¿Quién es más farsante y embustero? ¿Donald Trump? ¿O la gente que lo criticaba dentro del Partido Republicano?
En el ya lejano universo político de hace cuatro años, cuando se consideraba que la probabilidad de que Trump se hiciera con la candidatura republicana era de 1%, todo el mundo podía burlarse de aquel magnate de los realities al que tildaban de payaso ridículo. También sus compañeros de partido.
Imposible olvidar la implacable carrera de las primarias, cuando Ted Cruz dijo que era un ser “totalmente amoral” y lo llamó “mentiroso patológico”, “mujeriego en serie” y “traidor”. “¿Cómo podríamos confiar en él en la Casa Blanca?”, se preguntaba.
Por no hablar de las duras críticas de Marco Rubio cuando denunció a Trump por convertir “en un espectáculo de locos las elecciones más importantes en toda una generación”. O cuando lo llamó “estafador” y dijo que era una vergüenza. O cuando cargó contra su “peligroso estilo de liderazgo” y pidió a los votantes republicanos que “terminaran con esta locura”.
“Lo dejaremos caer como una piedra caliente”, dijo el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, cuando pidió a sus correligionarios con miedo a perder el escaño que rompieran con Trump. “Un racista de manual”, dijo el expresidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, en referencia a unos comentarios del magnate inmobiliario.
Todos se rindieron, por supuesto. Absolutamente todos. A nadie se le niega el derecho a cambiar de opinión cuando cambian los hechos. Pero ninguno de los hechos sobre Trump ha cambiado: sigue siendo un mentiroso patológico, un estafador y una persona totalmente amoral (noticias falsas, dice el propio Trump para desestimar las calificaciones). Y el establishment republicano, por muy sórdido y mercenario que sea, lo sabe.
Pero Trump se convirtió en el mecanismo perfecto para bajarle impuestos a los ricos, desregular, cargar contra las pequeñas conquistas del Obamacare, así como socavar las protecciones medioambientales, la defensa a los consumidores y los derechos de los trabajadores. El “freak show” del que hablaba Rubio demostró tener una utilidad: una medida de distracción, como dijo Naomi Klein, para hacer avanzar la verdadera agenda política de Trump.
Parafraseando a Theresa May en sus primeras preguntas al frente del Gobierno británico, “¿les recuerda a alguien?”. Boris Johnson es un mini Trump en ascenso. La corona del Partido Conservador lo espera. Pero sus colegas saben que es un incompetente que sólo se preocupa por sí mismo y que en dos ocasiones fue despedido (por el editor de un periódico y por un líder del partido) tras ser acusado de deshonesto. En palabras de un antiguo asesor de Michael Gove, Johnson era “una vergüenza”, alguien que “nunca estaba preparado” en las reuniones y “nunca podía concentrarse” y del que “casi todos sus compañeros de trabajo dicen lo mismo”.
Amber Rudd resumió en una frase memorable lo que muchos de sus colegas pensaban sin decir: “No es alguien en quien confiar para que te lleve a casa cuando termina la noche”. Por supuesto, nada de eso ha impedido el supuesto intento de Rudd de pactar con él.
Los diputados conservadores saben que Johnson es una opción ridícula como primer ministro, pero están desesperados. Temen que el Partido Laborista derogue el consenso económico y político construido hace cuatro décadas por Margaret Thatcher y ven la creciente marea de apoyo a Nigel Farage como una amenaza que ya les está pisando los talones. Han llegado a la conclusión de que ya no rigen las reglas de toda la vida de la política y de que la única forma de responder a los movimientos de masas de una segunda campaña de Jeremy Corbyn en elecciones generales será con un tipo al que le pidan selfies por la calle.
La 'Trumpificación' de nuestro Partido Conservador es igual de desconcertante que la sufrida por el Partido Republicano en Estados Unidos. Como ocurrió con Trump, al que trataban de definir como un simple demócrata grandilocuente de Nueva York, con Johnson también han venido a tranquilizarnos diciendo que es un “one nation conservative” [una forma paternalista del conservadurismo británico]. Pero estamos hablando de un hombre que llamó “negritos” con “sonrisas de sandía” a las personas negras; que ha despreciado a los homosexuales; y que decía que si el matrimonio igualitario era legal por qué no lo iba a ser una unión “entre tres hombres o incluso entre tres hombres y un perro”. Un hombre que estaba a cargo de The Spectator cuando la revista publicó un artículo donde se sostenía que el coeficiente intelectual de los negros es inferior al de los blancos, que bromeó sobre la necesidad de limpiar Libia de cadáveres para convertir el país en una atracción turística y que hacía chistes comparando a las mujeres musulmanas con ladrones de bancos y buzones de correos.
Johnson dirá o hará todo lo que considere que redunda en su beneficio político. Sabe que los miembros que aún le quedan al Partido Conservador son exiliados del UKIP y que las posibilidades electorales de los conservadores dependen de su capacidad de recuperar a los votantes que desertaron en masa al Brexit Party, en la extrema derecha. Entre sus aliados clave cuenta con el ultrareaccionario Jacob Rees-Mogg, contrario al aborto y a los derechos del colectivo LGTBQ y apoyado por desagradables y siniestros simpatizantes. Es de esperar que un gobierno liderado por Johnson se valga del fanatismo y la demagogia para salir de la UE sin acuerdo y unas políticas económicas que sólo beneficiarán a las élites británicas.
En privado, algunos conservadores lo considerarán terriblemente vulgar y hasta preocupante, pero participarán del peligroso espectáculo como hicieron los archienemigos de Trump en el Partido Republicano. El circo de Boris Johnson, al igual que el circo de Trump, será la gran distracción: muchos de los medios dejarán de indagar donde hay que hacerlo, reaccionando ante todas y cada una de sus absurdas declaraciones. Johnson será el testaferro del cada vez más autoritario y poderoso populismo de derechas.
Vuelvo a mi pregunta inicial, ¿quién es más farsante y embustero? ¿Boris Johnson o los conservadores que ayudarán a llevarlo al poder en Gran Bretaña sabiendo lo peligroso que es?
Traducido por Francisco de Zárate