Elizabeth Warren es la presidenta que necesitamos en EEUU
Ojalá Elizabeth Warren estuviera a punto de hacerse con la Casa Blanca. En el mitin de New Hampshire, lanzándose inexorablemente contra la misoginia de Donald Trump, Warren fue un recordatorio de lo que podría haber sido. La campaña electoral no ha exhibido, por decirlo de una manera dulce, la mejor cara de EEUU: el país del movimiento antiesclavista, las sufragistas, el movimiento obrero y el de los derechos civiles. En su lugar, el racismo y la intolerancia que infecta a grandes extensiones del país han sido condensados en una forma humana y mostrados de manera triunfal ante una audiencia mundial.
Hillary Clinton es la única forma de frenar la victoria de un candidato que podría lanzar a toda velocidad a la última superpotencia a una espiral de muerte política. Pero, aunque el movimiento de Bernie Sanders ha desviado al Partido Demócrata a la izquierda, no vayamos a creer que una presidencia de Clinton ofrecerá una alternativa a una sociedad que está manipulada a favor de Wall Street y la América corporativa.
Warren, por otro lado, ha sido una defensora decidida del Main Street (concepto que se refiere a los corazones de las ciudades y también a los derechos de los trabajadores). Ha hecho una campaña apasionada contra la propuesta de Obama del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), el cual otorgaría a las grandes empresas la capacidad de demandar a los gobiernos en cortes secretas para eliminar las políticas que no les gustan.
Es poco probable que la veas dando una charla lucrativa en alguna de las firmas de Wall Street: ha recriminado que no se haya llevado a juicio a banqueros por la crisis financiera y ha apoyado la campaña 'Take on Wall Street' con una serie de reformas. El fervor de la campaña de Warren llevó a crear el Consumer Financial Protection Bureau, que trata de proporcionar algo de protección a los consumidores en el sector financiero.
Es una defensora de los derechos de los trabajadores, haciendo campaña por aquellos que están empleados dentro de la 'gig' economy (algo así como la economía de los pequeños encargos o temporal) para conseguir protecciones laborales básicas y seguridad social. Ha luchado por un salario básico real, defendiendo que el salario mínimo debería haberse elevado a 20 euros la hora si se hubiera aumentado al mismo tiempo que la productividad. También ha pedido que se actúe para acabar con el fraude fiscal de las corporaciones, argumentando apasionadamente que “nadie en este país se ha hecho rico por sí solo”.
Warren ha abrazado con valentía el movimiento Black Lives Matter, pidiendo reformar el cuerpo policial para que se deje de matar a estadounidenses negros. También ha sido una de las promotoras de un proyecto de ley para revocar la autorización para la guerra de Irak (apoyada, por supuesto, por Clinton) y ha solicitado la vuelta de las tropas estadounidenses de Afganistán. Apoyó el matrimonio entre personas del mismo sexo antes de que Clinton, con algo de retraso, se sumara a la causa.
Tampoco es que Warren sea perfecta: su simpatía por la ofensiva militar israelí en Gaza es, por decirlo de alguna manera, una decepción. Pero Warren es una de las estadounidenses que se enfrenta a la élite de su país sin complejos y que se pone en pie por los derechos y las libertades de los ciudadanos comunes. Y, naturalmente, también ha sido atacada por el terrorífico show que protagoniza Donald Trump: el republicano la llamó 'Pocahontas' por defender la herencia de los nativos americanos.
A pesar de las esperanzas iniciales de muchos estadounidenses progresistas, Warren no estará en la Casa Blanca el año que viene. Pero tanto Warren como Sanders han adquirido importancia por una razón. Un número cada vez más importante de estadounidenses están desencantados con una sociedad en la que conviven una gran cantidad de riqueza con otra gran cantidad de inseguridad. Trump –aunque por desgracia no el Trumpismo– será, casi con total seguridad, derrotado en las urnas por la mayoría de estadounidenses decentes el mes que viene. Pero la presidenta Clinton puede que se encuentre, muy pronto, bajo la presión de un movimiento progresista envalentonado y con muy poca paciencia.
Traducido por Cristina Armunia Berges