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Opinión

¿Los hombres tienen miedo tras la campaña #MeToo? Ahora saben cómo vivimos las mujeres

Me Too

Jessica Valenti

Los hombres estadounidenses tienen miedo. Temen no ser capaces de dar un abrazo bienintencionado a una compañera del trabajo sin que sea percibido como lascivo. Les preocupa que los muchos despidos de hombres poderosos sean una señal de “pánico sexual” en toda regla y que la era de #MeToo “criminalice el intento de seducción”.

Como indicaron las mujeres del programa Saturday Night Live: “Bienvenidos al infierno, ahora todos estamos en el mismo barco”.

Comprenderán que, en un contexto de recuento de casos de violación y de acoso sexual a lo largo y ancho del país, a las mujeres les cuesta sentir empatía hacia los hombres que están afligidos porque a partir de ahora deberán tener más cuidado cuando den abrazos o intenten ligar con alguien. Nosotras sentimos miedo toda la vida, pero si desde hace unos meses los hombres ya no pueden comportarse de forma machista impunemente resulta que estamos ante una “caza de brujas”.

En los medios de comunicación, tanto hombres como mujeres han analizado las supuestas consecuencias que tendrá la campaña #MeToo. Masha Gessen señaló en la revista New Yorker que el hecho de centrarse en el consentimiento expreso podría llegar a criminalizar el “mal sexo”. El presentador Geraldo Rivera reaccionó al despido de Matt Lauer afirmando que la sociedad está “criminalizando el intento de seducción”. Y Bari Weiss afirmó en the New York Times, en referencia a Glenn Thrush, un compañero suyo que fue suspendido de sus funciones: “Estamos criminalizando un comportamiento que hasta ahora simplemente nos parecía presuntuoso y grosero”.

A pesar de todas estas declaraciones, lo cierto es que nadie ha sido encarcelado. Nadie ha sido detenido. De hecho, ninguno de estos comportamientos ha sido “criminalizado o penalizado”, incluso cuando en muchos casos se trata de un comportamiento tipificado en el Código Penal. Al productor Harvey Weinstein se le acusa de haber acosado a mujeres durante décadas, incluso de haberlas violado. Lo ha negado y se ha ido a Europa. Lauer, acusado de agresión sexual, estaba ganando 20 millones de dólares anuales. Louis CK se masturbó delante de mujeres pero no se han presentado cargos en su contra.

Como señala Rebecca Traister: “Que un hombre blanco poderoso pierda el trabajo es como una muerte”. Y lo que estamos viviendo ahora es un funeral nacional en Estados Unidos.

Resulta revelador que pocos de los que han mostrado su desolación hayan lamentado el hecho de que incontables mujeres que sufrían acoso sexual dejaron sus puestos de trabajo y vieron cómo sus sueños y sus carreras se hacían añicos. No, el verdadero talento que se ha perdido es el de los hombres; ha terminado en el mismo triste cementerio que la valorada habilidad de los hombres de tocar a sus subordinadas sin permiso ni consecuencias.

Tal vez estoy algo molesta porque he estado en alerta toda mi vida. Como la mayoría de mujeres de Estados Unidos, he aprendido, y a veces a golpes, que no estoy segura. Las mujeres saben que no están seguras ni en la calle, ni en el trabajo ni en casa. Pronto tendré que transmitir estos conocimientos a mi hija y le tendré que enseñar la fina línea entre tomar precauciones y no estar constantemente en tensión. Después de todo, si bajamos la guardia nos llaman ingenuas, pero si no la bajamos y nos indignamos, somos unas histéricas.

Tal vez el problema ha sido que los hombres blancos y con poder no han tenido suficiente miedo. Los hombres se han sentido titulares de un derecho que les permitía tratar a las mujeres de una forma horrible y con total impunidad. Tal vez ciertas dosis de miedo puedan terminar con este sentimiento, o al menos reducirlo. Y tal vez este miedo, incluso si es temporal, dará a las mujeres un más que necesario respiro. Al fin y al cabo, no sabemos cómo seríamos sin esa permanente ansiedad. Sería agradable ver cómo sería la mujer despreocupada que nunca fuimos.

A pesar de la reacción de pánico que ha llevado a algunos a afirmar que a partir de ahora estará prohibido el flirteo en el trabajo y otros comportamientos normales, la mayoría sabemos que esto no ocurrirá. Woody Allen sigue haciendo películas mientras su hija se pregunta por qué a nadie parece importarle que ella le acusara de abuso sexual a los siete años (algo que él niega enérgicamente). Los hombres que temen que una acusación de este tipo pueda arruinar su carrera solo tienen que pensar en el presidente de Estados Unidos para ver que eso no pasará. Si creen que la campaña #MeToo dará un giro radical a la situación, pregunten a sus madres si pensaron lo mismo en los años noventa con las acusaciones de Anita Hill [contra un juez nombrado para el Tribunal Supremo de EEUU por acoso sexual].

Si los hombres quieren ayudar a las mujeres en el contexto actual, deberían empezar por aceptar la incomodidad y el miedo que puedan sentir y entender que lo que están sintiendo solo es una pequeña muestra de lo que han sentido las mujeres. En vez de aterrarse o reaccionar de forma desmedida podrían escuchar (¡ah!, y no nos mostréis vuestros penes salvo que os lo pidamos).

Traducido por Emma Reverter

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