¿Cómo se gana una batalla feminista? Cuatro mujeres explican sus victorias

Leymah Gwobee / Laura Coryton / Krystyna Kacpura / Jaha Dukureh

Un grupo de madres acabó con la guerra civil de Liberia

Leymah Gwobee

Liberia lo estaba haciendo muy bien matándose a sí misma durante la guerra civil. Un país de unos 4,5 millones de personas vio durante los 14 años de guerra civil morir a 250.000. Muchas más fueron desplazadas. El uso de niños como soldados, la violencia sexual y los ataques a los civiles eran moneda diaria durante el conflicto.

En abril de 2003, siete de nosotras nos reunimos en una oficina improvisada para hablar sobre la guerra civil de Liberia y el hecho de que los combates se estaban acercando muy rápido a la capital, Monrovia. Armadas solo con nuestra convicción y 10 dólares pusimos en marcha la Campaña de la Acción en Masa de las Mujeres de Liberia por la Paz. Creíamos que era nuestro deber moral levantarnos como madres para proteger las vidas de nuestros hijos, la tierra y su futuro.

Estábamos unidas en nuestra convicción de que la acción no violenta era la única forma para conseguir ver la paz en Liberia. No tomaríamos las armas. En su lugar, organizamos sentadas diarias, piquetes, vigilias, protestas callejeras y manifestaciones para pedir un alto el fuego inmediato, un diálogo entre las partes en conflicto y el despliegue de una fuerza de intervención.

Necesitábamos un modo de asegurarnos de que los hombres de nuestras comunidades estaban igual de comprometidos con el fin del conflicto. Nuestra huelga de sexo hizo de la causa algo más personal y nos ayudó alcanzar un perfil mediático que reforzara nuestras demandas a las partes en conflicto.

Después de tres semanas de movilizaciones masivas, el presidente Charles Taylor accedió a reunirse con nosotras. Más de 2.000 mujeres acudieron a la reunión, que acabó con su compromiso de acudir a las conversaciones de paz en Ghana.

Nuestro siguiente reto era asegurarnos de que las conversaciones de paz resultasen en un acuerdo óptimo para los liberianos. No un acuerdo que sirviese simplemente a los intereses personales de los señores de la guerra. Nos asociamos con las mujeres liberianas refugiadas en Ghana y nos convertimos en la voz moral y en el rostro de las conversaciones de paz. Al mismo tiempo mantuvimos la presión continuando con las protestas en Monrovia.

Una vez que se firmó el acuerdo de paz nos involucramos como mediadoras para conseguir que los combatientes cumpliesen los términos del acuerdo y que la ONU y el gobierno transicional de Liberia diesen los incentivos necesarios a los combatientes.

Éramos madres ordinarias que decidimos que ya no era necesario rogar por la paz. Por el contrario, nos unimos para exigir paz, justicia, igualdad e inclusión en la toma de decisiones políticas. Utilizamos nuestros cuerpos, rotos por el hambre, la pobreza, la desesperación y la indigencia para sostener la mirada al cañón de la pistola.

14 años después, podemos decir tranquilamente que hicimos lo inimaginable.

Llegó la hora de acabar con el impuesto al tampón

Laura Coryton

Ni la menstruación ni los impuestos son temas muy populares y, sin embargo, —gracias a las 320.086 personas que firmaron mi petición en Change.org— estamos por fin a punto de acabar con los impuestos machistas que gravan los tampones y otros productos de higiene femenina. Nuestro Gobierno (Reino Unido) clasificó los tampones como producto “de lujo” cuando estableció el impuesto en 1973, mientras que los aviones privados, la carne de cocodrilo y las flores de azúcar son clasificadas como productos esenciales que no están gravados. No es broma. Incluso Barack Obama ha criticado el impuesto al tampón en 40 estados de su país.

Durante estos años, dirigir esta campaña y difundir la petición ha sido genial. Siempre es divertido conectarse con activistas inspiradoras. Pero ha sido mucho trabajo y no todo ha sido positivo. A menudo me han sorprendido y desalentado los trolls de Twitter, la oposición gubernamental e incluso las cartas con amenazas, pero no hay que darse por vencido cuando algo nos importa, especialmente cuando es algo que afecta injustamente a más de la mitad de la población solo por ser mujer.

Después de ver con satisfacción la petición de Caroline Criado-Perez para que los billetes británicos lleven el rostro de Jane Austen, me sentí inspirada para iniciar mi propia petición contra el impuesto al tampón en mayo de 2014. Al poco tiempo, diferentes universidades del Reino Unido comenzaron a repartir productos de higiene femenina de forma gratuita o a venderlos a sus estudiantes a un precio reducido. Algunas comunidades se unieron para montar foros locales para ayudar a la campaña, y algunas personas se inspiraron para iniciar campañas similares en países como Australia y Malasia.

Finalmente hicimos historia en 2016, cuando el entonces canciller George Osborne se comprometió ante la Cámara de los Comunes a abolir el impuesto al tampón “cuando sea posible a nivel legal”. Las normativas tributarias de la UE impiden abolir el impuesto antes de que esté finalizado el Brexit. Osborne calculó que sería hacia abril de 2018, pero su sucesor Philip Hammond todavía no ha dicho nada sobre este tema. Mientras tanto, debemos seguir hablando de esto, tuiteando y haciendo campaña para asegurarnos de que Theresa May sepa que estamos esperando que deje de recaudar impuestos cada vez que nos viene la regla.

Frenar la iniciativa contra el aborto en Polonia

Krystyna Kacpura

Hace muchos años que trabajo en el campo de los derechos sexuales y reproductivos. He luchado contra varios intentos de reforzar aún más la ley antiaborto de Polonia, que ya es bastante restrictiva. Sin embargo, la Iniciativa contra el Aborto no solo me escandalizó, sino que además me dio mucho miedo. ¿Quién se atrevería a meter a las mujeres polacas en tamaño infierno? ¿Quién nos odia a este nivel?

Mi primer impulso fue el de informar a las mujeres qué significaría esta ley en la práctica: cárcel y nacimientos forzados en cualquier circunstancia, incluso en casos en que estuviera en riesgo la salud y la vida de la madre, incluso en casos de violaciones o incesto, o cuando el feto tuviera malformaciones o defectos genéticos. En casos de abortos naturales, también se podría hacer una investigación policial y meter presa a la mujer. Y estas eran sólo algunas de las cláusulas más radicales del proyecto de ley.

En cada uno de mis discursos les pedí a las mujeres que fueran solidarias y que se unieran a la lucha sin mirar las diferencias entre nosotras. En las protestas les pedí a los políticos que nos apoyaran. También solicité el apoyo de ginecólogos, pidiéndoles que brindaran información honesta y completa sobre las consecuencias que podría tener la ley.

Algunos médicos nos apoyaron en secreto. Se reunieron con diputados y les escribieron cartas, detallando los riesgos para las mujeres. Repartimos folletos claros y concisos a mujeres en las calles, las tiendas, las oficinas y las escuelas. Muchas mujeres nos llamaban luego muy asustadas. Algunas no podían creer que alguien quisiera tratar a las mujeres de forma tan horrorosa. Necesitábamos convertir ese miedo en indignación, protesta y solidaridad hacia las mujeres.

Mostramos comparativas con los derechos reproductivos de las mujeres en otros países europeos. Apoyamos y empoderamos a las mujeres para que se sintieran más fuertes en esta batalla desigual. Movilizamos a las mujeres para que participaran activamente en las protestas, manifestaciones y debates callejeros.

Para mí era como estar en trance: miles de conversaciones individuales, docenas de debates, manifestaciones, protestas, cientos de llamadas telefónicas, correos electrónicos. Sabía que debía encontrar la fortaleza para seguir adelante. Cuando estaba agotada, abría el cajón donde guardaba las firmas de cientos de personas que apoyaban nuestra iniciativa Salvemos a las Mujeres y eso me recordaba que todas esas personas confiaban en mí y en mi organización.

Ganamos la batalla. El proyecto retrógrado fue retirado. Sin embargo, la lucha por nuestros derechos reproductivos no ha acabado. No lancemos las campanas al vuelo.

La mutilación genital femenina se prohibió en Gambia

Jaha Dukureh

Tomar la decisión de llevar mi campaña contra la mutilación genital femenina (MGF) de vuelta a Gambia fue, aunque difícil, la decisión correcta. Luchar contra la MGF es, a menudo, causa de aislamiento social, por lo que al hacerlo tuve que asumir el hecho de que muchas veces me vería forzada a defenderme por mí misma. Aunque ha habido otras campañas contra la mutilación genital femenina, entendí que para que se produjese un cambio real era necesario tomar un nuevo enfoque.

Sabía que el hecho de ser una mujer joven iba a hacer más difícil que la gente me escuchara. También era consciente de los peligros a los que me expondría al abordar este asunto. Esto significaba que para mí era crucial tener un equipo, gente que como yo se dedicase a esta causa y que quisiera estar a mi lado. De este modo podríamos trabajar de una manera más eficiente y efectiva.

En lugar de centrarnos en una sola persona, en una región o en un grupo étnico, trabajamos con todo el país a la vez. Mantuvimos diálogo no solo con los líderes religiosos sino también con las generaciones más jóvenes iniciando conversaciones sobre la MGF desde puntos de vista que nunca antes se habían formulado.

Para nosotros fue importante que el mensaje se difundiese a nivel local, nacional y mundial. Al tomar conscientemente la decisión de no dejar a nadie por el camino, y entendiendo el poder de las masas, nuestro mensaje para acabar con la mutilación genital femenina se oyó más fuerte y más claro. Finalmente, la decisión de prohibir la MGF se anunció a finales de 2015.

Nuestra forma de resistencia provino del rechazo a permanecer en silencio y de encender la llama en cada comunidad, para que la voz de todos nosotros pudiera ser escuchada.

Traducción de Javier Biosca Azcoiti, Lucía Balducci y Cristina Armunia Berges