El sur de Irak se alza contra la corrupción y reclama su parte de los fondos del petróleo
La tierra del clan Bani-Mansour al noreste de Basora es una llanura desértica, llena de costras secas de sal y arbustos espinosos. Las palmeras son el único elemento verde de un paisaje de tonalidades amarillentas y marrones.
Ubicadas entre las palmeras, una docena de bermas da cobijo a pozos de petróleo y sus correspondientes surtidores. Los oleoductos serpentean por el suelo y atraviesan las aldeas, conectando los pozos y las estaciones de bombeo. Las plataformas petrolíferas se elevan sobre el paisaje del sur de Irak, y sus columnas de humo negro y espeso se pierden en el horizonte.
La tierra se asienta sobre el yacimiento petrolífero de West Qurna, uno de los más lucrativos del mundo. Es propiedad del gobierno iraquí y lo gestiona Exxon Mobil. Después de años de sanciones y abandono, la producción de petróleo en el sur de Irak ha vuelto a activarse. Ahora, una carretera de dos carriles que cruza la tierra de Bani-Mansour se ha convertido en un punto obligado de paso para camiones que transportan equipos de perforación y para los autobuses que llevan a los trabajadores que trabajan en el yacimiento. El tráfico hace temblar las ventanas de las casas al lado de la carretera.
Cuando, tras la caída de Saddam Hussein, Irak permitió que empresas extranjeras del sector empezaran a gestionar las reservas de petróleo, se elogió un paso que se interpretó como la manera de reactivar la economía y transformar el sur del país en un bastión económico.
Sin embargo, lo cierto es que los ciudadanos iraquíes han sacado escaso o nulo provecho de los multimillonarios beneficios de la industria petrolera del país. La mayoría de estas ganancias han caído en manos de políticos corruptos. En los últimos meses, la indignación por la corrupción y el desempleo ha ido en aumento a lo largo y ancho del sur del país por el lamentable estado de los servicios públicos, los constantes cortes de electricidad y la escasez de agua.
Hubo un tiempo en que la tierra de Bani-Mansour, no muy lejos de donde se juntan el Tigris y el Éufrates, tenía abundante agua y más de 300.000 palmeras, cuentan sus habitantes. Una gran cantidad de búfalos y de vacas se refrescaba en las verdes aguas fangosas de los canales.
La sequía y el agua salada procedente del Golfo han terminado con la mayoría de los palmerales. Los lugareños han optado por vender el ganado, los ríos se han secado y la basura ha obstruido los canales. La Administración local y el Gobierno central, dominados por la cleptocracia de partidos religiosos que han gobernado en el país durante más de una década, no ha hecho más que empeorar un desastre medioambiental que se ha ido gestando a cámara lenta.
Las compañías petroleras, que supuestamente deberían formar y contratar a los trabajadores del lugar y reinvertir en proyectos de desarrollo, se ven obligadas a contratar a aquellos con conexiones con poderosos jeques tribales y los partidos islamistas. La población rara vez recibe los fondos que tenía asignados, ni tampoco los beneficios procedentes del petróleo.
Mientras tanto, las milicias locales con vínculos con clanes y partidos políticos han formado sus propias compañías, que consiguen lucrativos contratos de seguridad con subsidiarias de empresas petroleras extranjeras.
Para los residentes, el intenso tráfico se ha convertido en un recordatorio constante del contraste entre la inmensa riqueza oculta bajo sus casas y la extrema pobreza que les rodea.
“Trajeron helicópteros y vehículos blindados”
A principios de julio se produjo un punto de inflexión. La temperatura se acercó a los 50 grados, los apagones de luz eran constantes, el agua salía caliente del grifo y era tan salada como la del mar. Una veintena de hombres se desplazó hasta la entrada de la compañía petrolera y bloqueó la carretera. Se plantaron bajo el sol abrasador del verano iraquí, levantaron los brazos y denunciaron el comportamiento de las empresas petroleras y de los políticos.
Una unidad policial salió del recinto y se encaró con los manifestantes. Un grupo de soldados cuya misión es proteger los yacimientos se presentó en el lugar de la protesta con vehículos blindados. Los manifestantes quedaron atrapados entre los soldados y los policías y empezaron a tirar piedras contra los vehículos blindados. Los soldados y los policías abrieron fuego contra los manifestantes y media hora más tarde un joven había muerto y otros tres hombres estaban heridos.
La noticia llegó hasta los pueblos de la zona y los hombres se organizaron para ir a ayudar a sus vecinos y familiares. Poco después, ya eran cientos los hombres que se manifestaban. “Entonces vi que tenían dos helicópteros y tres vehículos blindados. Y pensé, ¿dónde estaban cuando el Estado Islámico tomó Mosul?”.
“Los partidos nos han saqueado durante 15 años”
Esa noche, otras comunidades que también descansan sobre reservas de petróleo salieron a la calle a protestar y a la mañana siguiente se organizaron manifestaciones en Basora. Unos días más tarde, otras localidades del sur del país se unieron a las protestas. Decenas de miles de personas tomaron las calles para pedir un mejor suministro de electricidad y agua, o empleo. Todos los manifestantes denunciaron la corrupción y el nepotismo de los partidos. De hecho, las sedes de los partidos fueron atacadas y saqueadas.
Gran parte de la ira iba dirigida contra Irán, donde durante semanas también se han producido manifestaciones en protesta de las desigualdades económicas. Muchos iraquíes ven a Irán como el protector de los partidos políticos corruptos de Irak. “Fuera, fuera Irán”, fue una de las frases más escuchadas. Se dio la circunstancia de que un grupo de manifestantes quemó una fotografía gigante del otrora reverenciado fundador de la República Islámica de Irán, el ayatolá Jomeini.
“Los ciudadanos han salido a la calle para exigir sus derechos”, explica Ali. “Ven cómo Irak se muere en manos de unos partidos que nos han estado saqueando durante 15 años y que están más preocupados por servir a los intereses de Irán que a los de la población iraquí. Si no salvamos el país, se hundirá”.
Después de que Estados Unidos invadiera Irak en 2003, la comunidad suní del centro y del norte de Irak que había prosperado bajo Sadam Hussein cuestionó la legitimidad del Estado y del sistema político iraquí. Los suníes se opusieron a la invasión, lucharon contra las fuerzas extranjeras y se aliaron con los extremistas.
Ahora que el Estado Islámico ya forma parte del pasado en el país, la posibilidad de una revuelta suní que pueda derrocar al Estado ya no es una amenaza real. En estos momentos, es la mayoría chií, que no dudó en defender a su país del Estado Islámico, la que cuestiona la legitimidad del Estado iraquí. Unos 500 hombres de la comunidad de Bani-Mansour murieron luchando contra el ISIS.
El Gobierno no ha dudado en reaccionar con violencia, disparando contra la población y matando a once personas. Según activistas, abogados y agentes de seguridad que han hablado con The Guardian, las autoridades han detenido y torturado a cientos de manifestantes. Muchas personas se encuentran en paradero desconocido.
También se acusa a grupos paramilitares vinculados con partidos políticos de disparar contra la población y secuestrar a manifestantes. Un conocido abogado, que coordinaba la defensa de un grupo de manifestantes encarcelados, fue asesinado por unos hombres enmascarados cuando salía de la comisaría de policía.
“El sistema está podrido y hay que empezar de cero”
Conocí a Ali en una choza de hojalata que los residentes llaman restaurante, situada en una callejuela a la sombra de las palmeras, no muy lejos de los yacimientos de petróleo. Había invitado a su amigo Haitham, a un soldado y a un agricultor a sentarse con nosotros.
“Lamentamos no haberte invitado a nuestras casas”, se disculpa Ali, avergonzado. “Pasamos poco tiempo en ellas y vamos saltando de casa en casa de familiares para que no nos puedan localizar y detener”.
En las últimas semanas, las fuerzas de seguridad han amenazado tanto a Ali como a Haitham. Grupos de hombres enmascarados y armados se han llevado durante la noche a siete personas del pueblo que también habían participado en las protestas.
“En Basora vemos a diario cómo la riqueza fluye en los yacimientos de petróleo, a menos de un kilómetro de este restaurante, y luego vemos la pobreza y el desempleo de los pueblos, mientras que las petroleras contratan a miles de trabajadores extranjeros”, lamenta Ali.
Haitham se alistó en el Ejército iraquí en 2003 y luchó para defender a su país de los insurgentes suníes de Al Qaeda y del Estado Islámico. Ahora, cree que tiene el deber de oponerse al gobierno. Su discurso está plagado de quejas: agua salada, cortes de electricidad, contaminación causada por las compañías petroleras, colapso del sistema sanitario, ríos secos, desempleo.
“En mi caso, yo no tengo que salir a la calle para pedir un trabajo”, explica. “Tengo un sueldo y tierra. Yo protesto porque este no es el país que quiero dejar a mis hijos. ¿Qué tipo de educación les puede dar la escuela si los profesores no van a trabajar y exigen dinero a cambio de poner buenas notas?”.
Como muchos otros manifestantes, gran parte de la ira de estos dos hombres, que son chiíes, se dirige contra los partidos chiíes que controlan la política iraquí y contra el clero chií y las instituciones iraníes que los apoyan.
“Estos partidos son responsables del fracaso de los últimos quince años”, afirma Ali. “En elecciones anteriores, todos votamos por los partidos chiíes porque eso es lo que el clero y los jeques tribales nos dijeron que hiciéramos. Ahora responsabilizamos al clero. ¿No han visto lo que ha estado pasando durante todo este tiempo?”.
“Mientras estábamos atrapados en una guerra sectaria, los chiíes mataban a los suníes en venganza por la muerte del imán Hussain, que se produjo hace 14 siglos, y los suníes nos mataban porque nos acusaban de quitarles el poder. Los políticos suníes y chiíes se sentaron en el parlamento y amasaron auténticas fortunas con la sangre de la gente que se masacraba en la calle”.
“Todo el sistema está podrido y tenemos que acabar con él y empezar de cero”, indica Haitham. “Somos pacíficos, pero estamos rodeados de armas. Los últimos quince años han dejado un balance de un millón de mártires. Si hubiéramos tenido manifestaciones desde el principio y hubiéramos perdido a mil personas, ahora estaríamos mejor”.
“Soy un pilar de esta corrupción”
“Los manifestantes me dan lástima, no tienen ninguna posibilidad de éxito”, me explica un funcionario mientras da sorbos de café turco en el vestíbulo de uno de los principales hoteles de Basora. Tiene más de treinta años, una buena formación académica y trabajó para empresas occidentales que tienen filiales en Basora hasta que consiguió un buen empleo en el Ayuntamiento.
“Todos estos partidos tienen comités económicos que se quedan un porcentaje de cada uno de los contratos del gobierno y tienen un ala paramilitar que protege sus intereses”, explica. “Sé que son corruptos porque soy uno de los pilares de esta corrupción en la ciudad”, indica con una sinceridad sorprendente.
El funcionario explica que un clan de Basora con buenos contactos con más de un partido político consiguió hacerse con muchas tierras que eran propiedad de adineradas familias del Golfo o de suníes que habían salido del país cuando estalló la guerra sectaria en 2003. El clan convirtió estas tierras en lucrativas parcelas. El trabajo del funcionario consiste en emitir certificados falsos que confirman que se trata de solar urbanizable.
Los escombros de las casas construidas sin conexión a las redes de alcantarillado y agua potable han obstruido los canales y los ríos, que se han convertido en pantanos estancados y han degradado todavía más el medioambiente. Esta situación pone a los agricultores en una posición muy difícil.
Este mes, el primer ministro de Irak, Haider al-Abadi, ha cesado a varios altos cargos del Ministerio de Energía en un nuevo intento de calmar la indignación ciudadana por los constantes apagones. El mes pasado cesó al ministro de Energía, Qassim al-Fahdawi, “debido al deterioro del sector energético”.
Nada parece indicar que las protestas irán a menos. El 14 de agosto, la policía irrumpió en una protesta en una fábrica de petróleo en Qurna y mató a una persona. Otro manifestante murió mientras estaba detenido. Dos días después, y en respuesta a estas muertes, los manifestantes incendiaron el edificio del Ayuntamiento de Qurna. Todos los viernes se celebran grandes marchas de protesta en Basora.
Al igual que los ríos y canales estancados, la democracia iraquí se ha convertido en víctima de un ciclo interminable de corrupción. Palabras como “elecciónes”, “parlamento” y “democracia” se han convertido en sinónimos de corrupción, nepotismo y sectarismo. Muchos de los manifestantes piden un sistema presidencial fuerte y el fin del Parlamento.
Muzahim al-Timimi, un diputado independiente recién elegido por Basora, señala que las manifestaciones no han estado motivadas únicamente por los cortes de luz y el agua salada. “Estamos acostumbrados al calor y al agua salada de los tiempos de Sadam”, indica Timimi. “Sin embargo, entonces nos aplicaban sanciones. El problema ahora es que tenemos dinero (del petróleo) pero no se está utilizando para mejorar la vida de la población”.
“Los habitantes de Basora han tenido paciencia y al final han explotado”. Explica que los manifestantes querían una revolución porque no confían en que el sistema tenga la capacidad de reformarse: “En los últimos quince años todos los partidos que han gobernado este país han sido corruptos. No hay partido que pueda liderar una reforma del sistema porque todos han sido piezas de este sistema de corrupción”.
Timimi se muestra pesimista cuando enumera las alternativas posibles. “Estamos obsesionados con la idea del salvador. Algunos dicen que los americanos vendrán a salvarnos, otros dicen que los militares deberían tomar el control, como en Egipto. Sin embargo, lo cierto es que no tenemos un Ejército cohesionado que pueda imponer el estado de emergencia. No hay una institución militar. El Ejército no tiene líderes. ¿Cómo podría liderar el país?”
“Si mañana conseguimos derrocar el régimen actual, ¿a quién vamos a poner en su lugar?”.
Traducido por Emma Reverter