El hecho de que los hombres no estemos condenando a aquellos que maltratan a las mujeres y a las niñas nos convierte en cómplices de estos actos. La violencia machista es una pandemia. En el Reino Unido, 117.568 hombres se han sentado en el banquillo por delitos cometidos contra mujeres en el periodo 2015-2016; lo que representa un aumento del 10% respecto al año anterior. De por sí, estas cifras son alarmantes y, sin embargo, son solo una muestra de los niveles de violencia, abuso y acoso que las mujeres están soportando. En realidad, la mayoría de las agresiones nunca se denuncian.
Se calcula que en 2014, 1,4 millones de mujeres fueron víctimas de violencia doméstica solo en Inglaterra y Gales. Anualmente, unas 400.000 mujeres sufren algún tipo de agresión sexual y unas 85.000 son violadas. Hablando claro: los agresores creen que van a salirse con la suya y, lamentablemente, están en lo cierto.
Los hombres no suelen condenar esta gigantesca ola de violencia por dos motivos. El primero es que creen que hacerlo no sería más que una muestra de “alarde de virtud”; es decir, hombres que se identifican como de izquierdas y que así se marcan un tanto por sus ideas políticas. Y sí, este tipo de hombres existen, y en su perfil de Twitter se describen como “feministas”, al más puro estilo de los adolescentes que pegan pegatinas de sus grupos de música preferidos en sus carteras escolares.
La otra reserva es mucho más convincente. Señala que vivimos en una sociedad en la que los hombres controlan todos y cada uno de los pilares de poder; desde el parlamento a los negocios o los medios de comunicación. Sistemáticamente, silencian las voces de las mujeres incluso en aquellos temas que les afectan. No es de extrañar que las mujeres suelan ser las principales víctimas de las medidas que se adoptan; por ejemplo los recortes de la seguridad social. Sería perverso que no fueran las mujeres las que lideraran la campaña contra agresiones cometidas, en su inmensa mayoría, por hombres.
¿Qué papel podemos desempeñar los hombres? Jill Robinson trabaja como voluntaria de la campaña White Ribbon (cinta blanca) que insta a los hombres a sumarse a la causa. Creció en el área rural de Devon en los sesenta y solía encerrarse con su madre en la habitación para esconderse de un padre alcohólico y agresivo.
Su padre creía que las mujeres no necesitaban una educación, así que ella solía estudiar a escondidas en el campo. En esa época no existían las líneas telefónicas de ayuda u hogares para mujeres maltratadas.
Cuando terminó el instituto y consiguió plaza en la universidad, su padre se enfureció y fue contando por el pueblo que su hija se iba de casa porque quería abortar. “Yo era una adolescente bastante ingenua”, recuerda con lágrimas en los ojos. “¿Por qué me trataba así? Los padres deberían tener otro tipo de comportamiento”. Cree que los hombres tienen la responsabilidad de condenar estos actos. “Es clave que todo el mundo alce su voz contra este tipo de actos, sin excepción”, explica. “Los hombres también deben liderar esta causa”.
La campaña de la cinta blanca se lanzó hace diez años para mostrar “el problema de la gran prevalencia de agresiones cometidas por hombres contra mujeres, y mostrar que el silencio de los demás hombres resulta chocante”, indica David Bartlett, el director de la campaña. “De algún modo, es como si estos hombres también fueran agresores, ya que miran hacia otro lado como si esto no estuviera pasando y como si no fuera su problema”.
A los hombres se los educa para que se sientan superiores y para que vean a las mujeres como objetos. Maltratar a las mujeres es la manifestación más brutal de la idea, alimentada durante siglos, de que las mujeres están al servicio de los hombres y existen para satisfacerlos. Las violaciones, las agresiones sexuales y los feminicidios son el último eslabón de la suma de bromas y comentarios degradantes. Piropos de mal gusto en las calles, fotografías que presentan a las mujeres como objetos, hacer callar a las mujeres que se atreven a expresar su opinión, a menudo con comentarios insultantes en las redes sociales sobre su apariencia física.
“La sociedad del Reino Unido es profundamente misógina”, indica Sam Smethers, director ejecutivo de Fawcett Society. “Toleramos que se le reste importancia a la violencia machista y también que las mujeres sean tratadas como objetos”. Se ha creado un clima en el que la violencia machista termina por aceptarse. Y los hombres tienen la responsabilidad de revertir esta situación.
Barlett señala que los agresores deben rendir cuentas por sus actos: “A muchos chicos en todo el mundo se les dijo que este tipo de comportamiento es aceptable y creen que, de alguna forma, están mostrando su hombría”.
El hecho de que la sociedad siga promoviendo ciertos estereotipos resulta dañino para la formación de los chicos. “Este tipo de estereotipos hacen que el listón de cómo debe comportarse un hombre con las mujeres sea muy bajo”, indica Rachel Krys, codirectora de la coalición End Violence Against Women (Fin de la violencia de género). Los hombres que son homosexuales, bisexuales o transgénero, o que simplemente no se identifican con ciertas nociones de masculinidad, también pueden ser víctimas de este tipo de violencia.
Los hombres deberían apoyar muchas de las peticiones que están sobre la mesa y que son de orden práctico.
En un país en el que semanalmente una o dos mujeres son asesinadas por su pareja o expareja, lo cierto es que desde que los conservadores se hicieron con el gobierno seis años atrás se han cerrado el 17% de las casas de acogida. Es necesario terminar con los recortes que pongan en peligro la vida de las mujeres. La Fawcett Society quiere que la violencia machista pase a ser considerada un delito de odio; un enfoque que ya ha sido adoptado por la policía de Nottinghamshire. El odio misógino suele venir acompañado de otras actitudes intolerantes. Pensemos por ejemplo en los hombres blancos que han agredido a mujeres musulmanas en la calle.
Los hombres que se unan a esta campaña deben mostrar tacto. Como señala Barlett, no deben obviar el hecho de que las mujeres han librado esta lucha durante décadas y no deben comportarse como si hasta ahora no se hubiera hecho una aportación importante. Smethers afirma que debe ser “una alianza con las mujeres y de acuerdo a sus normas”.
A los hombres les resulta muy fácil esquivar este tema. “Yo no soy un agresor, nunca maltrataría a una mujer. ¿Qué tengo que ver yo con todo esto? ¿Por qué culpabilizar a todos los hombres por los actos cometidos por una minoría?”. Lo cierto es que no es necesario darle muchas vueltas al asunto para entender que hemos crecido en una sociedad que reforzaba nuestro sentimiento de superioridad y la dominación. No la hemos inventado pero la hemos heredado. Y a no ser que consigamos cambiar estas creencias y apostar por un concepto de masculinidad más inclusivo, la violencia machista se seguirá sintiendo legitimada.
Las feministas y los activistas LGBT (lesbianas, gay, bisexuales, transexuales y transgénero) han contribuido a redefinir el concepto de masculinidad para enfocarlo hacia la aceptación y no hacia la dominación. Sin embargo, todavía queda un largo camino por recorrer y si queremos terminar con la violencia machista los hombres tenemos la obligación de escuchar a las mujeres y denunciar estas situaciones.
Traducción de Emma Reverter