La batalla entre verdes y carnívoros divide a gobiernos en Europa
La polémica sobre el consumo de carne del último mes en España es solo el capítulo más reciente de un debate que se está dando en toda Europa, a medida que los países del continente buscan una manera de hacer más sostenibles sus famosas tradiciones culinarias.
En Europa, la comida está indisolublemente unida a la identidad nacional: un buen filete con unas patatas fritas perfectas al lado; unas finísimas lonchas de carpaccio con todo su aliño o simplemente unas gotas de aceite de oliva; una salchicha servida con su buena mostaza; un jamón ibérico con su cremosa grasita blanca.
A los europeos les encanta la carne y comen mucha. El ciudadano medio de la Unión Europea consume en torno a un kilo y medio de carne por semana, dos veces el promedio mundial.
Pero está claro que si hay alguna esperanza de mitigar los efectos del calentamiento global, ese nivel de consumo tiene que disminuir rápido. Según las estimaciones de Greenpeace, para el final de esta década debería reducirse en un 70%, con el objetivo de llevarlo a 300 gramos por semana en 2050, una cantidad de carne equivalente a dos hamburguesas de buen tamaño (teniendo en cuenta que no toda la carne que sale de los mataderos acaba siendo vendida o consumida).
¿Cómo ha sido la reacción a esta noticia? Poco entusiasta, como mínimo. Desde el punto de vista político, parece casi imposible encontrar un punto de encuentro entre las prioridades de actuación medioambiental, la influencia ejercida por grupos de presión del sector agropecuario, que suelen ser muy poderosos, y las expectativas de ciudadanos acostumbrados a consumir grandes cantidades de carne a unos precios artificialmente bajos.
El caso de España
Un ejemplo es España, que con más de 100 kilos por persona y año ostenta el dudoso honor de ser el Estado miembro con mayor oferta de carne per cápita de toda la Unión Europea. El pasado mes de julio, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, se vio envuelto en una polémica tras pedir a los ciudadanos que comieran menos carne por el bien del medio ambiente y por su propia salud. “Está en juego nuestra salud y la de nuestras familias”, dijo. “El consumo excesivo de carne perjudica a nuestra salud individual y también a nuestro planeta”.
A las pocas horas, Garzón fue refutado por la ministra de Agricultura y por el propio presidente del Gobierno. Preguntado por las declaraciones de Garzón, Pedro Sánchez respondió: “A mí, donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible”.
Hay evidencias de que muchos europeos se están tomando en serio el tema. Según una encuesta reciente, casi la mitad (46%) de los consumidores del viejo continente comen ahora menos carne que antes y un 40% tiene previsto reducir el consumo de carne en el futuro.
En el sondeo, que contó con el respaldo de la UE y la participación de más de 7.500 personas en 10 Estados miembros, un tercio de los consultados dijo estar tratando de reducir activamente el consumo de carne. Dentro de ese grupo, un 73% dijo que en los últimos meses había reducido “sustancialmente” su ingesta de carne.
A pesar de esta clara y creciente concienciación sobre la importancia de la sostenibilidad, el último documento de la Comisión Europea sugiere que, en ausencia de otras medidas, lo más probable es que el consumo de carne per cápita en la UE se reduzca solo en unos tres kilos menos por año.
La intervención de los gobiernos es crucial. A juzgar por el ejemplo de España, también difícil. En declaraciones posteriores en diciembre, Garzón dijo a The Guardian que la gente tenía que reducir su consumo de carne y resaltó las diferencias entre la carne de la ganadería tradicional, también llamada extensiva, con la producida en las macrogranjas intensivas. Pero PP y Vox aprovecharon partes de la entrevista de Garzón a The Guardian para exigir su dimisión por lo que consideran un ataque imperdonable a la importante industria cárnica española y a la calidad de sus exportaciones.
El ministro de Consumo se ha mantenido firme en sus palabras y ha cargado contra “el lobby de ciertas empresas que promueven macrogranjas contaminantes”. Por otro lado, sus comentarios no difieren en gran medida de la política oficial del Gobierno. El Ministerio de Transición Ecológica quiere fomentar la producción extensiva y el uso de razas autóctonas mejor adaptadas. El Ministro de Agricultura ha alabado a las pequeñas explotaciones familiares y algunos gobiernos autonómicos ya están actuando para poner un límite a las macrogranjas.
Alemania
En Alemania, que tradicionalmente ha sido uno de los países de la UE con mayor consumo de productos de origen animal per cápita, el consumo de carne lleva dos décadas de reducción incesante. Pero el debate político del tema también es un asunto delicado.
El partido de los Verdes, que forma parte de la nueva coalición de Gobierno junto al Partido Socialdemócrata (SPD, de centro izquierda) y al Partido Democrático Libre (FDP, de tendencia liberal), podría haberse lanzado a hacer campaña para seguir bajando este consumo, pero hasta ahora se ha contenido.
Sus vacilaciones vienen de una dolorosa experiencia política: en los últimos años, los Verdes de Alemania han sufrido por ser percibidos como el Verbotspartei [partido de las prohibiciones], empeñado en prohibir las alegrías de la vida. “Los Verdes quieren quitarnos la carne”, se quejaba en 2013 el tabloide Bild por la iniciativa del “día vegetariano” para que en los comedores con subvención estatal hubiera varios días sin carne.
El partido ecologista alemán ha optado por aprovechar sus primeras semanas en el poder con una campaña de menor riesgo político en contra de la “carne basura” que se vende a “precios basura”.
Cem Özdemir, el nuevo ministro de Agricultura, declaró al Bild que los alemanes salían perdiendo cuando la calidad y el precio de la comida eran demasiado bajos. Según Özdemir, los precios basura que suelen imponer las todopoderosas cadenas de supermercados “llevan a la ruina a las granjas, atentan contra el bienestar de los animales, promueven la extinción de las especies y son una carga para el clima”. “Quiero cambiar eso”, añadió.
Haciéndose eco de las conclusiones sacadas por una comisión creada por el gobierno anterior, Özdemir también dijo que el precio de los alimentos debería reflejar la “verdad ecológica” y que los consumidores tenían que acostumbrarse a pagar un precio justo por una calidad mejor.
Pero este planteamiento tampoco goza de una popularidad universal. El ataque del nuevo Gobierno a la carne barata fue criticado por la asociación Paritätische Gesamtverband, que agrupa a las organizaciones de previsión social de Alemania. La Paritätische Gesamtverband dijo que el aumento en el precio de los alimentos debía ir acompañado de pagos compensatorios para las personas con ingresos bajos.
Italia y Francia
El ministro de Medio Ambiente de Italia, Roberto Cingolani, desató la polémica el año pasado cuando dijo que el consumo excesivo de carne era perjudicial para la salud y para el medio ambiente, y que una parte fundamental de sus planes era animar a los italianos a comer menos carne. “Cambiar nuestra dieta tendrá el beneficio triple de mejorar la salud pública, disminuir el uso de agua y producir menos dióxido de carbono”, dijo Cingolani.
Los agricultores respondieron al instante diciendo que en Italia el consumo anual per cápita de carne estaba entre los más bajos de Europa y que en una dieta equilibrada la carne era una parte fundamental.
Activistas como el conocido meteorólogo Luca Mercalli han mantenido vivo el debate argumentando que una carne de mejor calidad, producida más cerca de casa, y consumida en menores cantidades, supondría una mejora significativa para el medio ambiente. “Una parte de los italianos es sensible al tema y ha cambiado su dieta, ya sea por la preocupación por el clima o por motivos dietéticos”, dice. “El problema en Italia es que a menudo se crispan las posiciones en el debate, y los vegetarianos se ponen muy críticos con los consumidores de carne, lo que a su vez aleja al 90% de la población”, agrega.
En su opinión, la responsabilidad de proporcionar una información más clara debería recaer en el Gobierno. “El mensaje debería ser 'come menos carne, y cuando lo hagas, compra carne que haya sido producida de forma local, que sea más sostenible”, dice. “Aunque se pague más, comer carne de mejor calidad una vez a la semana es mucho mejor que comer una hamburguesa barata todos los días”, indica.
En Francia, el consumo de carne también se ha reducido de forma constante. Las encuestas sugieren que la mitad de la población ha disminuido su consumo de carne en los últimos tres años y que el 30% quiere seguir bajándolo en los próximos tres. Y sin embargo, el lanzamiento de la estrategia nacional de bajas emisiones de carbono, que Francia puso en marcha en 2020, fue recibido con gritos de indignación.
El objetivo de la estrategia francesa es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes del sector agropecuario en un 19% para 2030, y en un 46% para 2050 (el sector representa el 20% de todas las emisiones francesas; con un 80% de las emisiones agropecuarias generado por la ganadería).
Dinamarca y Países Bajos
En la UE, los países que han tratado de aplicar políticas concretas de reducción en el consumo de carne han enfrentado reacciones inmediatas. La oposición de los sindicatos y de la industria alimentaria hizo que en 2020 el Gobierno danés diera marcha atrás a su decisión de prohibir que los comedores estatales sirvieran carne durante dos días a la semana. El Gobierno de Dinamarca ha cambiado de estrategia y ahora incentiva la producción de alimentos no cárnicos. Dentro de su acuerdo por el clima ha aprobado la mayor inversión de la UE en investigación y desarrollo de alimentos a base de plantas, con un fondo anual para apoyar la transición nacional hacia una nueva dieta.
En Países Bajos, en un intento de priorizar la resolución de los grandes problemas medioambientales que provocan desde hace tiempo las macrogranjas de cerdos y otros animales, el nuevo Gobierno neerlandés ha incorporado la cartera de Naturaleza y Nitrógeno, liderada por la ministra Christianne van der Wal-Zeggelink.
Todas estas dificultades también son válidas para la propia Comisión Europea, enfrentada a la incompatibilidad entre su ambicioso plan para reducir emisiones de carbono y las gigantescas subvenciones de la Política Agrícola Común, casi un tercio del presupuesto de la UE. Según un análisis de las cifras llevado a cabo por Greenpeace, una quinta parte de todo el presupuesto de la UE se destina a la ganadería.
Hasta 2020, la UE todavía gastaba dinero en incentivar el consumo de carne con una campaña polémica (y un poco loca también) que animaba a la gente a hacerse “beefatarian” (algo así como carnivoriano, un juego de palabras entre la carne de vaca y la palabra en inglés para vegetariano). “Si el sonido de la carne chisporroteando en la parrilla te hace llorar, es que eres un auténtico carnivoriano”, decía el anuncio.
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