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Así ha acabado Donald Trump con la ortodoxia del Partido Republicano sobre el libre comercio

Ben Jacobs

Washington —

Donald Trump se ha distanciado de toda un ala de su partido esta semana. No porque haya hecho otro comentario cargado de racismo ni otra metedura de pata. El previsible candidato republicano ha presentado una detallada política comercial que contradice las ideas que ha sostenido el Partido Republicano durante décadas.

En dos discursos de esta semana –en Pennsylvania y en Manchester (New Hampshire)– Trump presentó una visión que rompe con décadas de ortodoxia conservadora sobre la importancia del libre comercio y los intereses empresariales aislados en su propio partido, en un intento de atraer a los votantes blancos de clase obrera.

El libre comercio ha supuesto ventajas e inconvenientes para los estadounidenses. Se ha vinculado a la subcontratación de servicios, ya que los trabajos de fabricación se han desplazado a países con salarios bajos. Pero también ha contribuido a que haya unos bienes de consumo significativamente más baratos para los estadounidenses y ha abierto nuevos mercados para los exportadores del país.

Tradicionalmente, sin embargo, los demócratas han hecho hincapié en los costes de los acuerdos comerciales, mientras los republicanos han puesto el foco en los beneficios. Estas posturas no se han limitado al blanco y el negro. Muchos demócratas se han mostrado dispuestos a apoyar acuerdos comerciales con lo que consideran estándares laborales y medioambientales adecuados. Algunos republicanos también se han mostrado escépticos, remontándose a la tendencia proteccionista que predominó en el partido antes de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, durante el último medio siglo, el Partido Republicano ha creído en la importancia de eliminar las barreras al comercio. Aunque esta postura no se ha mantenido a nivel universal, durante décadas cada gran acuerdo de libre comercio ha sido recibido con los brazos abiertos por la mayoría de los republicanos, desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), negociado por el gobierno de George H. W. Bush, hasta el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), que aparecía en el programa republicano de 2012, se ha firmado este año y está a la espera de su ratificación parlamentaria.

No obstante, Trump ha dado la vuelta a esta postura. Su discurso del martes defendió el proteccionismo y afirmó que las políticas de libre comercio de las últimas décadas son las responsables del colapso de la industria manufacturera estadounidense. Trump criticó “una política de globalización, de desplazamiento de nuestros empleos, nuestra riqueza y nuestras fábricas a México y otros lugares”. Argumentó que, al promover el comercio, “nuestros políticos quitaron a la gente sus medios para ganarse la vida y mantener a sus familias”.

El candidato presentó unas políticas que incluyen una posible salida del NAFTA, una retirada inmediata del TPP y dar pasos que podrían llevar a iniciar una guerra comercial con China. Esta implicaría implantar aranceles a modo de represalias, llevar casos contra el país a la Organización Mundial del Comercio y considerar a Pekín un manipulador de divisas.

Críticas del 'lobby' del comercio

El discurso de Trump fue criticado por la Cámara de Comercio, el lobby empresarial que es uno de los mayores aliados del Partido Republicano. El grupo dijo que Trump estaba “completamente equivocado” y elogió sus declaraciones de 2013 a favor de una “economía global cohesionada” como algo mejor que “la versión de 2016” del promotor inmobiliario.

El previsible candidato republicano respondió este miércoles llamando al lobby empresarial “un interés especial, controlado totalmente por varios grupos de personas que no se preocupan por vosotros en absoluto”, en un mitin en Bangor (Maine).

Al enemistarse con la Cámara de Comercio y atacar al libre comercio, Trump refuerza su apuesta de que puede atraer a votantes blancos de clase trabajadora desencantados, que son quienes más han perdido con los grandes cambios en la economía global en las últimas décadas. Estos votantes, muchos de los cuales son demócratas de toda la vida, podrían acudir en masa a Trump por sus promesas de recuperar los empleos en el carbón y el acero y devolver a la economía estadounidense a los días gloriosos del pasado.

La pregunta para Trump es si, en el proceso de ganarse a esos votantes, se distanciará de los conservadores de clase media y alta y de provincias, que durante mucho tiempo han sido la base electoral del Partido Republicano.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo