“Esto es nixoniano”, fue la reacción del senador por Pensilvania Bob Casey a la noticia de que el presidente Trump había despedido al director del FBI James Comey.
Casey, cuya afirmación repitieron sus compañeros demócratas, se refería a la infame masacre de sábado noche, cuando el presidente Richard Nixon echó al fiscal especial y al fiscal general del Estado que estaban dirigiendo la investigación del caso Watergate. Pero la masacre no descarriló la investigación; solo alimentó las peticiones de impeachment para Nixon.
Sabemos que Trump tiene un desconocimiento asombroso de la historia. Hace poco metió la pata sobre las causas de la Guerra Civil y parece que pensaba que el famoso abolicionista Frederick Douglass seguía vivo y “haciendo un gran trabajo”. Por supuesto que es posible que el presidente Trump no sepa las lecciones del Watergate. La lección más famosa es que el encubrimiento siempre es peor que el crimen.
Todavía no conocemos la historia completa de la interferencia de Rusia en las elecciones, pero la repentina destitución del director del FBI, que estaba dirigiendo una investigación sobre la posible colusión entre Rusia y la campaña de Trump, apesta a encubrimiento.
Los despidos no salvaron a Richard Nixon del juicio político en el escándalo del Watergate; y deshacerse de Comey tampoco salvará a Donald Trump de las llamas del escándalo ruso.
La abrupta expulsión de Comey como director del FBI solo ha atraído insistentes demandas por el nombramiento de un fiscal independiente. El líder de la minoría en el Senado, Charles Schumer, ha afirmado que a menos que se nombre un fiscal, “todo el mundo tendrá sospechas de encubrimiento”.
Las afirmaciones del Partido Republicano lanzadas este martes por la noche en televisión sobre las motivaciones del presidente para la destitución son literalmente absurdas y una estratagema cínica. Los conservadores afirman que la expulsión de Comey se debe a su mala gestión de la investigación sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton.
El congresista por California Eric Swalwell, vicepresidente del subcomité de la CIA —integrado en el comité de inteligencia de la Cámara de Representantes, uno de los paneles del Congreso que investiga el lío de Rusia— denominó el despido “la masacre de martes tarde de Trump”.
En una entrevista reciente, Hillary Clinton ha afirmado que Comey le costó la presidencia con su carta en la víspera de las elecciones reabriendo la investigación de los correos electrónicos. Entonces Trump afirmó que la devastadora carta redimía la reputación de Comey.
Anteriormente, Trump había estallado contra Comey acusándole de defensor de Hillary por su decisión anterior de recomendar no abrir cargos criminales contra ella. Muchos abogados demócratas y republicanos afirmaron que los poco habituales comentarios públicos de Comey calificando la conducta de Clinton como “extremadamente negligente” pero sin abrir cargos equivalían a una mala conducta. La Casa Blanca sugirió el martes por la noche que esto es lo que motivó la decisión de deshacerse de Comey.
Pero esto no tiene sentido. Si el alardeo de Comey hace nueve meses ha sido lo que ha provocado su abrupta destitución, ¿por qué ahora? Seguro que si esta hubiese sido la razón, el presidente hubiese actuado mucho antes, quizá inmediatamente tras asumir el cargo.
Es más probable que lo que haya provocado al presidente haya sido el reciente testimonio de Comey ante el Congreso. En dicha declaración, el exdirector de la CIA declaró que no le agradaba pensar que sus acciones pudiesen haber afectado los resultados de las elecciones. Probablemente esta afirmación toco la fibra sensible de Trump. Cualquier cosa que golpee la legitimidad de las elecciones desestabiliza al presidente. Es inseguro y parece darse cuenta de que su permanencia en el cargo es débil. Por eso se enfurece cuando se le recuerda que perdió en voto popular.
También es importante que Trump haya destituido al director del FBI justo cuando el escándalo de Rusia se volvía a calentar tras el testimonio de Sally Yates el lunes. La cabeza de Yates ya había rodado, pero Comey seguía en el centro de la investigación. Con las investigaciones de la Cámara de Representantes y del Senado apenas iniciadas, eliminar a Comey puede ayudar a hacer descarrilar la investigación del FBI.
Si las reacciones inmediatas sirviesen de indicación, la destitución tuvo el efecto contrario al esperado. Las solicitudes por un fiscal independiente se convirtieron en un coro atronador en cuestión de horas.
Lo mismo ocurrió en el caso de Nixon. Pero durante el Watergate, demócratas y republicanos unieron sus fuerzas para salvar al país de una Casa Blanca corrupta. Ese tipo de bipartidismo sano no es posible hoy en día.
El país necesita saber qué pasó entre el equipo de campaña de Trump y Rusia. No se puede confiar en el Congreso para que llegue hasta el final de esta posible colusión. La intromisión rusa ha golpeado en el corazón de la democracia. Hay pocas cosas más serias que una poderosa nación extranjera intentando influir en elecciones estadounidenses.
Ahora el FBI está bajo una seria sombra de sospechas. Si el nuevo director no encuentra nada sobre Rusia probablemente sea acusado de encubrimiento. La credibilidad y reputación de la agencia por mantenerse ajena a la política ya fue gravemente dañada por Comey durante la campaña.
La confianza pública en las instituciones en Washington está bajo mínimos. La destitución de Comey solo alimentará el escepticismo. Ahora, un fiscal independiente es tan necesario como inevitable.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti