El Brexit puede desgarrar a un Partido Laborista que ya no sabe disimular sus problemas internos

Steve Richards

Nadie sabe cuál es la posición del Partido Laborista con respecto al Brexit. Este es el gran lugar común del momento y, como la mayoría de lugares comunes, es verdad. El Partido Laborista está a favor y en contra de la libre circulación. El Partido Laborista es partidario del pleno acceso al mercado único y también está en contra del pleno acceso al mercado único. El Partido Laborista no bloqueará el artículo 50 pero algunos de sus miembros del parlamento sí votarán en contra. En lo relativo a Europa, el Partido Laborista atraviesa una crisis profunda.

Pero lo cierto es que en momentos clave los laboristas nunca han sabido cuál era su posición con respecto a Europa. La actual división en el partido no es un fenómeno nuevo. De hecho, es un patrón de comportamiento. A principios de los setenta la mitad de los miembros superiores del parlamento mostraron su apasionado apoyo a la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea (CEE) y la otra mitad estaba completamente en contra; con pesos pesados del partido en un bando y el otro.

Del mismo modo, de mediados a finales de la década de los noventa, los líderes del Partido Laborista tampoco sabían cuál era su posición con respecto a la moneda única. Tony Blair estaba a favor y Gordon Brown en contra. Robin Cook se oponía frontalmente a la moneda única y más tarde la defendió con fervor. Blair declaró su firme amor por la libra esterlina y más tardé insinuó que su misión histórica era incorporarse a la eurozona. Se burló de John Major cuando accedió a convocar un referéndum sobre la entrada del Reino Unido en la zona euro y más tarde propuso convocar un referéndum sobre el euro.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre la división actual y las del pasado, a pesar de que ambas son igual de incoherentes. La situación actual es transparente y no tiene una solución clara. Para liderar un partido que tiene opiniones contrapuestas en relación a un tema que es complejo y que toca la fibra sensible de los ciudadanos es necesario ser sutil y estratégicamente evasivo pero aparentar fuerza de determinación y seguridad en el rumbo.

Algunos líderes destacados del partido ya han manifestado su opinión sobre el Brexit, lo cual es una temeridad, mientras que otros intentan esquivar la cuestión de forma poco sutil, patética y torpe.

A favor de Jeremy Corbyn, un hombre de fuertes convicciones, se tiene que reconocer que no puede disimular aunque se esfuerce. Pedirle a Corbyn que disienta es como pedirle que capitanee el Arsenal en una final de copa.

Simplemente, no puede. Como miembro del parlamento desde 1983, no tuvo un cargo en el gobierno y siempre votó según sus principios. Ver sus esfuerzos por ceñirse a la versión oficial acordada, la que afirma que el Partido Laborista “no está casado con el principio de libre circulación”, producía una satisfacción morbosa. No podría ceñirse a ese guión durante más de una hora o dos porque él cree en la libre circulación. Al mismo tiempo, no puede mostrar su entusiasmo por el mercado único porque no le entusiasma y es incapaz de fingir.

Líder de un partido dividido

Sin embargo, Corbyn ya no habla como un hombre con fuertes convicciones. Ahora es el líder de un partido profundamente dividido. En una entrevista a la BBC realizada a finales de los ochenta del siglo pasado, a Neil Kinnock le preguntaron: “como líder del partido ¿Cuál es su opinión personal sobre el desarme nuclear unilateral? Sin dudarlo ni un segundo, Kinnock contestó: ”Ser el líder del Partido Laborista y dar una opinión personal es una contradicción en sí misma“. Kinnock hacía referencia a las horrendas e inevitables limitaciones de un líder.

Observen las caóticas posiciones que ha tenido el Partido Laborista en relación a Europa en el pasado. Pero tenía líderes con las tablas y experiencia necesarias para disimular y dar la impresión de que habían trazado una hoja de ruta (cuando carecían de ella). Aparentar era una condición previa para sobrevivir y tener éxito; no una condición adicional.

En la primera mitad de la década de los setenta, cuando lideraba un partido que estaba más dividido que ahora, Harold Wilson consiguió ganar dos elecciones y un referéndum sobre la entrada de la Unión Europea en la CEE. Tuvo que hacer piruetas y saltos malabares pero sabía perfectamente qué tenía entre manos.

A diferencia de Corbyn, hacía años que había comprendido que ser líder comporta obligaciones y por instinto su prioridad era mantener la cohesión dentro del partido y, al mismo tiempo, lograr el objetivo final. En votaciones clave de la cámara de los comunes, Wilson votó en contra de incorporarse a la CEE. El Reino Unido entró en la CEE en 1973 porque así lo querían la mayoría de miembros de su partido. Wilson convocó un referéndum y se posicionó a favor de la entrada tras una “renegociación”. A diferencia de David Cameron, ganó. A finales de su mandato, un Wilson exhausto le explicó a Barbara Castle que “había meado sangre” para que el Partido permaneciera unido mientras debatían en torno a Europa y para mantener al Reino Unido en Europa. En mayor o menor medida, logró ambos objetivos.

“Yo lidero a mi partido. Tú sigues al tuyo”

Blair era una clase de político muy diferente pero también era un prestidigitador. En los meses anteriores a las elecciones generales de 1997, supo sacar partido de las divisiones en el seno del gobierno en torno al euro y de la incapacidad de Major para explicar su posición. Le hizo la vida imposible. “Yo lidero a mi partido. Tú sigues al tuyo”, fue la famosa afirmación burlona de Blair, para regocijo de los medios de comunicación.

Sin embargo, Blair mantuvo una posición tan ambigua como la de Major. Quería entrar en la eurozona y no quería. La diferencia fue que supo transmitir dinamismo y que tenía una estrategia. Luego propuso cinco test económicos que permitían evaluar si al Reino Unido le convenía adherirse a la zona euro. Lideraba en Europa. Pocos se percataron de las fracturas internas del Partido Laborista. Todos estaban pendientes de las divisiones internas en el gobierno.

Ahora vemos las mismas dinámicas. Theresa May es la que se enfrenta a un infierno de largas y difíciles negociaciones con un grupo parlamentario al que se le hace la boca agua cuando se menciona la cuestión de Europa. Y, sin embargo, es ella la que juega con Corbyn y se burla de él por liderar un partido “cuyos miembros son incapaces de hablar en nombre de los laboristas y que nunca podrán hablar en nombre del Reino Unido”. Ella sería la que podría burlarse del hecho de que los miembros del parlamento laboristas que tienen cargos importantes parecen tener una opinión diferente a la de los demás. May tiene mucha experiencia en alta política. Se muestra determinada y da la sensación de tener un objetivo claro, a pesar de que no tiene ni idea de qué pasará una vez el Reino Unido salga de la Unión Europea, ya que nadie lo sabe.

Tener una estrategia inteligente para disimular no es una alternativa a tener el convencimiento. Wilson y Blair, ambos con un pragmatismo constante y sin misericordia, consiguieron su propósito: el Reino Unido en la CEE y fuera de la zona euro. Europa es el peor punto que los líderes laboristas pueden tener en su agenda. Corbyn y otros altos cargos del partido no tienen las tablas necesarias para lidiar con este tipo de juego político.

Tanto si deciden mantenerse firmes y respetar su posición en torno al Brexit como si disimulan, el partido verá cómo su apoyo languidece en las encuestas. Si en los próximos años tiene que elegir a un nuevo líder, el Partido Laborista necesita a alguien con experiencia y que sepa fingir. Sin un líder de estas características, el partido podría desgarrarse por culpa de “la cuestión europea”. No porque sus miembros estén más divididos ahora que en el pasado, sino porque la división es más patente. El caos interno es tan evidente que podría fulminar su fuerza política.

Traducido por Emma Reverter