Donald Trump ha añadido una macabra distinción a su presidencia: por primera vez en la historia de Estados Unidos, el gobierno federal ha ejecutado a más civiles en un año que todos los estados juntos.
La Administración Trump terminó con la vida de 10 prisioneros en un 2020 caracterizado por un número inédito de ejecuciones ordenadas por el gobierno federal. La oleada de ejecuciones se saltó una norma histórica y fue en contra de la tendencia de los últimos años en Estados Unidos, donde el número de ejecuciones estaba en declive.
El informe de fin de año del Centro de Información sobre la Pena de Muerte (DPIC, por sus siglas en inglés) analiza la extraordinaria sed de sangre que ha caracterizado a la Administración Trump. En los últimos años, el informe anual había dejado constancia de una disminución ininterrumpida en el número de ejecuciones. Todas, además, habían sido ordenadas por las autoridades de los estados, no por el gobierno central.
Récord a la baja
A nivel estatal, la tendencia se confirmó también en 2020, con la pandemia del coronavirus conteniendo un número de ejecuciones programadas que ya era bajo. Solo se aplicó la pena de muerte en cinco estados: Alabama, Georgia, Missouri, Tennessee y Texas. Y solo en Texas hubo más de una. Desde 1983, este ha sido el año con un menor número de ejecuciones a cargo de los estados.
Los estados ejecutaron a siete personas (tres de ellas, en Texas), frente a las 10 personas que fueron ajusticiadas por el gobierno federal. Pese a la oleada de muertes ordenadas por el gobierno federal, la suma total sigue dando el menor número de ejecuciones judiciales en Estados Unidos desde 1991.
En medio de esa tendencia descendente, las acciones de la Administración Trump se destacan como una grotesca anormalidad. Según Robert Dunham, director ejecutivo del DPIC y autor principal del informe, “las políticas de la Administración no sólo están desfasadas con las prácticas históricas de los presidentes anteriores, sino que también están completamente desfasadas con las prácticas estatales actuales”.
Una parte de la explicación tiene que ver con la negativa deliberada de Trump de tomarse en serio el coronavirus. A diferencia de los estados con pena de muerte, el gobierno federal insistió en seguir adelante con las ejecuciones programadas. El resultado fue un brote de COVID-19 en la cárcel de Terre Haute, en Indiana, donde el informe del DPIC documenta el contagio de al menos nueve miembros de los equipos de ejecución.
El desdén del presidente saliente
Pero el dato más importante de las ejecuciones federales en 2020 ha sido el desdén mostrado por la Administración Trump hacia las normas establecidas, y su determinación de llevar la pena de muerte más allá de los límites incluso para los estándares de los que apoyan la pena capital.
Desde que el 3 de noviembre Trump perdió las elecciones, el gobierno federal ha ejecutado a tres prisioneros: Orlando Hall, Brandon Bernard y Alfred Bourgeois. La última vez que un presidente saliente ocupó el primer lugar en una ejecución fue en 1889, cuando el gobierno de Grover Cleveland mató a un indio choctaw llamado Richard Smith.
Los tres ejecutados bajo el mandato de Trump como presidente saliente fueron hombres negros. Como destaca el informe del DPIC, en la lista de muertos la disparidad racial sigue siendo notoria. Durante décadas, casi la mitad de los ejecutados han sido personas no blancas.
El informe deja a la luz otros problemas sistémicos en la elección que hizo la Administración Trump de los prisioneros a matar. Lezmond Hill, ejecutado en agosto, era el único prisionero nativo americano en el corredor de la muerte del gobierno federal. Su ejecución ignoró la soberanía tribal sobre el caso así como las objeciones de la nación navajo, contraria a la pena de muerte.
Entre las personas que murieron este año por las prisas del gobierno federal en las ejecuciones figuran dos prisioneros con delitos cometidos cuando eran adolescentes: Christopher Vialva (tenía 19 años) y Brandon Bernard (tenía 18). En casi 70 años, son los primeros delincuentes ejecutados por el gobierno de Estados Unidos debido a un crimen cometido durante su adolescencia.
Peor que Texas
El informe anual de la Coalición de Texas para Abolir la Pena de Muerte (TCADP, por sus siglas en inglés), publicado el miércoles, subraya el dramático contraste entre la agresiva postura de la Administración Trump y la drástica reducción de las ejecuciones a nivel estatal.
Texas, que tradicionalmente ha sido la capital de la pena de muerte en Estados Unidos, ejecutó a tres personas este año, por debajo de las nueve de 2019. La última ejecución, el 8 de julio, fue la de Billy Joe Wardlow. Tenía 18 años en 1993 cuando cometió un robo y un asesinato.
Según Kristin Houlé Cuellar, directora ejecutiva del TCADP, “las circunstancias de su ejecución arbitraria son aún más atroces teniendo en cuenta que hubo legisladores estatales, defensores de la justicia para los jóvenes, expertos en neurociencias y dos jurados del juicio de Wardlow pidiendo un indulto por lo que ahora se sabe sobre el desarrollo del cerebro en los adolescentes”.
Hubo algunas buenas noticias. En marzo, Colorado se convirtió en el vigesimosegundo estado en abolir la pena de muerte. Louisiana y Utah llevan 10 años sin ejecutar a nadie.
Joe Biden, el presidente electo, ha prometido terminar con la pena de muerte. Pero hasta que el 20 de enero entre en la Casa Blanca, Trump sigue al mando. Antes de que termine, tres prisioneros federales más podrían morir, incluyendo a la única mujer en el corredor federal de la muerte.
Traducido por Francisco de Zárate