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The Guardian en español

Neveras callejeras en Nueva York para regalar comida a las víctimas de la crisis de la pandemia

Los voluntarios Bryant Rodriguez y su hija Vanessa Rodriguez llenan un refrigerador con comida gratis para la gente necesitada en Los Angeles.

Frida Garza

Nueva York —

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En mayo, dos meses después de que Marianne Pita se recuperara de coronavirus, oyó hablar de una nevera instalada en una esquina cercana a su casa, en el barrio neoyorquino del Bronx. Los vecinos y los comercios locales podían donar comida hecha en casa, comprada en la tienda o sobrante de las ventas de un día, y cualquiera que necesitara comida podía llevársela. La nevera ayuda a alimentar a aquellos que lo necesitan, en un contexto de pandemia y de desempleo masivo, cuando hasta 54 millones de estadounidenses podrían necesitar ayuda alimentaria.

Pita explica que no se pide ningún tipo de explicación y no se hacen preguntas. “Que los ciudadanos se ayuden los unos a los otros es muy diferente a cómo funcionan los servicios sociales, en los que te preguntan [sobre tu necesidad], porque tienes que cumplir ciertos requisitos para que te ayuden. Tienes que responder a un determinado perfil”, explica Pita, que se ofrece como voluntario para entregar comida en estos puestos. “El mensaje que nosotros mandamos es distinto”.

Se han instalado al menos otras 15 neveras comunitarias en los cinco distritos de Nueva York y en Nueva Jersey. Los Ángeles y Oakland también han puesto en marcha redes de neveras comunitarias, y otras ciudades como Houston, Minneapolis, San Francisco y Miami ya se han organizado para impulsar iniciativas parecidas.

Hace décadas que existen iniciativas que gestionan redes de neveras comunitarias o bancos de alimentos para aquellos que más lo necesitan. Hace cincuenta años, los Panteras Negras distribuían desayunos gratuitos a los niños en una iglesia local del Bronx; un programa que en la época era radical y que allanó el camino para que el gobierno de los Estados Unidos siguiera el ejemplo en 1975.

Hoy en día “tenemos tantas personas que colaboran como neveras”, explica Adela Wagner, de 30 años, que colabora en una iniciativa de neveras comunitarias en el barrio de Crown Heights en Brooklyn. Algunos colaboradores, como panaderías, jardines comunitarios, mercados de granjeros y más, donan alimentos. Otros, como los vecinos, vigilan las neveras durante todo el día. “La mayoría de ellos no espera un reconocimiento”, dice Wagner.

Estas son sus historia.

Tatiana Smith, 38 años, Jersey City, Nueva Jersey: “Hay comida más que de sobra”

Cuando Tatiana Smith vio una nevera comunitaria en Brooklyn, seguida de otras en el Bronx y Harlem, decidió que quería impulsar esta iniciativa en Jersey. Smith, que trabaja como doula y como diseñadora de productos de software, comenzó a buscar posibles localizaciones para una nevera, pero las conversaciones iniciales con los restaurantes y negocios locales fueron lentas. Pensó que en el peor de los casos, “la tendría en mi casa”. Y esto es lo que hizo.

Ha instalado frente a la puerta de entrada de su casa una nevera de un color rosa intenso con un brillante borde azul, con las palabras “COMIDA GRATIS”, en inglés y en español, en la parte superior. Los vecinos la ayudan a vigilar la nevera, y la gente viene a buscar comida a todas horas del día. “Si sales del trabajo a las 3 de la madrugada es cuando puedes comer”, dice Smith, señalando que muchas personas de color pueden trabajar en varios empleos y con horarios muy dispares.

Smith explica que no le sorprende que la comida desaparezca a las pocas horas de publicar un mensaje en Instagram. “Los subsidios de desempleo están terminando y hay gente que tiene una hipoteca que pagar”, dice. “Es un efecto de bola de nieve”. Señala que nunca rechaza comida salvo que esté en mal estado, y pide a sus vecinos que vean el frigorífico como si fuera una extensión del suyo: “Si tú nunca comerías ese alimento, ¿qué te hace pensar que otros sí lo harían?”.

Smith está intentando tejer relaciones más estables y a largo plazo con los restaurantes del barrio, que según ella están entusiasmados con la idea de donar las sobras de comida. En su opinión, hay comida en abundancia y estas neveras son una oportunidad para redirigir esos alimentos a las familias que los necesitan. “No hay razón para que nadie pase hambre. Hay comida más que de sobra”.

Mohaommad Alawdi, 57 años, del Bronx, Nueva York: “Me siento mal cuando la gente ve que la nevera está vacía”

Mohaommed Alawdi es una cara conocida en la nevera de la comunidad en la calle 242 del Bronx. “Estoy allí los siete días de la semana”, dice el taxista. Con el tiempo, se ha convertido en uno de los mayores defensores de la nevera; como los barberos que trabajan cerca e intentan conseguir donaciones de comida caliente, Alawdi pone su grano de arena para que esta iniciativa funcione.

“Me siento mal, seré honesto contigo”, reconoce. “Me siento mal si tras haber estado fuera regreso y veo que algunas personas van a la nevera y se la encuentran vacía.” Alawdi explica que en estos casos corre al supermercado cercano y compra frutas y verduras. A lo largo de la semana, la nevera es una muestra de las aportaciones de todas las personas que la mantienen: pollo, cordero, pescado, hamburguesas, sándwiches y comida casera.

A veces, cuando Alawdi ve que alguien empieza a sacar demasiada comida de la nevera, le recuerda que piense en la siguiente persona que vendrá. “No soy un tipo duro”, dice, “pero soy justo”. Alawdi explica que cuando la nevera se vacía a veces da dinero a aquellos que habían ido a buscar comida, y les recuerda que, por la mañana, la nevera se reabastecerá.

Scott Gerke, de 35 años y de Brooklyn, Nueva York: “Me daba miedo abrirla”

Scott Gerke vive en su furgoneta. Se trata de una situación relativamente reciente. Cuando la pandemia golpeó Estados Unidos, este hombre de 35 años, que se ganó la vida durante una década como DJ de bodas, decidió dejar Key West, en el estado de Florida, y viajar por la Costa Este de Estados Unidos. “No iba a esperar de brazos cruzados a que alguien abriera de nuevo el mundo para volver a trabajar”, dice Gerke.

Terminó en el barrio de Greenpoint de Brooklyn, justo enfrente de una nevera comunitaria pintada de verde eléctrico. Durante una semana la miró sin atreverse a cruzar la calle para llevarse un poco de comida. “Tenía miedo de abrirla porque pensé: 'Tal vez todavía no estoy en este punto'. Pero sí que lo estaba”. Esa noche, recuerda, había diferentes tipos de lechuga, col rizada, judías verdes, arroz y salsa de tomate. Durante las tres semanas siguientes, Gerke se alimentó de la nevera, y como había estado compartiendo videos de su “viaje” desde que dejó Key West, documentó su experiencia en Instagram. “Acabo de decirle al mundo, 'Hey, esto es la vida real'”, dice Gerke.

Como muchos estadounidenses, Gerke no sabe cómo conseguirá sobrevivir sin trabajo. “Ahora noto que tengo algo de ansiedad cada vez que voy al supermercado, lo cual es una mierda”, dice. La nevera le dio un respiro, al menos durante un tiempo.

Chéz Jean, 30 años, del Bronx, Nueva York: “Quiero que haya neveras por todas partes”

“No existe la figura del responsable de las neveras”, explica Chéz Jean. “No hay ninguna jerarquía en absoluto”, añade, con una sonrisa.

Jean ha dedicado gran parte de su vida a alimentar a su comunidad. Cuando tenía 14 años, Jean aprendió sobre el freeganismo (un movimiento que promueve la obtención de alimentos gratuitos) y descubrió qué restaurantes y tiendas de comestibles tiraban regularmente alimentos y productos frescos: cadenas de supermercados como Trader Joe's y Whole Foods. Recuerda haber comido rollos de pepino y sushi con nuevos amigos. Y cuando no estaba buceando en los cubos de basura en busca de comida para él, “rescataba” comida para darla a los refugios para indigentes.

Así que para Jean, que ayuda a mantener la nevera de Kingsbridge, en el Bronx, esta iniciativa tiene sus raíces en el mismo esquema de valores que inspira su estilo de vida freegan: luchar contra el desperdicio de alimentos, luchar contra el cambio climático y rechazar el concepto de que los alimentos nutritivos deben costar dinero; sea mucho o poco.

A Jean le encanta llenar la nevera con verduras que sus vecinos pueden no conocer: acelgas, zanahorias moradas. Pero, ellos dicen, “cuando se trata de comida, no puedes tener un no por respuesta”.

Ahora hay al menos tres neveras funcionando en el Bronx, y Jean dice que esto es solo el principio. Han participado en el colectivo anarquista In Our Hearts (En nuestros corazones), que ha estado compartiendo información en la red sobre cómo poner en marcha una nevera comunitaria. Jean calcula que ahora hay más de 17 neveras comunitarias en Nueva York.

“Quiero que haya neveras por todas partes”, afirma Jean.

Traducido por Emma Reverter

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