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The Guardian en español

Los hospitales de la Amazonia en Brasil, desbordados y sin oxígeno: “Es una masacre”

Un sepulturero cava una tumba en el área destinada a las víctimas de la pandemia en el cementerio público Nossa Senhora Aparecida, el 8 de enero de 2021, en Manaos, Amazonas (Brasil)

Tom Phillips

Río de Janeiro —
27 de enero de 2021 22:16 h

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En solo 60 minutos en la madrugada siete pacientes murieron asfixiados. El coronavirus arrasa la Amazonia brasileña una vez más con una fuerza de pesadilla.

“Hoy ha sido uno de los días más duros en todos mis años de servicio público, te sientes impotente”, dice entre sollozos la jefa de sanidad de la ciudad de Coari, Francisnalva Mendes, cuando recuerda el momento en que se agotó el suministro de oxígeno de su hospital.

“Tenemos que volver a la lucha, seguir salvando vidas”, insiste Mendes. Aún está procesando haber perdido de golpe a un tercio de los 22 pacientes con COVID-19 de su ciudad. Cuatro de ellos tenían entre 50 y 60 años. “Todos nos sentimos rotos, ha sido un día muy duro”.

La semana pasada, Coari fue el epicentro de la última catástrofe del coronavirus en América Latina, cuando un aumento en los casos relacionado con una variante nueva y aparentemente más contagiosa desbordó los hospitales del estado brasileño de Amazonas, dejando a muchos centros sin los suministros más básicos. La situación fue tan terrible que empezaron a llegar camiones cisterna con oxígeno desde Venezuela, el país vecino y económicamente derrumbado donde el presidente, Nicolás Maduro, denunciaba “el desastre de la salud pública de Jair Bolsonaro”.

“Es una situación muy caótica, sencillamente no podemos seguir el ritmo del número de pacientes que nos llegan”, dice Marcus Lacerda, especialista en enfermedades contagiosas de Manaos, la golpeada capital de Amazonas. “Los hospitales privados no quieren admitir a nadie más porque temen que un nuevo paciente signifique quedarse otra vez sin oxígeno”.

Manaos saltó a los titulares internacionales en abril, cuando una cascada de muertes causada por la COVID-19 obligó a las autoridades a cavar fosas comunes en la tierra rojiza de la ciudad. Nueve meses y más de 210.000 muertes en todo Brasil después, la situación es aún peor.

Algunos días hay entierros de 200 cuerpos en Manaos, frente a los 40 de promedio habitual. La semana pasada, muchos hospitales se quedaron sin el oxígeno que mantiene con vida a los pacientes de COVID-19. Al parecer, se debió a un fallo catastrófico del Gobierno que no supo prever la magnitud del desastre inminente.

“Nunca había ocurrido nada parecido, ni siquiera el año pasado; nunca imaginé que se produciría una ola de nuevos contagios tan grande como la que estamos viendo ahora en Manaos”, dice Lacerda, considerado como uno de los principales expertos en infectología de la región. En su opinión, se debe a la llegada de una variante de coronavirus “que parece ser más contagiosa”.

Lacerda esperaba que la magnitud que tuvo la epidemia en 2020 hubiera proporcionado a la ciudad ribereña algo de protección inmunológica para no sufrir una segunda ola tan devastadora. “Pero la verdad es que no hay manera, la caída en la inmunidad de la gente y los cambios en el virus han hecho que esta segunda ola sea incontrolable”.

Las angustiosas historias de pacientes asfixiados y de bebés prematuros siendo evacuados de los hospitales han generado una revuelta pública contra las autoridades de Amazonas. Sus críticos los acusan de no haber planificado y, mucho menos evitado, su segunda tragedia en tan solo 12 meses.

“Hay un ambiente de indignación, desamparo, impunidad y desesperación”, dice un miembro del personal de la clínica Alvorada de Manaos, donde los médicos fueron grabados en un vídeo pidiendo la intervención divina. “Lo que estamos viendo es una masacre absoluta, una situación desesperada, una película de terror”, dice el trabajador, que prefiere no ser nombrado.

Gran parte de la rabia se dirige contra el gobierno de Jair Bolsonaro, el presidente de ultraderecha de Brasil que ha despreciado la COVID-19 incluso cuando el número de muertos de su país se ha disparado hasta ser el segundo mayor del planeta.

Su obediente ministro de Salud, Eduardo Pazuello, es un general del Ejército sin experiencia médica. En vísperas del derrumbe sanitario de la semana pasada hizo una visita a Manaos pero, en lugar de resolver la inminente crisis de oxígeno, se dedicó a promocionar los falsos “tratamientos precoces” de la COVID-19 que defiende su líder.

“El lameculos del presidente tuvo varios días de alerta para saber que los hospitales de Manaos iban a quedarse sin oxígeno. No hizo más que recetar la inútil cloroquina”, escribió en la revista Época el periodista Luiz Fernando Vianna, responsabilizando a Bolsonaro y a Pazuello de la “masacre”.

Lacerda acusa al Gobierno de tratar de distraer a los ciudadanos con la “falsa esperanza” de remedios ineficaces para que así no se den cuenta de la inacción letal de las autoridades. “Esto no ocurre en ninguna otra parte del planeta”, dice.

En Manaos, una ciudad rodeada por la selva a la que sólo se llega en avión o en barco, la indignación ciudadana ha venido acompañada de acción. Han surgido decenas de grupos de voluntarios, muchos de ellos formados por jóvenes de Manaos, para recaudar fondos con los que dotar de oxígeno, equipamiento y comida al maltrecho sistema sanitario de la ciudad.

“Es una situación dantesca (...) nos sentimos como si viviéramos en un lugar sin Gobierno”, dice el estudiante Vinícius Lima, de 16 años, que usa Instagram y Twitter para recolectar bombonas de oxígeno, pulsioxímetros y EPIs.

“Estoy haciendo lo que creo que es mi deber; no podría dormir por la noche si no estuviera haciendo algo para ayudar a la ciudad a la que amo”, dice Lima. “Estoy muy orgulloso de ser de esta ciudad en el corazón de la Amazonia”.

Otros usan las redes sociales para descargar su pena, inundando Facebook con fotos de los seres queridos que han perdido en esta severa segunda ola. “Es como si la ciudad estuviera en un estado constante de luto”, dice el trabajador de la clínica, que ha perdido a una tía.

Algunos consideran que la última calamidad de Manaos es una aberración provocada por su aislamiento geográfico y su endeble servicio de salud. Lacerda cree que es una ventana para ver cómo será el futuro en otras zonas de Brasil, ya que en el estado de Amazonas la estación de las lluvias hace que la temporada de gripe llegue antes.

8 millones de vacunas para 212 millones de habitantes

“Si no ponemos inmediatamente en marcha un 'bloqueo' más agresivo contra el virus con la vacunación, lo que ocurrió en Manaos ocurrirá en el resto del país”, indica Lima. “Tenemos que vacunar a la gente”.

Tal vez no sea sencillo. La inoculación en Brasil comenzó finalmente el 17 de enero, semanas más tarde que en otros países de América Latina como Chile y México. Pero Brasil, que tiene 212 millones de habitantes, ha conseguido hasta ahora sólo 6 millones de dosis de la vacuna china CoronaVac y 2 millones de la de AstraZeneca/Oxford.

“Es absolutamente insuficiente para detener el avance de esta enfermedad”, dice Lacerda. En su opinión, el “completo aislamiento internacional” de Brasil bajo el mandato de Bolsonaro ayuda a explicar la incapacidad del Gobierno para adquirir un número suficiente de vacunas.

La semana pasada se supo que se habían estancado los intentos de Brasil de importar desde China los ingredientes activos esenciales para producir vacunas. Algunos responsabilizaron del fracaso a la retórica anti-China de Bolsonaro y sus simpatizantes.

La profesora Raissa Floriano, de 27 años, tiene a su padre, de 73, luchando contra la COVID-19 en el hospital. Dice que al menos seis de sus compañeros de sala murieron cuando se les agotó el oxígeno.

“Con mejores decisiones, toda esta tragedia podía haberse evitado; pero todas las decisiones sensatas que se podían haber tomado fueron rechazadas o despreciadas”, dice Floriano. “Siento desaliento, rabia y decepción, sencillamente un desaliento absoluto y miedo por el futuro”.

Traducido por Francisco de Zárate

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