Al comienzo de la pandemia, el camino ideal –para aquellos países capaces de controlar sus fronteras– consistía en la eliminación del virus dentro de su territorio, mientras aguardaban la llegada de las vacunas y otros tratamientos.
Reino Unido [y otros países] no tomó esa decisión y ha pagado por su error en formas que ya conocemos demasiado bien. Sin embargo, ahora estamos atravesando otra etapa, con vacunas altamente efectivas y seguras que nos permiten apuntar hacia la inmunidad de rebaño a través de la inoculación y no mediante la propagación natural del contagio.
También nos encontramos en la posición ser una placa de Petri para la última variante, delta, y para la efectividad de las vacunas frente a ella. Por el momento, podemos ser optimistas, pero debido a que la protección otorgada por una sola dosis se vuelve mucho más baja ante la nueva variante, todos los esfuerzos apuntan a que la mayor cantidad de gente posible tenga sus dos dosis cuanto antes.
Todo esto hace que el 19 de julio, el “día de la libertad” para Reino Unido, cobre especial relevancia. A medida que crece el número de contagios, aguardamos tres datos clave. En primer lugar, ¿a esta ola, que afecta a los más jóvenes, le seguirá un incremento en los casos entre las personas mayores? En segundo lugar, ¿cuáles serán los porcentajes de hospitalización y de pacientes que requieran cuidados intensivos, y podrá el Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés) lidiar con ello? Y por último, ¿exactamente qué grado de protección otorgan dos dosis de la vacuna, en especial a los adultos mayores y a los grupos vulnerables?
Por estos motivos los científicos se muestran muy prudentes a la hora de afirmar que podemos simplemente “vivir con el virus” dejando que se expanda sin control.
No obstante, sabemos que las restricciones continuas causan daño y que muchos negocios necesitan operar a pleno rendimiento para seguir siendo rentables. ¿En qué punto deberían los gobiernos establecer que estamos lo “suficientemente seguros” para aceptar un alto nivel de contagios?
Podemos compararlo con la seguridad vial: al comienzo de la pandemia, era como si todo el mundo estuviera conduciendo motocicletas a alta velocidad, sin casco y sobre una calzada cubierta de hielo. En un contexto así, tiene sentido cerrar las carreteras. Pero con vacunas, test y tratamientos efectivos, la cuestión se asemeja más a conducir un coche con airbag y cinturones de seguridad en buenas condiciones climáticas. Permitir que las carreteras reabran, aunque con límites de velocidad, parece legítimo. ¿Acaso eso significa que podamos dejar de preocuparnos por la cantidad de casos?
Hay algunos factores que dificultan la cuestión. El primero es el la COVID larga, la enfermedad crónica que este virus puede causar en aquellos que, aunque no hayan tenido la necesidad de ser hospitalizados, sufren durante meses de una fiebre recurrente, lesiones cardíacas, cicatrización pulmonar y falta de aire.
Por fortuna, una investigación preliminar de la Universidad de Yale indica que las vacunas hacen que esta enfermedad sea menos probable, además de suavizar los síntomas de quienes la padecen. En cualquier caso, ignorar el número de casos implica aceptar que habrá más personas que padezcan la COVID larga.
El segundo asunto espinoso es cómo lidiar con los más jóvenes y la interrupción de las clases. Sabemos que muchos niños están aislados en sus casas debido a un caso positivo en su clase. Dado el bajo riesgo de enfermedad grave, hay quienes sugieren que debería dejarse que la enfermedad se propague en las escuelas, como si fuera el virus sincitial respiratorio o la gripe, los cuales pueden llegar a ser graves, pero no exigen medidas de confinamiento masivo.
Por otra parte, sabemos que entre 300 y 400 niños han muerto por la COVID-19 en Estados Unidos, convirtiéndola en una de las 10 principales causas de mortalidad infantil en 2020. Una vez más, no hay respuestas fáciles. Estados Unidos ha decidido que el camino más corto hacia la reapertura de escuelas secundarias consiste en vacunar a todos los jóvenes de 12 años o más con la vacuna de Pfizer, la cual fue sometida a ensayos clínicos en este grupo etario, en los que demostró ser segura.
Se espera que vacunar adolescentes tenga un efecto en cadena y asimismo proteja a los niños de menor edad. El Comité de Vacunación e Inmunización (JCVI, por sus siglas en inglés) de Reino Unido todavía no ha decidido permitir la vacunación en niños.
El tercer asunto es el posible desarrollo de formas más graves o contagiosas de la enfermedad. Los períodos en los que el virus circula a niveles altos son tierra fértil para la aparición de nuevas variantes. Es natural que un virus mute a medida que se reproduce: a más virus circulando, más oportunidades para que mute. Una vez más, las vacunas, al reducir la posibilidad de contagiarse y de trasmitir la enfermedad, son herramientas vitales con respecto a esta cuestión.
No puedo ofrecer respuestas fáciles, ni tampoco puedo decir con certeza qué pasará en las próximas semanas o meses. Solo nos queda volver a lo que ya sabemos. Sabemos que dos dosis de cualquiera de las vacunas aprobadas son altamente efectivas para evitar que las personas enfermen gravemente y que son nuestra mayor esperanza para el relajamiento de las restricciones. Sabemos que las restricciones continuas y la interrupción de las clases también resultan dañinas a su modo. Y sabemos que el NHS está lidiando con una enorme cantidad de trabajo atrasado y que tendrá dificultades para enfrentar otra ola.
¿Qué opciones nos quedan? No muchas aparte de seguir vacunando a los grupos más jóvenes; exigir que los turistas tengan la vacunación completa o en su lugar que guarden cuarentena por diez días; ofrecer test PCR masivos a la población general para que los positivos puedan aislarse; mantener el uso de mascarillas al aire libre hasta que haya mayores certezas sobre la protección ofrecida por las vacunas; y prepararse para un invierno duro, en el que además entrará en juego la gripe.
¿Tendremos que usar mascarillas y mantener la distancia social para siempre? Por supuesto que no. La pandemia de gripe de 1918 derivó en muchos cambios en el comportamiento, pero no duraron décadas. Lo que nos hace humanos es la capacidad de mezclarnos, abrazarnos, socializar, ir al teatro, bailar en discotecas, viajar y asistir a grandes bodas. Todo esto regresará. Es solo una cuestión de tiempo.
Devi Sridhar es directora de sanidad pública global de la Universidad de Edimburgo.
Traducción de Julián Cnochaert