Así se convirtió el Día de la Victoria en clave para la idea de Putin sobre la identidad rusa
El lunes por la mañana habrá tanques y camiones de misiles rugiendo por las calles principales de las ciudades de toda Rusia. Los soldados marcharán por las plazas centrales. Los aviones de combate sobrevolarán el país.
El Día de la Victoria, en el que los rusos celebran el final de lo que todavía llaman la “gran guerra patriótica” en 1945, se ha convertido gradualmente en la pieza central del concepto de identidad rusa de Vladímir Putin durante sus dos décadas de mandato.
Este año, a medida que avanza el ataque del Ejército ruso sobre Ucrania, el día ha cobrado una relevancia especial: hay quien espera un anuncio espectacular de Putin, con una declaración de victoria en Ucrania o un plan todavía más arriesgado.
Por toda Rusia habrá familias que recordarán en silencio a los antepasados que dieron su vida luchando contra el nazismo, o brindarán por los pocos veteranos que siguen vivos. Otros adoptarán un comportamiento más rimbombante en consonancia con el mensaje oficial, tal vez añadiendo al cochecito de su hijo una torreta de papel maché para que parezca un tanque, o estampando la consigna “a Berlín” en sus coches.
“Podemos hacerlo de nuevo”
En las últimas celebraciones del Día de la Victoria, ha ganado popularidad un eslogan más siniestro: “Podemos hacerlo de nuevo”. Según los mensajes estatales, eso es exactamente lo que Rusia ha estado haciendo en Ucrania desde que comenzó su invasión a gran escala el 24 de febrero. Desde el principio, el Kremlin ha usado el lenguaje y las imágenes de la Segunda Guerra Mundial para describir su ataque contra el país vecino.
Al lanzar la invasión, Putin dijo que uno de sus principales objetivos era la “desnazificación” del país. A mediados de marzo, se dirigió a una multitud en el estadio Luzhniki de Moscú, donde las pancartas que ondeaban los presentes prometían un “mundo sin fascismo”. Los soldados rusos suelen llevar la cinta naranja y negra de San Jorge, convertida en símbolo tanto de la victoria de la Segunda Guerra Mundial como de la guerra en Ucrania.
Muchos creen que este discurso de “desnazificación” es pura propaganda. Es cierto que se han dado otras explicaciones convincentes para la invasión de Ucrania: el miedo a la expansión de la OTAN, el desprecio posimperial por la lengua y la cultura de Ucrania y el aislamiento de un líder que pasó la pandemia de COVID-19 en un búnker reflexionando sobre su legado.
Pero también influye la retórica de la victoria y de la lucha contra los nazis, que se ha ido retorciendo gradualmente en las dos últimas décadas.
'Victoriamanía'
En plena guerra expansionista rusa, con ejecuciones, ataques a civiles, campos de “filtración” y hostigamiento a los disidentes dentro de Rusia, resulta particular llegar a la conclusión de que los nazis son los ucranianos, pero desde hace ya varios años, los críticos mencionan la existencia de un culto a la victoria al que llaman pobedobesie, un juego de palabras despectivo con los vocablos rusos para victoria y para oscurantismo (una traducción aproximada sería victoriamanía).
A medida que esta pobedobesie ha ido extendiéndose año tras año, el fenómeno ha adoptado formas cada vez más extravagantes. En las escuelas se organizan representaciones en las que los niños se disfrazan de soldados soviéticos y por las calles desfilan personas que se hacen pasar por nazis capturados. Cada vez más opositores a la Rusia moderna han sido tachados de nazis, neonazis o cómplices de los nazis.
Hoy en día, casi cualquier entrevista con un alto cargo ruso sobre la actualidad contiene referencias a la Segunda Guerra Mundial. El Ministerio de Asuntos Exteriores tuitea sobre el conflicto casi a diario. Nikolai Patrushev, uno de los principales confidentes de Putin, culpó hace poco a Occidente del ascenso de Hitler y sugirió que los verdaderos herederos de los nazis eran el actual mundo occidental y sus “marionetas” ucranianas. “No hay que dejarse engañar por la respetabilidad anglosajona, ningún traje bien confeccionado puede ocultar el odio, la rabia y la inhumanidad”, espetó.
Una imagen desdibujada
En el relato ruso moderno sobre el esfuerzo bélico soviético se pasan por alto discretamente detalles incómodos, como el pacto de no agresión nazi-soviético de 1939, el reparto posterior de Europa, o la deportación interna de grupos étnicos enteros por parte del régimen de Stalin.
La imagen de los “nazis” también se ha ido difuminando. Los libros de texto de Historia rusos hablan poco de la política de Hitler, su ascenso al poder, su antisemitismo o el Holocausto. En vez de eso, la principal característica que se resalta de los “nazis” es que atacaron a la Unión Soviética.
Según esta lógica, todos los que amenazan a la Rusia moderna son también nazis.
El proceso ha ido evolucionando progresivamente a lo largo de las dos décadas que Putin lleva en el cargo. En el año 2000, el Día de la Victoria se celebró solo dos días después de su primera toma de posesión como presidente. Dirigiéndose a un grupo de veteranos, el nuevo líder ruso explicó la importancia de la histórica victoria. “Gracias a vosotros, nos hemos acostumbrado a ser ganadores. Eso entró en nuestra sangre. No solo permitió las victorias militares, sino que también ayudará a nuestra generación en tiempos de paz, nos ayudará a construir un país fuerte y próspero”.
Apenas había una familia en Rusia que no tuviera parientes que lucharon en la guerra y las gigantescas pérdidas que sufrió la Unión Soviética en la victoria sobre Alemania empequeñecen las pérdidas de todo el resto de aliados juntos. Pero, para una población traumatizada por el derrumbe de la Unión Soviética y por el caos económico de los años noventa, el legado de la victoria en la guerra y verse como “vencedores” en el discurso de Putin fue también un hito histórico positivo.
El poder de la Rusia de Putin
Desde luego, Rusia no es el único país enredado con sus relatos sobre la Segunda Guerra Mundial. Reino Unido tiene un primer ministro haciendo un esfuerzo evidente, y en gran medida infructuoso, para encarnar el espíritu de Winston Churchill. En Polonia, el Gobierno está trabajando con ahínco para tratar de subestimar los casos de complicidad en el Holocausto. La resistencia de Alemania a suministrar armas a Ucrania se ha atribuido, en gran parte, a un sentimiento de culpa histórica por el pasado nazi del país. Y en algunas partes de Ucrania, mucha gente ha evitado analizar la complicidad de los nacionalistas ucranianos con los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero el nivel de distorsión del discurso oficial y su omnipresencia en Rusia no tienen parangón en ninguna otra parte de la Europa moderna. Poco a poco, el Día de la Victoria se ha ido convirtiendo menos en el recuerdo del pasado y más en la demostración del poderío de la nueva Rusia de Putin. En 2008, por primera vez desde el derrumbe soviético, el desfile del 9 de mayo incluyó armamento pesado. Tres meses después, Rusia invadió Georgia.
El proceso se aceleró en 2014, cuando la maquinaria propagandística del Kremlin comenzó a afirmar que estaba luchando contra auténticos nazis en Ucrania, centrándose en una minoría de combatientes que sí tenían ideas de extrema derecha.
Los graves hechos que dieron lugar a la trágica muerte de 48 personas, principalmente prorrusas, en un incendio provocado en Odesa en mayo de aquel año fue elevado por la televisión rusa de grave crimen a masacre fascista premeditada.
Cuando Sergei Aksyonov, el líder títere del Kremlin en Crimea, apareció en un mitin en la Plaza Roja de Moscú tras la anexión de la península, llevaba en la solapa la cinta naranja y negra de San Jorge en vez de la bandera tricolor rusa. Habló de salvar la península de las masacres de hipotéticas hordas de fascistas ucranianos.
A falta de otros fundamentos ideológicos sólidos para el régimen de Putin, la victoria de 1945 y su gemela de 2014 se convirtieron en su razón de ser, dos hitos marcados por la cinta naranja y negra.
Una nueva religión
La victoria se ha convertido en la nueva religión de Rusia. En una entrevista de 2015, el entonces ministro de Cultura Vladímir Medinsky, que ahora es jefe de la delegación rusa en las estancadas negociaciones de paz con Ucrania, arremetió contra los historiadores que querían demostrar con pruebas de archivo que ciertos mitos de la guerra soviética fueron embellecidos o inventados. “Deberíamos mirarlos del mismo modo en que miramos a los santos de la iglesia”, dijo Medinsky.
La idea se hizo realidad hace dos años con la consagración de una inmensa Catedral de las Fuerzas Armadas en las afueras de Moscú. El interior de la catedral, impresionante y siniestro, combina motivos militares con religiosos en una serie de enormes mosaicos. En algunas partes de su exterior se ha empleado el metal fundido de los tanques nazis capturados. Los guías animan a los visitantes a sentir que están pisoteando a los fascistas cuando entran en el edificio.
“Solo los rusos son capaces de sacrificarse para salvar a la humanidad, como hizo Jesús”, dijo un monaguillo durante una visita de The Guardian a la catedral en 2020.
Junto a la catedral hay un flamante museo de la Segunda Guerra Mundial donde una guía turística llamada Viktoria recorría rápidamente las salas hablando de hazañas y sacrificios soviéticos. Las visualizaciones gráficas inmersivas y los estruendos creaban un efecto impresionante, pero la sensación era más parecida a la de estar dentro de un juego de ordenador que a la de una experiencia educativa.
Había una falta casi total de contexto sobre la parte fea del sistema político estalinista y sobre los nazis. Apenas se mencionó el Holocausto, y cuando se nombró fue en referencia al esfuerzo bélico soviético. “Hitler quiso destruir a dos tercios de todos los eslavos en campos de concentración y el más famoso de ellos fue el de Auschwitz”, dijo Viktoria. Ante la pregunta de por qué no hay una mención específica al Holocausto, respondió: “Decidimos ponerlo todo junto porque no hay que separar a las víctimas por su etnia”.
Para entonces, el concepto de los “nazis” había sido despojado de todo contexto en el discurso ruso, salvo la mención al ataque de 1941 contra la Unión Soviética. Y con la televisión rusa ofreciendo un menú interminable de historias de terror sobre los planes de Occidente para Rusia, no hace falta mucha imaginación para trasladar esa narrativa a los acontecimientos de hoy.
El espejo de Ucrania
Ivan Fedorov, alcalde de Melitópol, en el sur de Ucrania, cuenta que cuando los soldados rusos lo secuestraron en marzo un par de semanas después de ocupar la ciudad una de las razones que dieron fue que los veteranos de la Segunda Guerra Mundial en la ciudad eran despreciados y golpeados.
Fedorov dice que trató de explicar a sus captores que en Melitópol todavía había 34 veteranos vivos, que los conocía a todos personalmente y que se reunía con ellos para conmemorar la victoria y liberación de Melitópol el 23 de octubre. “No pude comunicarme con ellos, no paraban de repetir sus mantras, eran como zombis”, explicaba el alcalde.
Si Rusia celebra este lunes un desfile de la victoria en las ruinas calcinadas de Mariúpol, es posible que muchos de los telespectadores se crean la idea de que la ciudad ha sido “liberada” por Rusia de los “nazis” ucranianos y sus cómplices estadounidenses. Pero pocos fuera del país lo verán así, incluso entre los que simpatizaban con los mensajes del Kremlin antes de febrero.
Los ucranianos han respondido a los gritos de “nazis” de Rusia sosteniendo un espejo. En lugar de negar la importancia o el significado de la victoria soviética, Zelenski ha tratado de arrebatar a los rusos el control de sus símbolos y leyendas llamando a los integrantes actuales del Kremlin “herederos ideológicos de los nazis”.
Con su agresión, Putin ha contribuido a unificar un sentimiento de orgullo nacional en Ucrania, un país que durante tres décadas tuvo muchas ideas encontradas sobre su identidad nacional y su historia. Los ucranianos se han unido ahora en torno a su bandera, al igual que muchos ciudadanos soviéticos lucharon hasta la muerte para defender a su país, pese a las dudas que pudieran tener antes sobre sus líderes.
Los soldados rusos son ahora ampliamente conocidos en Ucrania como rashisty (una mezcla de “rusos” y “fascistas”). A los colaboradores ucranianos que aceptan trabajar para los rusos los llaman gauleiters, el término con el que designaba los altos cargos nazis de las zonas ocupadas durante la Segunda Guerra Mundial. Y Kiev está llena de carteles que comparan 1941 con 2022, dos años en los que la ciudad fue atacada por una fuerza externa siniestra.
Zelenski ha otorgado el título de “ciudad heroica”, una costumbre soviética, a las ciudades que han mostrado la resistencia más entregada al asalto ruso. Un programa de ayuda estadounidense ha sido bautizado como “préstamo-arriendo”, en honor al programa de ayuda a la Unión Soviética en tiempos de guerra.
En definitiva, los rusos se han convertido en los nazis según su propio relato.
Las afirmaciones que hace Rusia sobre su lucha contra los nazis de Ucrania se vuelven más ilógicas cada semana. Lo demostró el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, hace unos días, cuando le preguntaron cómo podía ser Ucrania un país nazi cuando tenía un presidente judío. Respondió que Adolf Hitler tenía raíces judías.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia redobló la apuesta con un comunicado en el que detallaba “trágicos ejemplos de cooperación entre judíos y nazis”. Logró enfurecer a Israel, que hasta ese momento se había mantenido prácticamente neutral en el conflicto, y Putin se ha disculpado ante el primer ministro israelí, Naftali Bennett.
“No tengo palabras... Los líderes rusos han olvidado todas las lecciones de la Segunda Guerra Mundial”, dijo Zelenski, en su mensaje nocturno habitual en vídeo, en relación a los comentarios de Lavrov. “O tal vez nunca las aprendieron”.
Traducción de Francisco de Zárate.
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