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Kim Jong-un está dispuesto a hacer concesiones, no a renunciar a las armas nucleares

Emma Graham-Harrison

Pyongyang —

Cohetes, satélites, misiles y átomos dominan el paisaje en Pyongyang. Protagonizan ferias, figuran en extravagantes homenajes florales a los “queridos” y “supremos” líderes de la dinastía Kim y aparecen en sellos y en las paredes de apartamentos y escuelas.

Estas alabanzas al programa armamentístico del país sirven de recordatorio constante a los residentes y visitantes de lo importante que ha sido el proyecto nuclear de Corea del Norte para la identidad y seguridad nacional.

A un precio político y económico inmenso durante seis décadas, incluso con una hambruna que se cobró cientos de miles de vidas, el proyecto nuclear ha demostrado ser una herramienta útil para sacar ayuda a las potencias mundiales y, cada vez más, una garantía de seguridad vital para un régimen brutal y autocrático.

Por eso, la promesa unilateral del líder Kim Jong-un de detener los ensayos de cabezas nucleares y misiles balísticos intercontinentales, así como el cierre del lugar de pruebas, ha sido un compromiso inesperado que se ha sumado a las esperanzas de las conversaciones con Estados Unidos y Corea del Sur.

Esto ha puesto fin a meses de un ejercicio diplomático en el que Kim y Donald Trump han pasado de intercambiar amenazas de guerra a planear su cumbre y reivindicar el objetivo común de deshacerse de armas nucleares.

Pero expertos en Corea del Norte advierten que la declaración de Kim debería ser percibida más como una maniobra diplomática con unos costes reales relativamente limitados para Pyongyang, que como un preludio a cualquier movimiento verdadero para destripar el preciado programa nuclear.

Kim está bajo una gran presión. Por primera vez en una década Corea del Norte podría temer de verdad un ataque militar estadounidense y su economía frágil corre un gran riesgo a causa de las sanciones más estrictas a las que jamás se ha enfrentado.

Incluso en una visita por la capital cuidadosamente preparada, la escasez y carencia quedan bien claras. Un puñado de coches y autobuses sin rumbo circulan por calles vacías y los paneles solares que cuelgan de las ventanas y balcones dan testimonio de los cortes periódicos de electricidad.

Kim necesita que el comercio vuelva a fluir para que llene las arcas públicas y las carteras de seguidores que han crecido acostumbrados a lujos moderados como bolsos de diseño, whisky extranjero y taxis para llevarles rápidamente por toda la ciudad.

Un arma disuasoria muy útil

Puede que para llegar a esto Kim esté dispuesto a hacer concesiones reales, lo que supone una mejora respecto a conversaciones anteriores en las que Pyongyang se ha mostrado arrogante y finalmente ha ofrecido poco más que un regreso al statu quo. Pero, aun así, entre esas concesiones no estará el objetivo declarado de Estados Unidos, la destrucción total e irreversible del programa nuclear. El destino de otros dictadores que se enfrentaron a EEUU, pero que renunciaron a programas armamentísticos, incluidos Sadam Husein en Irak y Muamar Gadafi en Libia, no ha pasado desapercibido.

“A la gente le gusta decir que Corea del Norte está loca. Pero realmente lo más loco que pueden hacer es renunciar a su herramienta nuclear de disuasión en una situación en la que tienen a un enemigo agresivo con armas nucleares”, señala Alex Wellerstein, historiador de ciencia y armas nucleares y profesor en el Stevens Institute of Technology. “¿Alguien cree que están tan locos? Yo no”, añade.

Los objetivos de Pyongyang siguen sin estar claros, asegura, pero podrían incluir un periodo para apaciguar las tensiones, buscando así el reconocimiento de Estados Unidos que desde hace tiempo cree que se merece, o negociar para reducir las sanciones.

Por ahora, sin embargo, Kim parece concentrado en superar las cumbres. Durante semanas se ha cuestionado a ambos lados del Pacífico si la reunión con Trump seguiría adelante. Aparentemente es un tema tan sensible que ni siquiera ha sido anunciado en los medios públicos norcoreanos. Pero la visita del director de la CIA, Mike Pompeo, a Pyongyang para reunirse personalmente con Kim hace dos semanas parece haber acercado a la realidad una reunión que a menudo parecía improbable.

Parece que los dos hombres han diseñado un acuerdo que puede llevar a ambas partes a reivindicar el éxito del encuentro aunque apenas se progrese en eliminar el arsenal nuclear de Pyongyang, informó el Wall Street Journal. Kim intercambiará a los tres estadounidenses que tiene encarcelados a cambio del prestigio que supone reunirse con el presidente de EEUU, algo que los líderes norcoreanos han anhelado desde hace décadas.

Los estadounidenses son académicos en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Pyongyang, que fue fundada por un cristiano coreano-estadounidense, y un empresario acusado de espiar y robar secretos de Estado en 2016 –el hombre, de 62 años, fue condenado a 10 años de trabajos forzados–.

Ese acuerdo, la aparente muestra de buena voluntad de Pyongyang sobre las pruebas armamentísticas, parecen hacer más probable la cumbre al más alto nivel. Pero todavía hay que trabajar en los detalles. Corea del Norte ya ha accedido antes a limitar su programa nuclear, pero posteriormente ha abandonado sus compromisos.

Un pasado de intentos fracasados

En 2011, el padre de Kim, Kim Jong-il, se pasó sus últimas semanas de vida negociando un acuerdo secreto con Estados Unidos para intercambiar ayuda alimenticia a cambio de una suspensión en las pruebas de misiles y el enriquecimiento de uranio. Se firmó el 29 de febrero, después de su muerte, por su hijo y sucesor, y fue apodado el acuerdo del '29 de Febrero' por la fecha elegida.

Recibido con entusiasmo, en unas pocas semanas se rompió en pedazos. El gobierno de Kim planeó un lanzamiento de un satélite, insistiendo en que tenía fines pacíficos, pero Estados Unidos cuestionó esta afirmación, señaló Van Jackson, un antiguo miembro del Gobierno de EEUU que en aquel momento trabajaba para el secretario de Defensa. “Estados Unidos dejó claro que los medios de lanzamiento espacial y satelital se considerarán pruebas de misiles”, declaró en la National Public Radio (NPR).

Aunque la declaración de Pyongyang fue espectacular, puede contener menos concesiones de lo que sugieren los titulares. Kim ha completado su programa nuclear, por lo que, aunque su arsenal puede ser pequeño y ligeramente poco fiable, ya no necesita más pruebas para utilizarlo como elemento de disuasión.

Abandonar las pruebas nucleares y el lugar de dichas pruebas puede ser simplemente un disfraz estratégico de una inevitabilidad geográfica, dado que el lugar de los ensayos, Pnggye-ri, quedó probablemente dañado por la gran explosión de septiembre. Los túneles se derrumbaron, según informó Reuters, lo que dificulta su uso para cualquier prueba futura sin riesgo de filtración de restos radiactivos.

También contiene omisiones que probablemente preocupen a las potencias regionales que siempre han sido objetivos más fáciles que Estados Unidos. “Corea del Norte no hizo promesas sobre misiles de corto alcance o intermedio”, explica Melissa Hanham, investigadora en el East Asia Nonproliferation Program. Eso deja a Japón y a Corea del Sur al alcance.

“La promesa de Corea del Norte de acabar con los ensayos [de misiles balísticos intercontinentales] es algo muy positivo, pero conlleva aún más advertencias”, señala Hanham. “Corea del Norte también piensa que los 'lanzamientos espaciales' son diferentes a las pruebas de misiles, que en parte es la razón por la cual se rompió el acuerdo del 29 de febrero”, añade.

Incluso si Corea del Norte sugiriese que renuncia a las armas, sería extremadamente difícil de vigilar en un país reacio a aflojar su control sobre la información y el acceso. “Corea del Norte tiene sus propias operaciones de minería de uranio. Tiene grandes puntos secretos de almacenamiento y producción y muchos científicos con experiencia en construir armas nucleares”, asegura Peter Ward, investigador sobre Corea del Norte en la Universidad Nacional de Seúl. “Dime cómo la desnuclearización puede ser completa, verificable e irreversible”.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti