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ENTREVISTA

Eric Adams, alcalde de Nueva York: “La comida produce más injusticias que el encarcelamiento masivo”

Eric Adams, alcalde de Nueva York.

Ed Pilkington

Nueva York —
14 de febrero de 2022 00:17 h

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Una mañana de marzo de 2016, años antes de que irrumpiera en el escenario nacional de EEUU como alcalde carismático de la ciudad de Nueva York, Eric Adams tuvo un despertar muy duro. El entonces presidente del distrito de Brooklyn se sobresaltó al comprobar que apenas podía ver su despertador cuando sonaba la alarma. Su habitación parecía estar envuelta en una neblina.

“Pensé que era solo el cansancio en los ojos, que se estaban ajustando a la luz”, dice Adams. “Pero el neblina no cambió. Algo iba mal”. Al saltar de la cama, el terror se intensificó. A través de la niebla pudo ver que su ojo derecho estaba lleno de sangre. Su ojo izquierdo estaba totalmente ciego. “Sentí un dolor punzante que no se iba en el estómago. Supongo que todo se estaba desmoronando a la vez”.

Adams conoce el miedo. Como cuenta en su libro, Healthy At Last (Por fin sano), lo experimentó mucho durante más de dos décadas como agente de policía de Nueva York, patrullando las calles de noche, haciendo redadas en antros de drogas, investigando homicidios y el lado oscuro de la vida urbana estadounidense.

Esto era distinto. Era el comienzo de un viaje a su propio lado oscuro físico y a las verdades desagradables que encontró allí. Le diagnosticaron rápidamente diabetes de tipo 2. Los médicos le dijeron que su enfermedad y las muchas pastillas que iba a tener que tomar todos los días lo definirían para el resto de su vida.

La política estadounidense se nutre de historias personales de superación de adversidades, y Eric Adams no es una excepción. No aceptó el consejo de los médicos. Siguió buscando hasta que, con la ayuda de científicos de la Cleveland Clinic, descubrió un modo de vencer su dolencia con una dieta radical de alimentos sin procesar de origen vegetal.

Un inicio accidentado

Ahora, a sus 61 años, Adams se deleita en su nueva condición como segundo alcalde negro (después de David Dikins en la década de 1990) y el primero (casi) vegano. Desde que comenzó en el cargo el 1 de enero, ha sido omnipresente, apareciendo por toda la ciudad con su característico pavoneo. “Cuando un alcalde se pavonea, la ciudad se pavonea” es su mantra.

Hay muchos aspectos del primer mes de Adams que llaman la atención. Le gusta presentarse como el futuro del Partido Demócrata, un político “radicalmente práctico” que es duro tanto con la brutalidad policial como con la delincuencia, que da a los neoyorquinos de clase trabajadora lo que necesitan y quieren, mientras es mordazmente despectivo con la izquierda progresista.

Esta postura encaja claramente con la de muchos neoyorquinos que le dieron la victoria en las primarias demócratas por un estrecho margen en julio, y con ella las llaves de Gracie Mansion, la residencia oficial. Pero Adams ha tenido un comienzo complicado, en parte por responsabilidad propia.

Intentó colocar a su hermano Bernard como su principal guardaespaldas con un sueldo de 210.000 dólares (183.100 euros) al año – la oficina municipal encargada de supervisar posibles conflictos de intereses lo rebajó a un salario de un dólar como asesor–. Designó como jefe de seguridad pública a Philip Banks, que fue investigado por las autoridades federales en 2015 por conspiración en un importante escándalo de corrupción de la Policía de Nueva York.

¿Pescetariano?

Adams no quiere hablar de nada de eso. Antes de sentarse para la entrevista con The Guardian, su equipo de prensa dice que no contestará preguntas sobre política –solo hablará de su viaje de vuelta de la mala salud y de su defensa apasionada de la dieta de origen vegetal que describe en su libro.

Pero incluso aquí, el terreno es pantanoso para Adams. Pocos días después de la entrevista con The Guardian, enfureció a los grupos que ayudan a los afectados por la crisis de opioides al comparar el consumo excesivo de queso con la adicción a la heroína.

Luego, Politico publicó una información que citaba a varias personas que afirmaban haber visto a Adams cenando pescado fuera de casa. La historia fue bautizada como #FishGate en Twitter, y obligó a Adams a publicar un comunicado donde decía: “Soy perfectamente imperfecto, y ocasionalmente he comido pescado”.

Adams tiene que aclarar su posición. ¿Es un vegano estricto que solo come alimentos de origen vegetal? (No). ¿Es pescetariano? (Quizás). ¿Es alguien que se llevó el susto de su vida al padecer una enfermedad devastadora y cambió drásticamente su vida en consecuencia?

Al menos la última respuesta es un sí rotundo. Después de ser diagnóstico de diabetes, Adams comenzó a hacerse preguntas difíciles sobre su estilo de vida. Empezó a reflexionar sobre todos los años de turnos nocturnos y la horrible dieta que eso conllevaba.

Inevitablemente pasaba por el autoservicio de McDonald’s, comía hamburguesas y tomaba batidos de la cadena de comida rápida Wendy’s. Se convirtió en un experto de los menús de un dólar, la hamburguesa doble con queso, el café y el pollo frito de KFC. Eso le pasó factura–cuando tuvo su episodio de ceguera, tenía un nivel de azúcar en sangre tan sorprendentemente alto que su doctor dijo que podría haber acabado en coma.

“Una dieta nacida de la esclavitud”

Y entonces, Adams cavó más profundo. Al ahondar en las causas de su enfermedad, pensó en la comida con la que había crecido en Nueva York y que su madre Dorothy y sus antepasados habían consumido en la Alabama rural. Pensó en los panecillos azucarados con mantequilla, los chitterlings (intestinos de cerdo), las manitas y orejas de cerdo, el pollo frito, los codillos, los filetes fritos y los bagres.

Pensó en esos platos deliciosos, pero que podían ser mortales. Tienen un alto contenido de azúcar, colesterol y grasas saturadas, y contribuyen a la epidemia de enfermedades modernas de EEUU –diabetes, obesidad, hipertensión y enfermedades del corazón–.

Y luego pensó, retomando un debate que se da desde hace años en las comunidades afroamericanas: esa no es comida para el alma, es comida de supervivencia, comida de esclavitud. “Esta era la dieta que nos dieron nuestros esclavizadores hace cientos de años”, escribe Adams. “Adoptamos una dieta nacida de la esclavitud y la hicimos nuestra”.

Pido a Adams que explique con más detalle la idea de que la dieta moderna de millones de estadounidenses hoy en día, en 2022, tiene sus raíces en los restos de comida que se arrojaban a los esclavos desde la mesa del amo. Tantos años después, responde, la larga sombra de la esclavitud sigue matando a los afroamericanos a través de la mala salud.

“A veces pensamos en la esclavitud y pensamos en restricciones físicas”, dice. “Encadenados de manos y pies. Y no reconocemos que el término ‘esclavizado’ también se aplica a algo de lo que no puedes liberarte –y la mala alimentación es eso. Debemos liberarnos de ella mentalmente. A veces es más fácil liberarse de restricciones físicas que de las emocionales”.

Es sorprendente que en una época en que el daño duradero de la esclavitud se estudia y debate cada vez más, ya sea en términos de desigualdad racial o de las injusticias del sistema penal y el encarcelamiento masivo, rara vez se señale el mismo vínculo permanente con la esclavitud cuando se trata de la comida estadounidense.

“La comida produce más injusticias que el encarcelamiento masivo”, dice Adams. “Ambos son malos, pero la cantidad de vidas que perdemos debido a la mala alimentación es X veces mayor que la que perdemos por el encarcelamiento masivo”.

Es una afirmación temeraria, dado que actualmente hay cerca de 670.000 personas negras entre rejas en Estados Unidos. Sin embargo, los estadounidenses negros tienen casi el doble de probabilidades de ser diagnosticados con diabetes de tipo 2 que los blancos, y más de cinco millones padecen esta enfermedad.

Sin duda, Adams ha sido testigo del impacto de la mala salud vinculada a la alimentación en su propia familia. Cuenta que la diabetes estaba tan extendida entre sus parientes que tenían una palabra para referirse a ella, “azúcar”. Su tía Betty murió de azúcar a los 57 años –un año más que Adams cuando quedó temporalmente ciego–.

Por muy extendida que esté la enfermedad entre su comunidad, tiene que haber sido difícil persuadir a personas acostumbradas a esa comida de que lo sigan en la dieta estrictamente vegana, sin aceite, sin procesados, de origen vegetal y en alimentos integrales que él ha adoptado. Entre las recetas que ofrece en su libro, hay un salteado de quinoa y tempeh, la avena con chía y bayas, y batidos de batata y lino. ¿Cómo le vende eso a alguien acostumbrado a las costillas de cerdo estilo San Luis, los hush puppies (bolas fritas de pan de maíz) y el rabo de toro?

Adams dice que ha habido momentos en los cuales sus amigos lo acusan de elitista, de dar la espalda a los manjares tradicionales de su comunidad y de volverse “blanco”. “Hay mucha resistencia. Recuerda que cuando hablas de lo que come una persona también estás hablando de las emociones vinculadas a lo que come. Cuando hablas de no comer la soul food, (comida tradicional), la gente tiende a pensar que te crees demasiado bueno para hacerlo. ‘Mi abuela creció comiendo esto’, dicen”.

Entonces, ¿cómo vencer esa resistencia? “Les cuento la historia. Hago las conexiones. A veces, la gente solo necesita atar cabos. Cuando les muestras los orígenes del pollo frito, los orígenes de los chitterlings y de las manitas de cerdo, de todos los demás alimentos que eran las sobras y desechos de las mesas de los amos de los esclavos, eso les impacta y comienzan a pensar de otra manera”.

¿Un problema estructural?

Resulta irónico que su libro, con sus recetas y listas de autoayuda, se centre en el individuo. Pero en barrios como East New York o Brownsville, donde nació Adams, y en otras zonas de bajos ingresos de la ciudad, los afroamericanos tienen pocas posibilidades de comer de forma saludable aunque quieran, dado que viven en desiertos alimentarios.

¿No será que los barrios donde los únicos puntos de venta son restaurantes de comida rápida y tiendas llenas de productos grasos y azucarados necesitan una estrategia más sistémica y no tan individualista?

Sí, dice. “Lo que espero lograr es casi como cuando los marines toman el control de una playa. Si siembro esta semilla en la mente de las personas mientras transformamos estas comunidades para que tengan acceso a comida saludable, pasaremos de ‘espera, no tengo acceso a eso’ a ‘¡oye, de esto es de lo que hablaba Eric!’”.

Le pregunto a qué se refiere. “Imagínese que ve algo en una estantería, como quinoa y cuscús, y no tiene idea de por qué querría comer eso. Pero si le dan información antes de ir a la tienda, entonces puede que la próxima vez pruebe esa comida saludable”.

Todo esto está muy bien, pero ¿cómo van a tener acceso los afroamericanos de bajos ingresos en los desiertos alimentarios al tipo de comida integral y de origen vegetal que defiende Adams? No son pocos los casos de otras partes del país que le servirían de guía, de comunidades negras que desde hace mucho tiempo experimentan con huertos comunitarios y almuerzos veganos en las escuelas.

Cuando era presidente del distrito de Brooklyn, inició los “lunes sin carne” en los colegios públicos locales, e hizo campaña para quitar toda la carne procesada de los almuerzos escolares. Ahora que es alcalde, está expandiendo su campaña por la alimentación sana. Hace unos días, ha presentado los “viernes veganos” en todas las escuelas públicas neoyorquinas, una reforma de la calidad de la comida escolar que Adams todavía defiende, a pesar de sus dificultades con el #FishGate.

¿Habrá más, y si es así, utilizará su nuevo poder para lograr un cambio duradero?

“¿Cómo lo hago?”, dice Adams. “Miro dónde estamos dando comidas con dinero público a la gente y las cambio. Alimentamos a 1,1 millones de neoyorquinos todos los días en las escuelas, en los hospitales, en las instituciones penitenciarias, en centros para mayores. ¿Qué tal si les damos a todos comida sana?”.

Es pronto para el Gobierno de Adams como para hacer valoraciones firmes. Hasta ahora, no hay señales de planes detallados para llevar a cabo semejante revolución alimentaria.

Esto deja un signo de interrogación sobre su intención indiscutiblemente poderosa y positiva para cambiar la forma de comer de los neoyorquinos. En su propia vida, los resultados de la transformación son espectaculares e incontestables, con pescado o sin él. Ha perdido casi 16 kilos, ha vencido la diabetes y ahora goza de una salud radiante. Parece que ha tenido cierto éxito personal. Pero ¿podrá replicarlo entre todos los neoyorquinos?

Traducción de Ignacio Rial-Schies

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