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Christian Santos se recuerda a sí mismo despierto por la noche y escuchando con preocupación la tos de su compañero en uno de los pequeños camarotes bajo cubierta que comparten los trabajadores del Diamond Princess, en cuarentena desde el 4 de febrero por casos de coronavirus a bordo en aguas de Japón. Llevaba dos semanas atendiendo a los pasajeros confinados en sus habitaciones y viendo cómo las medidas de control de enfermedades del barco no estaban funcionando.
Sabía que cientos de personas se habían contagiado de coronavirus a bordo y que, con toda probabilidad, ya había llegado a su camarote. Había pedido un cambio de habitación pero le dijeron que no era posible. “Cada vez que él tosía me daba miedo”, recuerda Santos que, como muchos de sus compañeros entrevistados, pide hablar bajo un seudónimo. A la mañana siguiente, se llevaron a su compañero al hospital. Santos dio negativo en las pruebas.
Mientras Santos y otros tripulantes siguen en cuarentena, hay otro crucero retenido frente a la costa de San Francisco por su vinculación con una muerte por coronavirus en California, con otras 21 personas informando de posibles síntomas. Aún no se sabe si permitirán desembarcar a los huéspedes.
Está claro, dice Santos, que los pasajeros y la tripulación del Diamond Princess deberían haber sido evacuados mucho antes. Cuando el Gobierno japonés le prohibió navegar, el barco se convirtió en un caldo de cultivo para el virus. La tripulación, añade, no debería haber seguido sirviendo, cocinando y limpiando cuando se suponía que había una cuarentena en marcha.
“Abusaron de nosotros”, dice. “¿Se lo pueden imaginar? Era una situación alarmante pero nos mantuvieron trabajando”. Santos aún teme haberse contagiado y le preocupa perder el empleo por la crisis. La mayoría de las personas que se infectan del coronavirus SARS-CoV-2 presentan síntomas leves y se recuperan. En otros casos, desarrollan una enfermedad respiratoria grave.
El Diamond Princess empezó a preocupar cuando, el 1 de febrero, un pasajero desembarcado en Hong Kong dio positivo en las pruebas del nuevo coronavirus originado en China. Las autoridades japonesas detuvieron la navegación tres días después y el 5 de febrero introdujeron controles más estrictos: los 2.600 huéspedes no podrían salir de sus habitaciones.
Pero estas medidas, que según algunos llegaron con días de retraso, solo se aplicaron a los pasajeros. La tripulación continuó yendo a las habitaciones de los huéspedes, compartiendo los baños y un gran comedor. A algunos departamentos les dieron el equipo de protección más tarde. Santos dice que no recibió una mascarilla hasta una semana después de la detención del barco.
Kentaro Iwata, el especialista en enfermedades infecciosas del Hospital Universitario de la ciudad japonesa de Kobe que visitó el barco durante la cuarentena, describió los procedimientos a bordo como “totalmente inadecuados”. En un incisivo vídeo publicado en Internet, dijo que durante su trabajo en los brotes del ébola y del SARS nunca le había preocupado infectarse. Tras visitar el Diamond Princess, afirmó, tenía miedo de contraer el coronavirus.
Los tripulantes describen escenas de confusión y caos con poca separación entre sanos y enfermos. “Como tripulante ni siquiera sabes quién ha dado positivo, estás tratando con ellos y estás por el barco, comiendo juntos, un desorden”, dice James Reyes, empleado en el servicio de limpieza.
“Somos los que les damos [a los miembros aislados de la tripulación] todo lo que necesitan y los que manejamos sus platos sucios. Entonces un día te das cuenta de que esos camarotes aislados ahora están vacíos porque han dado positivo. Imaginen la contaminación cruzada”. Más de 700 pasajeros han contraído el virus y seis han muerto.
Según el comunicado oficial de la compañía Princess Cruises, el Ministerio de Salud de Japón era la autoridad responsable de “definir y ejecutar los protocolos de pruebas y cuarentena para todos los huéspedes y la tripulación”, y el barco está legalmente obligado a seguir las instrucciones médicas y de salud pública de Japón.
La respuesta oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores fue que Japón “entregó un patrón de comportamiento” para limitar la infección, además de equipamiento, pero que “la responsabilidad de asegurar que el buque pueda operar de manera que proporcione un entorno seguro para los pasajeros y la tripulación recae en el operador”.
Reyes no sabe a quién echarle la culpa. Ahora está en cuarentena con Santos, de vuelta en Filipinas, donde vive casi la mitad de la tripulación del Diamond Princess. Del país salen tripulantes para barcos de todo el mundo y su economía depende en gran medida de esas remesas. Aunque la mayoría de los filipinos trabajan en tierra, a finales de 2018 había 330.859 en el mar.
El sueldo y el glamour del trabajo en los cruceros lo hace muy codiciado. Esto puede influir en que los empleados se resistan a hablar cuando no son tratados de manera justa, dice la profesora Helen Sampson, del Centro Internacional de Investigación sobre Gente de Mar en la Universidad de Cardiff. “La mayoría tiene contratos temporales, teme perder su empleo, y eso los hace extremadamente vulnerables a muchos tipos de abusos”.
Casi ninguno de los tripulantes entrevistados quiso dar su nombre completo por temor a repercusiones de la naviera, Princess Cruises, o de su agencia de reclutamiento, la Magsaysay Maritime Corporation (MMC). Según algunos tripulantes y familiares, se les disuadió de hablar con los medios de comunicación o de subir a Internet información sobre el brote. Princess Cruises dice que no impidió al personal utilizar las redes sociales y la MMC no ha respondido a una solicitud de comentarios.
Desde Migrante International, una organización de Manila que ha dado apoyo a los trabajadores afectados, afirman que los empleados querían dejar de trabajar, pero sentían que no tenían esa posibilidad. “Era casi como si se vieran obligados a elegir entre su salud y seguridad y su sustento económico”, explica su portavoz Joanna Concepción.
A la tripulación le hicieron llegar mensajes variados. Durante la reunión de grupo de uno de los departamentos, se dijo a los tripulantes que si no querían trabajar debían presentarse y apuntar sus nombres para que los datos pudieran ser comunicados a recursos humanos, anuncio que algunos de los presentes interpretaron como una amenaza. En otros departamentos, el personal dice no haber sido informado sobre la posibilidad de no trabajar. Al revés, sus horas aumentaban a medida que les encomendaban la tarea de entregar alimentos y obsequios a los pasajeros confinados en sus habitaciones. La tripulación también recibió obsequios y vitaminas.
“Si [nos hubiéramos retirado] nadie habría entregado la comida, y [los pasajeros] no habrían podido comer”, dice un tripulante que pide ser identificado como RCDG, sus iniciales. Muchos de los huéspedes eran ancianos, explica, y tenían problemas de salud anteriores, lo que los hacía especialmente vulnerables al virus.
En las fotografías compartidas en redes sociales se puede ver el aluvión de cartas de agradecimiento escritas por los huéspedes del barco. Según los tripulantes, aunque había algunos pasajeros enfadados por la cuarentena, la mayoría está extremadamente agradecida a la tripulación. “Sacrificamos nuestra salud por el beneficio de los demás, ahora que la crisis ha terminado, tenemos este sentimiento de orgullo por nosotros mismos y por lo que hicimos”, dice RCDG, añadiendo que el capitán y los jefes de departamento los apoyaron.
Otros argumentan que no se puede pedir un sacrificio semejante a la tripulación. Algunos familiares temen que los filipinos, que se enorgullecen de ser buenos trabajadores, se hayan sentido obligados a ir más allá de lo esperable. “Ya no era su trabajo, no era parte de su contrato”, dice la novia de un miembro del equipo que dio positivo y permanece en Japón.
Según Sampson, es normal encontrar una cultura de soldados entre las tripulaciones. Los barcos representan un entorno único para la propagación de enfermedades y hace tiempo que preocupa la necesidad de minimizar el riesgo de brotes. “Aparte de los rangos muy superiores, en los cruceros la mayoría de la tripulación comparte camarotes pequeños y muy poco válidos para el control de infecciones”, dice.
En el negocio de los cruceros, los empleados son más vulnerables a las enfermedades. Sus turnos pueden impedir que visiten a los médicos de a bordo y algunos se sienten obligados a seguir adelante, especialmente si les preocupa que los manden de vuelta a casa. Es así como también se pone en mayor riesgo de enfermedades a los huéspedes.
La falta de acuerdo, dice Sampson, sobre la responsabilidad última por los tripulantes del Diamond Princess –si es de la naviera, de la agencia de contratación, del Gobierno de Japón o del de Filipinas– demuestra lo “completamente poco meditados” que han sido estos problemas. “Tal vez termine surgiendo algo positivo de esta crisis sanitaria mundial, que los operadores de cruceros revisen las condiciones de trabajo y de vida de la tripulación y las mejoren para proporcionar una mejor salud física y mental, y bienestar”, señala la investigadora.
De forma más inmediata, los operadores de cruceros han cancelado y reprogramado viajes, además de introducir exámenes de salud más estrictos y formar al personal en un intento de tranquilizar a los pasajeros. El costo económico del virus, que ha causado estragos en el sector turístico mundial, aún está por verse.
Los trabajadores temen sufrir la pérdida de ingresos. En 2018, las remesas enviadas por los marineros ascendieron a 6.100 millones de dólares. La naviera Princess Cruises ha dicho que los trabajadores tendrán dos meses de baja y que serán contratados por otro barco.
Con su marido en cuarentena en Filipinas, Elsie Lavado dice que solo quiere que su familia vuelva a estar junta. En el peor momento del brote, se encerró en la habitación de su hijo, rezando por el regreso de su marido y de todos los que viajaban a bordo. “La vida de mi marido es más importante que el dinero”, zanja.
Traducido por Francisco de Zárate
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Los nombres de los trabajadores son ficticios.
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