Por qué tus esfuerzos por convencer a los antivacunas no están funcionando
¿Qué debemos hacer con aquellos que se niegan a vacunarse o que siguen negando que la COVID-19 sea real? El debate alrededor de ese asunto se ha propagado durante meses en Estados Unidos. “¡Respetadlos!” ordenaban los comentaristas conservadores. “¡Humilladlos!” sostenían otros. Algunos proponían tratarlos con empatía, al considerarlos víctimas de la desinformación.
Sin embargo, a medida que el surgimiento de la variante delta nos conduce a la “pandemia de los no vacunados”, la incertidumbre sobre la mejor forma de convencer a quienes se niegan a vacunarse ha pasado a enojo y desesperación.
Un ejemplo de esto es la reacción reciente al vídeo viral que muestra a un hombre en un hospital en Louisiana recuperándose tras una infección grave de COVID-19. En el vídeo el hombre afirma que, a pesar de todo, preferiría pasar por lo mismo antes que recibir una vacuna. Esa fue la primera vez en que muchos de nosotros vimos el rostro humano de un fenómeno desconcertante sobre el que los trabajadores de la salud nos hablan desde el año pasado: los pacientes que niegan la realidad del virus, incluso cuando este los enferma y los mata.
Lo mismo se preguntaba León Tolstói respecto a otro problema social aparentemente irresoluble, la pobreza: “entonces, ¿qué debemos hacer?”. La sociología del fraude, una de las especializaciones que he investigado durante la última década, ofrece algunas respuestas.
En 1952 el sociólogo Erving Goffman analizó el arte del fraude en su influyente ensayo On Cooling the Mark Out (De cómo calmar al primo: algunos aspectos de la adaptación al fracaso). Para entender este fenómeno, Goffmann identificó tres tipos: en primer lugar, el “compinche” que perpetúa el engaño; segundo, el “primo”, objetivo del engaño; y tercero, el “apaciguador”, un aliado del artista del fraude que intenta consolar al “primo” una vez que el timo se ha vuelto aparente “de manera tal que a la víctima le resulta fácil aceptar lo inevitable y marcharse a casa en silencio”.
Goffman observó que todos los “primos” finalmente se daban cuenta de que habían sido engañados. Sin embargo, casi nunca se quejaban ni reportaban el crimen a las autoridades. ¿Por qué? Porque, según Goffman, admitir que uno ha sido engañado es tan vergonzoso que los “primos” lo sienten como una especie de muerte social: el doloroso final de uno de los tantos roles que interpretamos en sociedad.
En cambio, muchos “primos” simplemente niegan el engaño, afirmando que estaban “al tanto” durante su transcurso. Esto protege su orgullo y esquiva la muerte social, pero permite que el fraude permanezca en pie atrapando a otros. Al priorizar su propia imagen sobre el bien común, los “primos” toman una decisión cobarde y egoísta. Goffman no duda en denominar a esto como un “fracaso moral”.
En 2021 este “fracaso moral” toma la forma de negacionistas de la pandemia contagiados de COVID-19 y antivacunas quejándose desde la cama de un hospital: han elegido salvar su reputación antes que la vida de los demás. Podrían hacer esto último sacando la verdad a la luz al decir “La COVID-19 es real, vacúnense”. Algunos lo hacen, pero muchos no. Es difícil no llegar a la conclusión de que algunos están tomando la decisión consciente de protegerse a sí mismos social y emocionalmente, a expensas del resto de nosotros.
La solución
El trabajo de Goffman propone dos estrategias paralelas para lidiar con las personas que se han comprometido con ideas falsas. La primera es permitirles experimentar la vergüenza de lo que él llama “muerte social”. Pero la segunda, y quizá la más productiva, es identificar a los “apaciguadores” y hacer que persuadan a los negacionistas de la pandemia y a quienes se niegan a vacunarse, para así llevarlos de vuelta a la tendencia mayoritaria.
Los “apaciguadores” más efectivos son figuras respetadas por los “primos”. Es decir, gente cuya opinión valoran. A la mayoría de la gente no le interesa ganarse el visto bueno de cualquiera. Más bien le importa su estatus y “reputación” dentro de comunidades específicas y significativas, o lo que otros dos sociólogos del siglo XX, Herbert Hyman y Robert Merton, llamaron “grupos de referencia”.
Todos pertenecemos a múltiples grupos de referencia, muchos de los cuales se superponen, incluyendo la familia, el vecindario, la escuela, los espacios de trabajo y las afinidades políticas. Estos grupos no solo estructuran nuestras redes sociales, sino que también funcionan como filtro: por lo general, confiamos en la información obtenida a través de nuestro grupo de referencia y buscamos la aprobación de otros miembros del mismo.
Los negacionistas de la COVID-19 y los antivacunas son iguales que el resto del mundo en este aspecto: no buscan validación ni obtienen información de parte de cualquiera. Es por esto que ni “respetadlos”, ni “humilladlos” ni “empatizad con ellos” han funcionado ni lograrán cambiar algo. El respeto, la humillación y la empatía solo tienen valor e impacto dentro de redes sociales específicas.
Lo mismo sucede con la confianza en la información. Alguien que se considera parte del grupo de referencia “Fox Nation” ignorará las precauciones recomendadas por los “estúpidos medios de comunicación dominantes”. Pero si la misma información fuera provista por Sean Hannity o Tucker Carlson, probablemente sería tomada mucho más en serio.
Desde una perspectiva puramente pragmática, es una buena noticia para todos que algunas personalidades conservadoras influyentes estén comenzando a actuar como “apaciguadores” para los escépticos de la pandemia al incentivarlos a vacunarse; incluso si los “apaciguadores” a menudo han sido, según la teoría de Goffman, cómplices del fraude. La llamada para volver a la realidad tiene que venir desde dentro.
Pero todavía son demasiado pocos los presentadores de Fox News y políticos conservadores que alientan la vacunación, el uso de las mascarillas y otros cuidados ante la COVID-19. Necesitamos más “apaciguadores” y los necesitamos rápido.
Una manera de lograrlo consiste en buscar otros grupos de referencia que importen a los negacionistas de la pandemia y a los antivacunas más allá de los medios de comunicación y la política. Las redes sociales, que tan dañinas han sido al propagar desinformación, también hacen que sea relativamente fácil identificar e incluso unirse a grupos que fomentan el sentimiento antivacunas.
Dentro de esos grupos, podemos seleccionar miembros influyentes que puedan estar apartándose del negacionismo de la COVID-19 y alentarlos en su camino. Podemos escribirles ofreciéndoles apoyo, en especial si nuestros grupos de referencia se superponen, ya sea que provengamos de la misma ciudad o compartamos la misma religión. Cuanto más espacio social en común, mejor. Incluso quizá les ofrezcamos apoyarlos en caso de que los “troleen” por expresar su recelo ante el negacionismo de la COVID-19. O bien podríamos hacerles saber que los admiramos por decir la verdad.
Puede que estas personas no tengan millones de televidentes. No obstante, tienen el potencial para actuar como “apaciguadores” para sus grupos de referencia, tanto en línea como en el mundo real. Cuanto mayor sea su estatus dentro de esos grupos, mayor será su influencia a la hora de reconciliar a unos cuantos compañeros con la realidad pandémica. Quizá los ayuden a reincorporarse a la sociedad, o al menos evitarán que nos pongan en peligro al resto de nosotros.
Brooke Harrington es profesora de Sociología en la Universidad de Dartmouth.
Traducción de Julián Cnochaert
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