de un vecino y le volaron las ventanas; luego me mudé a un tercero”. Santakov explica que recogía leña y que cocinaba en un hornillo. La tienda que allí se conoce como 11 seguía funcionando, dice, en un edificio semidestruido junto a un coche tiroteado.
Unos voluntarios lo sacaron de Avdivka la semana pasada. Fue un viaje peligroso, por la única carretera del lugar. Ahora vive a 40 kilómetros del frente, en un alojamiento temporal para desplazados en la ciudad de Pokrovsk, en el Donbás. “Ya había tenido bastante”, dice. Utilizada por el ejército ucraniano, la carretera por donde lo evacuaron está vigilada por drones rusos. “Salimos en un convoy; yo vi dos explosiones justo delante de nosotros; nos detuvimos y seguimos corriendo”, recuerda. “Se ven pocos vehículos civiles”.
¿Por qué algunos residentes se niegan a marcharse si las bombas caen a su alrededor? Para Tamara Tamakova, una viuda de 85 años que fue evacuada el pasado martes, la respuesta es que no tenía a dónde ir. “Mi marido ha muerto, no tengo a nadie”, dice. Nacida en la Rusia soviética, Tamakova se mudó en 1963 a Avdivka para trabajar en la fábrica de asfalto. En los últimos tiempos recogía agua de lluvia para cocinar, dice. Con la nieve y las temperaturas bajo cero, dormía cubierta de mantas y sin quitarse la ropa.
A medida que empeoran las condiciones de vida, los rusos avanzan sigilosamente. Hace dos semanas tomaron Promka, una zona industrial en la periferia suroriental de Avdivka. Al noroeste, en el pueblo de Stepove, se están librando encarnizados combates; y las tropas rusas han lanzado varios ataques contra la planta química y de coque de la ciudad. Han izado la bandera tricolor rusa sobre una pila de escombros que han capturado, aunque siguen sin poder atravesar la valla perimetral. Hay cadáveres por todas partes. “La fábrica es nuestra”, dice el comandante adjunto Smaga. “No ha entrado ningún soldado ruso”.
Propiedad del oligarca Rinat Akhmetov, la fábrica fue construida hace 60 años y ocupa una gran extensión de terreno. Tiene unos altos hornos y un refugio subterráneo antinuclear, pero ya no queda ninguno de los trabajadores civiles que mantenían en funcionamiento los generadores. Los rusos están tratando de avanzar por una vía férrea y una cascada de estanques donde los empleados iban antes a pescar. Allí trabajaban unas 4.000 personas.
Irina Drozach, una antigua empleada de 59 años, dice que la fábrica lleva mucho tiempo siendo un objetivo militar. En 2015, Drozach resultó herida por el impacto de tres cohetes rusos BM-21 contra uno de los talleres. “Había llamas y polvo, era como un terremoto”, dice esta operadora de máquinas. La fábrica dejó de funcionar en 2022. “Antes era un lugar acogedor; las relaciones entre los trabajadores y los directivos eran muy buenas; celebrábamos los aniversarios y cumpleaños de unos y otros”, recuerda.
En mayo de 2022, tuvo que huir de Avdivka junto a su marido Viktor, policía jubilado, cuando un misil destruyó su hogar. “Era de noche, estábamos durmiendo”, dice. Viktor fue herido en un pie y más tarde tuvieron que amputarle tres dedos tras una gangrena. “Me encantaba mi trabajo y mi empleo; era una ciudad verde maravillosa, ahora es una ruina”, dice Irina al recordar Avdivka. “No veo que tenga mucho futuro”.
“Putin no quiere negociaciones, nosotros tampoco”
Según Smaga, cuyo pseudónimo es Mongol, Ucrania necesita urgentemente una fuerza aérea para ahuyentar a los cazas rusos que les arrojan bombas FAB de media tonelada. Dice que el equipamiento occidental, y especialmente la artillera pesada, es crucial para que sus soldados puedan seguir conteniendo a los rusos. En su brigada, la 47 mecanizada, ya están empleando los vehículos de combate Bradley suministrados por Estados Unidos. “Me gustan: aterrorizan al enemigo y son maniobrables, cuando te sientas dentro de uno te sientes protegido”, dice.
Tras casi dos años de una guerra sin cuartel, los oficiales ucranianos dicen no tener más opción que seguir peleando. “Putin no quiere negociaciones, nosotros tampoco”, dice Yuriy Zubchak. “Han muerto muchos de los nuestros, el precio que han pagado es enorme, si paramos ahora, ¿para qué habrá sido?”. Zubchak dice que sus hombres están reconciliados con la idea de que la lucha por defender los hogares y la tierra ucraniana será larga. “No nos preocupa la superioridad de la infantería rusa, son 140 millones, lo que nos preocupa es que tengan más armas”, dice.
No se sabe durante cuánto tiempo seguirá siendo Avdivka una ciudad ucraniana. La retirada no es un tema del que se hable. Al menos, no en público. En el crudo invierno, los soldados hacen guardia en trincheras heladas, usando para calentarse latas caseras de parafina que encienden con una vela. Los gritos son constantes. “Resistiremos hasta el final”, dice Smaga. “Si Occidente no nos apoya, Moscú tratará de volver a tomar Kiev como en 2022. Y después seguirá”.
Traducción de Francisco de Zárate.