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La expedición científica sobre caca de ballena más importante de la historia

Jonathan Watts

La mayoría de la gente huye del más mínimo olor a excremento. Sin embargo, un equipo de científicos se está preparando para viajar durante siete semanas a la Antártida y recoger heces de ballena azul y examinar su impacto en la biodiversidad y el cambio climático.

“Se trata de la expedición de caca de ballena más minuciosa de la historia”. Así la denominan los que van a participar en el periplo que tiene como objetivo demostrar la teoría de que los desechos del mamífero más grande del mundo juegan un papel mucho más crucial en el mantenimiento de la productividad en los océanos del sur de lo que se pensaba.

“Quiero demostrar que las ballenas son ingenieras de ecosistemas”, explica Lavenia Ratnarajah, biogeoquímica marina de la Universidad de Liverpool. “Las campañas de conservación suelen centrarse en su belleza, pero eso no convence a todo el mundo. Si podemos demostrar cuánto contribuyen estos animales a las funciones del océano, será más fácil salvarles”.

A principios del siglo XX, el número de ballenas azules se redujo en un 95%, pero desde la introducción de una prohibición mundial de capturas en 1966 se han recuperado y estabilizado. Se cree que en la actualidad hay entre 10.000 y 35.000, la mayoría en la Antártida.

Hasta el momento, la mayor parte de las investigaciones se han centrado en los hábitos reproductivos y migratorios de estas criaturas gigantescas, que pueden llegar a medir 30 metros y pesar 200 toneladas. Pero la nueva investigación va a analizar cómo contribuyen a los niveles de nutrición de las aguas antárticas.

Los excrementos de ballena actúan como un fertilizante oceánico rico en hierro que estimula el crecimiento de bacterias marinas y fitoplancton –pequeñas plantas que forman la base de la cadena alimenticia antártica y son la mayor fuente de retención de carbono. Sin el reciclaje biológico del hierro, el relativamente anémico Océano Austral no podría sostener tanto fitoplancton , que es el principal alimento para el krill.

El nuevo estudio intentará cuantificar el impacto fertilizante y comprobar teorías de que la ballena es insustituible en el ecosistema polar porque los otros grandes depredadores –pingüinos y focas– suelen defecar en el hielo y no en el agua, por lo que no pueden proporcionar los mismos beneficios nutricionales.

El equipo –junto a docenas de otros científicos– partirá el 19 de enero de Hobart, Tasmania, en el Research Vessel Investigator, fundado por la Organización de Investigación Científica e Industrial del Commonweath y la División Antártica Australiana. Primero colocarán boyas sonoras para identificar la ubicación de las ballenas y luego, cuando estén cerca, usarán drones para volar sobre ellas y esperar a las columnas anaranjadas indicadoras. Esto puede llevar días.

Las heces, que están compuestas principalmente por krill digerido, flotan inicialmente en la superficie antes de disiparse y luego hundirse en el fondo del océano. En misiones anteriores, los investigadores recogían las muestras a mano, pero esta vez están aliviados porque serán los drones los que hagan el trabajo sucio.

“Lo único en lo que piensas es que en que no quieres caer encima de ella. Es líquida y huele fatal”, asegura Ratnarajah, que irá contando el viaje vía Twitter. “A veces pienso que tengo el peor trabajo del mundo y a veces pienso que tengo el mejor”.