Ambos tenían el mismo apodo, eran bajitos. Salvatore Riina, jefe de la Cosa Nostra siciliana desde finales de los 70 hasta supuestamente su muerte en la cárcel en 2017 era conocido como Totò'u Curtu, 'El Corto'. Joaquín Guzmán Loera, condenado la semana pasada por ser el mayor señor de la droga del mundo y líder de la organización criminal más poderosa, el Cártel de Sinaloa, se hizo conocido como 'El Chapo'.
Riina también recibió el nombre de La Belva –la bestia– por razones que no hace falta explicar y a Guzmán se le conocía también como 'El Rápido' por la velocidad a la que entregaba la cocaína colombiana a Estados Unidos y Europa a través de México.
Asistí al juicio y a la decadencia de los dos capos con 25 años de diferencia –dos eras, mismo negocio, mismo apodo– y cómo el modelo de negocio pareció cambiar, aunque en los aspectos fundamentales permaneció intacto.
Palermo, octubre de 1993. El hombre que había ordenado el asesinato meses antes de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino y que había sido condenado in absentia a cadena perpetua había sido finalmente detenido e iba a ser juzgado por los atentados contra los jueces. En chaqueta, detrás de las barras rojas y gesticulando como si fuese el dueño del lugar, Totò'u Curtu fue condenado de nuevo a cadena perpetua.
Algo muy diferente a lo vivido en Nueva York este invierno. No había celda para Guzmán, pero ahí estaba. El protagonista de tantos corridos, novelas y episodios de Netflix se sentaba entre sus abogados e intercambiaba gestos dulces y mudos con su esposa Emma Coronel. Generalmente impasible, sí que hubo alguna broma en el banquillo de los acusados. El humor, por el contrario, brilló por su ausencia en los juicios de Sicilia.
El juez estadounidense Brian Cogan se mostró profesional y utilizó un tono burlón. Al contrario que el carismático Falcone, los metódicos fiscales estadounidenses se sabían cada punto y coma de su caso y pusieron en práctica un juego de ajedrez jurídico en lugar de la cruzada moral italiana. Los abogados de Riina tuvieron una actitud pesada y de pocos amigos, los de Guzmán apostaron –sin mucho éxito– por romper la credibilidad de los testigos “soplones” que testificaron para reducir sus condenas. Falcone tenía dos 'pentiti' (arrepentidos) que habían cambiado de bando. La jueza Goldbarg, por su parte, tenía 16. Los mexicanos parece que no se ven obligados por la omertà, el juramento de silencio de la mafia.
Unos inicios forjando alianzas para después romperlas
Ambos capos comerciaban con bienes sin los cuales aparentemente la sociedad europea y estadounidense es incapaz de funcionar: principalmente heroína en el caso de Riina y cocaína y metanfetaminas en el caso de Guzmán. Ambos tenían una gran visión comercial y se aprovechaban de la corrupción sistémica de las sociedades en las que operaban. La diferencia evidente: Riina fue juzgado por sus compatriotas y Guzmán por una potencia extranjera. Italia cuenta con EEUU como aliado en la 'guerra contra las drogas', pero no es su vecino y maestro.
Los inicios de Riina estuvieron marcados por la astucia, forjando alianzas para establecer la primacía de su clan Corleone sobre otras familias de Palermo. Sin embargo, Riina rompió con los perversos códigos de “honor” que la Cosa Nostra se tomaba tan en serio: daño colateral mínimo y nada de mujeres y niños. Además declaró la guerra tanto a rivales mafiosos como al Estado.
Guzmán tuvo un maestro que nunca tuvo Riina: Félix Gallardo, padrino y fundador de la primera narcoempresa, el Cártel de Guadalajara de los 80. Como Riina, Guzmán creó inicialmente su cártel forjando alianzas –incluso se llegó a llamar 'La Federación'–. 'El Chapo' también hizo la guerra, pero nunca contra el Estado per se. No lo necesitaba. Guzmán prefería la cordialidad con el Estado. Su juicio reveló a los mexicanos lo que ya sabían y a los estadounidenses lo que sospechaban: que el aparato estatal estaba comprado de arriba a abajo. “Puede que no sea el presidente de México”, decía Guzmán. “Pero en México soy el jefe”.
Incapaz de aceptar la división de los puntos de tráfico fronterizos designados por Gallardo para los herederos del viejo Cártel de Guadalajara, Guzmán fue haciéndose con ellos uno a uno hasta reclamar como propia toda la frontera. Los Confederados –el Cártel de Arellano Félix en Tijuana, el Cártel de Juárez e incluso el de los hermanos Beltrán Leyva con quienes creció Guzmán– se convirtieron en enemigos, desencadenando una violencia que sobrepasó las peores pesadillas de Sicilia. Mientras Riina hizo desaparecer a un chico en ácido, Santiago Meza López, 'El Pozolero' –en referencia a un guiso de cerdo–, que se pasó del clan de los hermanos Arellano al de Guzmán, disolvió a centenares de personas.
Los dos últimos cárteles piramidales
Tanto la Cosa Nostra como el Cártel de Sinaloa se convirtieron en conglomerados multinacionales a través de alianzas, franquicias y fuerza bruta. Como tales, disfrutaron del ilustre servicio de bancos estadounidenses y británicos que blanquearon inmensas cantidades de dinero con impunidad. Bancos demasiado grandes como para ser juzgados incluso cuando eran cazados. Tanto Riina como Guzmán borraron la línea entre crimen y capitalismo. Conocían su mercado como cualquier alumno de la escuela de negocios de Harvard.
Guzmán calculó que los márgenes de beneficios eran más altos en la venta al por menor y expulsó a las redes de distribución colombianas en Estados Unidos, que irónicamente habían sustituido el control que ejercían los sicilianos tras el juicio a John Gotti en 1992.
Pero la fortaleza de escala se tradujo también en debilidad de control. Los dos “bajitos” pueden afirmar haber operado los dos últimos cárteles realmente piramidales, pero ninguno de los dos controlaba directamente toda su organización, al margen de todo lo que se pudiese decir en sus juicios. Las cúpulas altas de la Cosa Nostra y el Cártel de Sinaloa eran incapaces de cohesión.
Ninguno sabía en quién confiar: Riina fue traicionado probablemente por un don más empresarial y menos beligerante, Bernardo Provenzano. El Cártel de Sinaloa de El Chapo se enfrentó entre facciones rivales y probablemente fue su cofundador, Ismael Zambada García, 'El Mayo', quien vendió a Guzmán. 'El Mayo' no estaba de acuerdo con el capo sobre la sucesión en el cártel y la estrategia a aplicar.
Los nietos rebeldes de los capos
La violencia empeora en el mundo de la mafia cuando las placas se mueven, la plaza no está tranquila y cuando se desafían o interrumpen las cadenas de mando. Cuando se da una patada a la colmena, en definitiva. Esto es lo que pasó cuando Falcone golpeó a la Cosa Nostra y cuando Felipe Calderón lanzó la última guerra contra las drogas en 2006. Y lo que ha estado pasando en México desde la detención de Guzmán.
Entonces la “narco-genealogía” entra en juego. La década del gran juicio a la Cosa Nostra fue también la década del auge de la Camorra napolitana, en parte por su eficacia en aliarse a tiempo con los sindicatos del crimen colombianos durante el boom de la cocaína y en parte porque si la Cosa Nostra era una organización aristócrata, la Camorra era oportunista y comprendió que las nuevas fuerzas del libre mercado eran mejores que el código de “honor”. Era más pequeña y mezquina y tenía una estructura horizontal, no vertical, sin 'cupola' (cúpula) ni mando central.
Del mismo modo, mientras Guzmán y Zambada construían el edificio Sinaloa, los nuevos chavales de barrio no prestaban mucha atención a sus formas con los políticos, jefes de policía y generales. Los Zetas se inspiraron en el oportunismo y la estructura de la Camorra, desarrollaron nueva tecnología como propaganda e impusieron el terror en sus tierras. En Sinaloa la gente alaba a Guzmán; en la Tamaulipas de los Zetas no se menciona el nombre de la banda.
Pero entonces emerge también un tercer modelo de negocio, el de los nietos que se rebelan contra sus capos. En Italia, la 'Ndrangheta de Calabria se asentó definitivamente a finales de los 90 y en México, el feroz Cártel Jalisco Nueva Generación ahora juega un papel fundamental en la escena del crimen internacional. A medida que estos grupos luchan por ampliar su territorio, hay más posibilidades de que la caída de Guzmán aumente la violencia en México, que ya está en su mayor nivel desde la extradición del capo.
El narcotráfico es un sistema, no un sindicato, y por supuesto no un solo capo. Esa es la fantasía de la 'estrategia del bolo central' bajo la cual los dos “cortos” fueron sentenciados: apartas al bolo central y solucionas el problema. Error. Cuanto más cambia el sistema, permanece con más fuerza y se vuelve más violento siempre y cuando la demanda se mantenga estable y el dinero encuentre un lugar seguro. Todas las mutaciones del narco, tanto las viejas como las nuevas, intentan desafiar las reglas del mercado al que son tan adeptos: aumentar la oferta para satisfacer una demanda insaciable sin sufrir una caída en el precio de mercado. Las drogas no saben de recesiones.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti