Durante la presidencia de Obama, algunos comentaristas no dudaron en proclamar que los hombres blancos habían dejado de ser un grupo demográfico políticamente relevante. Y entonces llegó Trump, encumbrado por una multitud de hombres blancos enfadados.
El sociólogo Michael Kimmel es uno de los principales expertos mundiales en este fenómeno. Es el director del Centro para el estudio de los hombres y las masculinidades de la Universidad de Stony Brook, y lidera una línea de investigación emergente de estudios en torno a la masculinidad.
Entre sus investigaciones más recientes destaca un estudio sobre asesinos itinerantes o relámpago (que son en su gran mayoría hombres blancos) y la relación entre la masculinidad y el extremismo político. Acaba de terminar un libro que investiga por qué los hombres se unen a grupos que incitan al odio y cómo salen de ellos.
Su libro Angry White Men: American Masculinity at the End of an EraAngry White Men: American Masculinity at the End of an Era (Hombres blancos enfadados. La masculinidad de Estados Unidos en el fin de una era) volverá a ser publicado en abril. ¿Es cierto? (Hombres blancos enfadados. La masculinidad de Estados Unidos en el fin de una era)
Sí. Dado que lo ha leído, se habrá percatado de que Trump no aparece ni una sola vez. Mi editor pensó que sería una buena idea volver a publicarlo con una introducción en la que hable de él. Escribí un libro sobre sus votantes, solo que todavía no tenían un líder.
¿Cuándo se va a publicar?
En 2018. Gira en torno a entrevistas que hice a cuatro grupos de distintos países. Uno de los grupos es una organización en Suecia que ayuda a jóvenes neonazis y cabezas rapadas a salir de estos movimientos. Otro de los grupos es Exit (salida), en Alemania, que hace lo mismo con neonazis y supremacistas blancos alemanes. El tercer grupo es Life after Hate (vida después del odio) un grupo de Estados Unidos creado por exintegrantes de movimientos de extrema derecha. Y el cuarto grupo se llama Quilliam, una fundación con sede en Londres que ayuda a exyihadistas que quieren alejarse de ese movimiento.
Es un libro sobre la masculinidad y explica cómo estos hombres entran en estos movimientos y también cómo consiguen salir de ellos. La masculinidad es un factor clave. Hablamos de hombres que se sienten insignificantes y tienen la sensación de haber sido marginados. El hecho de integrarse en un movimiento reafirma su masculinidad.
Evidentemente, existen diferencias entre los grupos. Los neonazis que participan en el programa de la organización sueca suelen tener unos 16 o 17 años. En cambio, los alemanes son mucho mayores y han tenido una trayectoria muy diferente. Se radicalizan en la cárcel. Eran ladrones y delincuentes de poca monta y se radicalizaron cuando conocieron a otros presos. También he investigado el importante papel que desempeña la música. El rap neonazi es muy popular en Suecia, Alemania y Estados Unidos, así como la música hardcore que incita al odio.
Los legisladores y los investigadores no suelen tener en cuenta el factor de la masculinidad cuando intentan comprender los motivos que llevan a estos hombres a alistarse a estos movimientos. En mi opinión, si ignoran la masculinidad no serán capaces de ayudarlos a salir de estos movimientos.
En 2009, Daryl Johnson, analista de los servicios de inteligencia, publicó un informe que alertaba del auge de los movimientos de extrema derecha. El informe dio paso a una batalla política campal. Los republicanos se enfurecieron porque consideraron que el informe era alarmista, tenía motivaciones políticas y comparaba a grupos conservadores y libertarios no violentos con grupos terroristas.
Lo que más indignó a los detractores conservadores de este informe fue que Johnson afirmó que los veteranos de guerra que habían luchado en Irak y en Afganistán se convertirían en los principales objetivos de la extrema derecha, que los intentaría captar. ¿Alguna de sus investigaciones han ido en esta dirección?
En mi opinión, es uno de esos problemas de lógica que podríamos llamar “falacia de composición”. Que los movimientos de supremacistas blancos recluten a muchos veteranos de guerra no significa que todos los veteranos de guerra vayan a ser reclutados.
Lo que sí está confirmado es que, como consecuencia de las operaciones militares en Irak y en Afganistán, los veteranos regresaron con trastorno de estrés postraumático. Cada vez que se subían en un coche podía ser el último día de sus vidas; este es el tipo de terror que sintieron. Es una experiencia que te sacude. A esto se le une un sentimiento racista hacia el enemigo, ya que una de las formas que tienes de autoconvencerte de que es legítimo matar a tu enemigo es odiarlo. Piensa en lo que decíamos de los vietnamitas o lo que la generación de mi padre opinaba sobre los japoneses. Es una combinación que explica por qué algunas personas son más propensas a sentir afinidad con la ideología de extrema derecha.
También es cierto que cada vez hay más hombres que se alistan en el Ejército porque quieren luchar. Timothy McVeigh ingresó en el Ejército de Estados Unidos durante la primera guerra del Golfo y cuando regresó quería unirse a las fuerzas especiales. Le dijeron que no estaba preparado psicológicamente. Se indignó y fue entonces cuando empezó a interesarse por los movimientos extremistas.
Así que nunca me atrevería a afirmar que los veteranos son más susceptibles de sentirse atraídos por la ideología de extrema derecha, pero sí puedo decir que la experiencia que han vivido en el campo de batalla ha afectado profundamente a un gran número de ellos.
No les hacemos ningún favor si ignoramos esta realidad y tampoco hacemos ningún favor a los ciudadanos de Estados Unidos si les decimos que tienen más probabilidades de ser atacados por alguien de otro país que por un compatriota. Lo cierto es que seremos atacados antes por alguien como Wade Michael Page [autor de un tiroteo en un templo sij en Wisconsin] que por un yihadista.
Una de las principales afirmaciones que hace en su libro es que la noción de masculinidad que empuja a los hombres a unirse a grupos de extrema derecha o a disparar contra una multitud está profundamente enraizada en un sentimiento de humillación.
En The Looming Tower (La torre elevada), Lawrence Wright habla de cómo un sentimiento de humillación parecido impregnó en el mundo árabe la línea de pensamiento que más tarde dio lugar a Al Qaeda (y al Estado Islámico). Así que me pregunto si en vez de hablar de “hombres blancos enfadados” deberíamos hablar simplemente de “hombres enfadados”.The Looming Tower (La torre elevada)
Uno de los analistas de la violencia más clarividentes que he leído, James Gilligan, escribió el libro Violence (Violencia). En su libro afirma que los sentimientos de vergüenza y de humillación son los cimientos de todas las acciones violentas: “Me siento insignificante y haré que tú te sientas más insignificante que yo”. En mis entrevistas con extremistas, tanto los que aún lo son como los que dejaron de serlo, he constatado en repetidas ocasiones que se habían sentido avergonzados y humillados.
En su famoso discurso, Osama bin Laden habla de cómo Occidente ha humillado al mundo árabe, de cómo los musulmanes tradicionales se han sentido humillados por una sociedad ultramoderna y el proceso cosmopolita de McDonalización del mundo. Quieren recuperar el califato que tuvieron en el siglo VII porque es la forma de recuperar la masculinidad tradicional.
A este sentimiento lo llamo “agravio por el hecho de creerse con el derecho”. Creerte con un derecho y no conseguir lo que querías te produce un sentimiento de humillación. Al menos este es el caso de los hombres alemanes, suecos y estadounidenses que entrevisté.
En muchas ocasiones no tiene nada que ver con la política. Muchos de ellos, y en especial los estadounidenses, sufrieron abusos sexuales y agresiones de niños. Algunos tienen un perfil parecido al de las víctimas de curas pederastas católicos. Durante su infancia y juventud se sintieron profundamente avergonzados. No les iba bien en la escuela, no tenían amigos, sentían una profunda tristeza e infelicidad y optaron por aislarse. Esto los hizo muy vulnerables y la extrema derecha consiguió captarlos sin problema.
El ambiente de camaradería que se respira en estos movimientos reafirma su masculinidad y, todavía más importante que esto, les da una misión sagrada. Para estos jóvenes, tener una misión es un elemento muy potente.
Los hombres blancos enfadados hablan extensamente de la “homoesfera” de internet y del auge del movimiento de los derechos del hombre. Los defensores de los derechos del hombre alegan que las políticas públicas penalizan a los hombres, por ejemplo, en lo referente a los convenios de divorcio y pensiones alimenticias, o por el hecho de que existen ayudas públicas para la madre soltera pero no para los padres solteros. ¿Cree que durante la presidencia de Trump podrían reformarse estas leyes y cambiar algunas de las políticas públicas mencionadas?
Un grupo que tiene un argumento válido es el colectivo de padres divorciados. Algunos de los grupos que defienden los derechos de los padres echan la culpa a las mujeres y al feminismo. No siento ninguna simpatía por ellos. Sí creo que los juzgados no han sabido adaptarse a los cambios de la sociedad. Los padres han cambiado. Ahora muchos padres se involucran en el cuidado y educación de los hijos. Sin embargo, tenemos leyes que fueron aprobadas durante los tiempos de Don Draper [protagonista de la serie de televisión Mad Men, ambientada en los años cincuenta], cuando los hombres eran figuras ausentes en el hogar. Y muchos de los hombres que se divorcian no consiguen unas condiciones justas.
Por otro lado, es importante atender a la realidad de los hechos: un estudio realizado en California constató que el 80% de las parejas divorciadas obtuvieron el convenio de custodia que ambos querían. Así que solo estamos hablando del 20% de los casos y de este 20%, solo una parte se encuentra en la situación descrita por los defensores de los derechos de los hombres: “Él quiere custodia compartida y ella quiere custodia exclusiva”. En la mayoría de los casos la mujer no quiere custodia compartida porque quiere mudarse a otro Estado porque allí le espera un trabajo o su actual pareja. Esta es la realidad que debemos tener en cuenta. En estos casos, los hombres tienen un derecho legítimo, no lo pongo en duda, pero esto no quiere decir que todo el sistema judicial esté en contra de los hombres.
¿Qué piensa del caso de Milo Yiannopoulos? Es gay, ha tenido relaciones con hombres negros. ¿Alguien con su perfil complica su discurso en torno a la masculinidad y a la derecha más conservadora?Milo Yiannopoulos
¿Se acuerda de Phyllis Schlafly, una activista que hizo carrera aconsejando a las mujeres que no hicieran carrera? Milo Yiannopoulos es un provocador. Quiere suscitar una reacción para poderse hacer la víctima: “Dios mío, no me dejan hablar, todos estos estudiantes universitarios no paran de lamentarse”. Al mismo tiempo, él no para de lamentarse. Se parece mucho a Trump: “Todo el mundo me odia, soy la víctima de medios de comunicación nocivos, obtuve más votos que ella”.
Yiannopoulos es gay pero también es un tipo blanco de clase alta. No pertenece precisamente a un colectivo desfavorecido. Quiere que lo censuren para poder decir que la izquierda censura tanto como la derecha. Sin embargo, en Estados Unidos esto no es así. A lo largo de la historia del país se ha censurado la libertad de expresión y siempre ha sido la derecha la que lo ha hecho. La noción de que la izquierda también está enfadada y censura... no tiene en cuenta un pequeño detalle técnico: la izquierda no tiene el poder y, por tanto, no puede censurar.
¿Qué piensa del viejo debate en torno a que los hombres son violentos por naturaleza? ¿La violencia es social, un producto de nuestra cultura, o también juegan factores biológicos? ¿Es biología, cultura o una mezcla de ambos?
Creo que es un debate falso. La naturaleza y la educación están íntimamente relacionadas. Sabemos que la hormona de la testosterona nos hace ser agresivos y también nos hace reaccionar ante la agresividad. Es una hormona muy maleable. Creo que no se pueden entender las condiciones naturales biológicas de la violencia sin ponerlas en relación con las condiciones sociales y viceversa.
Le pondré dos ejemplos. Un hombre se enfada y agrede a alguien más débil o a su mujer. Sin embargo, se enfada y no agrede a su jefe. En muchas ocasiones, los jefes tienen una mayor capacidad de sacarnos de nuestras casillas que nuestras esposas. ¿Verdad? ¿Por qué no los atacamos? Para atacar a alguien, primero tienes que creer que estás autorizado a hacerlo. Tienes que creer que es un blanco de ataque legítimo.
El segundo ejemplo sería el famoso experimento de un primatólogo de la Universidad de Stanford. Analiza los niveles de testosterona de cinco monos. Los pone en una jaula. Los monos no tardan en establecer una jerarquía de violencia. El número uno golpea al número dos, el número dos golpea al número tres, el número tres golpea al número cuatro y el número cuatro golpea al número cinco. Obviamente, el número uno tiene el nivel de testosterona más alto y así sucesivamente.
Y este es el experimento: el científico saca de la jaula al mono número tres y le inyecta una alta dosis de testosterona y lo vuelve a meter dentro de la jaula. ¿Qué crees que hace? Cuando se lo pregunto a mis estudiantes siempre piensan que el mono pasa a ser el número uno. No es así. Cuando regresa a la jaula, evita a los monos número uno y dos pero golpea sin parar a los monos cuatro y cinco.
Así que cualquier investigador experto en biología llegaría a la conclusión de que la testosterona no provoca la agresión pero la hace posible. El blanco de ataque ya debe ser visto como legítimo. Tienes un factor biológico y otro sociológico. Así que la respuesta a su pregunta es que ambos factores son importantes y nunca es posible el uno sin el otro.
Traducido por Emma Reverter