Los habitantes de Pokrovsk hacen las maletas ante el avance implacable del ejército ruso en el este de Ucrania
Los libros de la biblioteca están apilados en la calle a la espera de ser retirados en un camión. Al otro lado, dos hombres quitan el cartel de un supermercado. La moderna tienda de alimentos cerró hace un par de semanas. A 800 metros, un tren que evacuará a la población se prepara para partir hacia el oeste del país. En el andén y fuera de la estación, la gente se amontona y se prepara para huir de la ciudad.
Pokrovsk, ciudad minera del este de Ucrania, hace las maletas a toda prisa. El ejército ruso ha conseguido avanzar y se encuentra a escasos kilómetros, lo suficientemente cerca como para bombardear la ciudad, después de un avance implacable que ha llevado a los invasores cerca de un lugar que se había considerado seguro. Temiéndose lo peor, las autoridades ucranianas han dado a la población un plazo de dos semanas para evacuar la ciudad y los pueblos de los alrededores.
Maryna, de 33 años, espera fuera de la estación con sus tres hijas, Angelina, Maria y Oleksandra, rodeadas de maletas con sus pertenencias. Se dirigen a Rivne, en el oeste de Ucrania, y Maryna explica que no tiene más remedio que abandonar el lugar donde crecieron ella y su familia. “La casa de nuestros vecinos fue alcanzada. Fue entonces cuando me di cuenta de lo peligroso que es. Tuvimos que mudarnos”, cuenta a The Guardian. No tiene ninguna duda de que ha tomado la decisión correcta pero, a pesar de ello, reconoce que es difícil “renunciar” a la vida que conoce. “Sólo siento dolor”, afirma.
También dice que le preocupa que muchos otros habitantes de la región todavía no hayan tomado la decisión de huir. “Hay muchas personas que no dan el paso de irse y no entienden que podrían morir. Es demasiado peligroso, sobre todo si tienes hijos”, señala. No sabe qué vida le espera en la ciudad de Rivne, donde ella y sus hijas serán acogidas como desplazadas. Las autoridades ucranianas han asegurado a la población que en las ciudades de acogida todo está preparado para su llegada.
Es difícil hacer un cálculo exacto, pero cientos de lugareños están esperando o ya se están subiendo a un tren, en un caluroso día de verano en el que la temperatura es de 35 grados. Todos ellos se han visto obligados a huir debido al avance del ejército ruso en el frente oriental, que comenzó con la caída de la ciudad de Avdivvka, en febrero, cuando el Congreso de Estados Unidos bloqueaba la ayuda militar a Ucrania.
Aunque la ayuda se reanudó en abril, las fuerzas rusas han sido capaces de mantener el impulso. El éxito se debe, en gran medida, a la cantidad de efectivos y oleadas de ataques de infantería apoyados por un intenso bombardeo. En cambio, Ucrania ha tenido dificultades para crear líneas defensivas profundas como las rusas, lo que ha provocado acusaciones de desorganización en la retirada.
La espera en los vagones abarrotados
En el interior del tren hace calor y los vagones están abarrotados de pasajeros que esperan que se ponga en marcha. Se llevan toda una vida en maletas y bolsas, y algunas son demasiado pesadas para llevarlas sin ayuda. Algunos también se llevan a su gato, una última conexión con el hogar que dejan atrás. Los pasajeros se muestran unidos y emprenden juntos un viaje de 21 horas a una parte del país que no conocen, sin saber si algún día podrán regresar a su hogar.
Tetiana, quien dice que sintió que su apartamento del tercer piso en Pokrovsk estaba demasiado alto para estar segura, se sienta al lado de una mujer de 73 años de aspecto frágil llamada Nina, que fue evacuada a la fuerza por soldados ucranianos de Kurakhove, un pueblo situado a 32 kilómetros al sur. Frente a ella está Vera, de Novopavlivka, un pueblo más cercano al frente de batalla, que dice que se marchó porque la situación era “insoportable”. “Esperábamos que no llegaran hasta esta zona, pero en las últimas semanas los rusos han ido ganando posiciones y están muy cerca. Ahora las explosiones son constantes”, cuenta.
Afortunadamente, el día que The Guardian se desplazó hasta Pokrovsk estas explosiones solo se oían en la distancia y de forma muy puntual. Había mucho bullicio en las calles de la ciudad, con personas que se marchaban y otras que se han quedado y seguían con su día a día. Serhii Dobryak, jefe de la administración militar, afirma que desde el 10 de agosto se han marchado 4.300 personas, entre ellas 1.000 niños, y que, por el momento, el grueso de la población, unos 58.000 habitantes, todavía no ha huido. Esta cifra es un indicador de que el cerco del ejército ruso los ha pillado por sorpresa.
Los equipos de rescate describen una situación mucho más al límite en los pueblos situados más al este, más cerca del frente. The Guardian conoció a Oleksander Gamanyuk, voluntario de la organización Rosa en el arma (Rose on the Arm), hace un año. Hoy el voluntario se encuentra en la estación, tras llevar a un grupo de habitantes de un pueblo cercano desde sus hogares hasta el tren que los trasladará al oeste del país.
Había empezado el día en Novojródivka, en la línea del frente. “Los soldados rusos dispararon a los vehículos cuando ya nos íbamos”, explica, sacudiendo la cabeza y con una sonrisa que muestra la tensión vivida, pero también el alivio por haber conseguido llegar sano y salvo a la estación de trenes. Según sus cálculos, las fuerzas invasoras podrían cercar Pokrovsk en unas dos semanas.
El tren sale a las 14:10 horas. Dobryak explica que se trata de un tren especial al que se le han añadido vagones, que circula cada ocho días, con 600 personas evacuadas. Rivne es su destino final. Los adultos desplazados reciben 2.000 grivna (unos 44 euros) al mes para ayudarles a reasentarse y otras 3.000 (unos 65 euros) por cada niño, aunque acabarán en dormitorios u otros alojamientos compartidos de dudosa calidad. “Muchas personas desplazadas han acabado durmiendo en establos y han vuelto”, explica una persona; pero Dobryak cree que el viaje es una oportunidad para “situarse y seguir adelante”.
Un importante punto logístico civil y militar
Pokrovsk fue considerada en su día el lugar más seguro de la región del Donbás: un nudo de carreteras y ferrocarriles donde los periodistas pernoctaban durante el primer año de guerra. En aquel momento la línea del frente estaba a 50 kilómetros de la ciudad. El hotel más importante, el Druzhba, fue bombardeado en un ataque con misiles el pasado agosto y los periodistas se marcharon. Sin embargo, sigue siendo un punto logístico civil y militar importante para todas las acciones que se llevan a cabo en el este del país. También un nudo de comunicaciones para muchos vehículos y las ambulancias que se dirigen al oeste.
Perder el control sobre la ciudad y sus carreteras complicaría la ruta de suministro desde Dnipro a las ciudades clave de Kramatorsk y Sloviansk, en el este. Según Vadym Filashkin, gobernador de la región de Donetsk, tras escuchar la opinión de los logistas militares se están construyendo carreteras alternativas.
Un poco más al oeste se encuentra otro objetivo ruso: la mina de carbón. Pokrovsk es el único lugar de Ucrania que produce carbón de coque de alta calidad, esencial para la fabricación de acero y fundamental para la guerra. La ubicación estratégica de la ciudad y su capacidad industrial son las razones principales por las que el Kremlin quiere hacerse con su control. Tanto es así que los estrategas de Kiev señalan que no se han desviado fuerzas rusas del avance hacia Pokrovsk para hacer frente a la incursión ucraniana en Kursk. “Espero que podamos resistir”, señala uno de los expertos.
De vuelta en Pokrovsk, después de la salida del tren, Katya, de 33 años, guardia de seguridad en la mina, y su amiga Olya, de 40, describen cómo se está deteriorando la situación en la ciudad. Olya es originaria de Myrnohrad, a seis kilómetros al este, que está siendo intensamente bombardeada. Se ha mudado a Pokrovsk y quiere marcharse de la ciudad desesperadamente, pero está esperando a que reparen su coche. Katya se ha visto obligada a mandar a su madre al oeste del país ya que padece diabetes y la única farmacia que todavía suministra insulina va a cerrar. Sin embargo, ella quiere quedarse y seguir trabajando en la mina. Los pocos trabajadores que quedan tienen que hacer turnos de 24 horas.
Los precios se han disparado, porque los dos supermercados de la ciudad están cerrados. “Antes podías comprar un kilo de patatas por 16 grivnas (0.35 euros) en el supermercado y ahora en una tienda pequeña cuesta 35, 40”, constata Katya. Olya dice que algunos habitantes de Pokrovsk han sido víctimas de estafas por parte de personas que ofrecen en Internet viviendas para alquilar a precios tentadores en otros lugares de Ucrania y luego se quedan con el depósito. También hay personas que publicitan servicios de taxi de rescate previo pago y que luego desaparecen o no tienen el espacio en el coche que habían prometido.
Algunos habitantes de la ciudad afirman que están decididos a quedarse. En la calle, Valentina, de 71 años, mira a su alrededor. Afirma que si la situación se complica no saldrá de su casa: “Pase lo que pase, pasará. He vivido aquí toda mi vida. Mis padres están enterrados en esta ciudad, ¿cómo voy a abandonar sus tumbas?”. ¿Y si los rusos toman el poder? “Espero que no me fusilen. Si mi destino es morir aquí ahora, moriré aquí ahora”, afirma. Pero a medida que la conversación se alarga, su seguridad se va diluyendo. “Si me dieran una vivienda en otro sitio más seguro, tal vez me iría. No puedo vivir en una residencia”, añade. Esa posibilidad es remota.
Una pregunta obvia a los que se quedan o se van es si creen que la estrategia de defensa de Pokrovsk ha sido correcta, ya que unos 10.000 soldados han sido desplegados al norte para poder avanzar hacia Kursk. Las respuestas varían. “Si los soldados estuvieran aquí, quizá los rusos no habrían avanzado”, indica Katya. Antes, en la estación, Maryna decía que la incursión hacia Kursk estaba justificada. “Los rusos tenían que sentir el dolor en su propia piel, el mismo dolor que sienten todas las familias ucranianas”, afirmaba. “Esperemos que la toma de Kursk desestabilice al Kremlin”.
Mientras tanto, la evacuación tiene que continuar. Dobryak dice que las autoridades de la ciudad tienen una semana más para hacer las maletas y, aunque las advertencias públicas están calando, cree que quizás 6.000 residentes se arriesgarán a quedarse. También advierte que, si los rusos capturan posiciones elevadas al este, cerca de Myrnohrad, podrán bombardear Pokrovsk a discreción, repitiendo un patrón de destrucción urbana visto en otros lugares de esta parte del país. “Los rusos no cambian. Han destruido Bakhmut y Avdiivka, ¿qué le depara a Pokrovsk?”, afirma. La conclusión es sombría: “Dicen abiertamente que será una zona tampón, que será segura y que estará despejada de personas”.
Traducción de Emma Reverter
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