Cómo captó Steve Bannon el espíritu rebelde de los EEUU
Nuestro presidente multimillonario cuelga un retrato de Andrew Jackson en la pared, se escupe en las palmas de las manos y coge un mazo para golpear la ley Dodd-Frank. El retrato es del mayor enemigo de los bancos en toda la historia de los EEUU; pero, en realidad, se va a desregular otra vez el sistema bancario. Y esa yuxtaposición descabellada simboliza casi todos los aspectos del populismo de derechas: hostilidad verbal contra las élites combinada con generosos favores gubernamentales a esas mismas élites.
Stephen Bannon, consejero de Donald Trump, ofrece una combinación aún más llamativa. Bannon es un antiguo ejecutivo de Goldman Sachs, y también es el producto de lo que el Hollywood Reporter llama “una familia de trabajadores y sindicalistas demócratas” con un “concepto recalcitrante de la clase social o un sentimiento de amargura o traición”. Miembro fundador de la ofensiva y ultraconservadora web Breitbart, estuvo entre los arquitectos de la victoria electoral de Trump y se ha convertido en la mano derecha del poder. Pero no hay prácticamente nadie en Washington que entienda cómo lo ha conseguido.
Permítanme que les sugiera una explicación parcial de su éxito: Bannon logró unir las dos mitades separadas de la indignación populista estadounidense, la cultural y la económica.
Empecemos con la primera. En el año 2014, durante una entrevista sobre la reciente crisis financiera, afirmó: “El hecho de que nunca se haya pedido responsabilidades reales a los directivos de los bancos y los fondos de cobertura ha alimentado gran parte de la furia del movimiento Tea Party”. Y es cierto. A mí también me indigna que no se pidieran explicaciones a los financieros por sus muchos y evidentes errores ni por los posibles fraudes que pudieran cometer. Pero, si nos fijamos en los detalles que subyacen bajo la acusación de Bannon, el asunto se vuelve algo borroso: cuatro años antes, Bannon había escrito, dirigido y producido un documental sobre la crisis financiera del 2008 (Generation Zero) que intentaba exculpar explícitamente al neoliberalismo de aquel desastre colosal. ¿Se acuerdan de la reducción de normas bancarias que se llevó a cabo durante los mandatos de Bill Clinton y George Bush? ¿Se acuerdan de las desventuradas agencias regulatorias que acabaron llenas de antiguos directivos de bancos y ejecutivos de grupos de presión? Evidentemente, eso ya no importaba. Como decía uno de los muchos expertos del documental, “la desregulación no es el problema”. Y la primera frase que aparece en la parte trasera del CD promocional es igualmente tajante: “La crisis económica actual no es un fracaso del capitalismo, sino un fracaso de la cultura”.
¿A qué cultura se refiere Bannon? ¿A la cultura aventurera de los negociantes de Wall Street? ¿A la cultura corrupta de los tasadores inmobiliarios y las agencias de calificación? ¿A la cultura de las hipotecas como medio para hacerse rico tan rápidamente como fuera posible? No, no y no. Se refiere a la contracultura de la década de 1960; a los pantalones de campana, los solos de batería y la marihuana. La desregulación de los derivados no tiene nada que ver con los rescates y la crisis financiera. La culpa de todo la tienen esos chicos que se divertían en Woodstock en 1969.
No es una broma; es el argumento de Bannon, que ilustra una y otra vez en Generation Zero con grabaciones de hace 40 años donde se mezclan hippies que bailan y hacen el tonto, mercados bursátiles donde se cuentan billetes, dibujos animados antiguos, casas desocupadas y tiburones de aspecto verdaderamente terrible para volver otra vez a los hippies felices.
Se podría afirmar que Generation Zero es la transición de las guerras culturales al trumpismo. El documental es un intento de unir las distintas hebras de la indignación. Bannon nos está diciendo que las guerras culturales y la crisis financiera comparten el mismo villano: los malos valores que contaminaron supuestamente nuestra sociedad en la década de 1960. Las mismas fuerzas que convirtieron el cine y la música pop en algo vulgar destrozaron después la economía y nos dejaron sin sustento. Roger Kimball, de The New Criterion, lo expresa así: “Muchas de las cosas que acabamos de ver son una dramatización en el mundo real de ideas que se ensayaron y se volvieron populares en los años sesenta y setenta. Y, en mi opinión, han funcionado como receta para el desastre en varios aspectos de lo más concretos. Piensen en la crisis financiera. Los irresponsables préstamos de los bancos y el irresponsable comportamiento de muchos fondos de alto riesgo no son más que una abdicación de responsabilidad”.
Bannon odia el movimiento surgido en 1960
En la lógica de Bannon, la década de 1960 empujó a los estadounidenses a la irresponsabilidad y la autocomplacencia; y como ahora, cincuenta años después, sufrimos una epidemia de irresponsabilidad y autocomplacencia, no hay duda de la culpa recae en los ciudadanos de aquella década distante. El pecado ya no es de las autoridades financieras del Gobierno de Bush, por ejemplo, sino de unos universitarios fumetas de los tiempos de la guerra de Vietnam.
Desgraciadamente, el hecho de que algo tenga sentido moral no significa que sea cierto. Tomemos el fenómeno de los “ingresos declarados”, también conocidos como “préstamos de mentirosos”, el fraude que simboliza gran parte de lo que ha ido mal durante la última década. Peter Schweizer, autor de Clinton Cash y uno de los expertos que aparece en el documental, echa la culpa de todo el asunto a… Saul Alinsky, un escritor y agitador comunitario que falleció en 1972. Desde su punto de vista, Alinsky “aplaudía a los activistas que mentían a sabiendas, y de ahí se pasa a que los solicitantes de préstamos mintieran en sus solicitudes, las inmobiliarias mintieran a las aseguradoras con las hipotecas y las hipotecas se vendieran en Wall Street como si estuvieran completamente respaldadas. Una cadena de mentiras termina por socavar hasta el más eficaz de los sistemas”.
Schweizer tiene razón al decir que los créditos basados en mentiras socavan el sistema. En el año 2005, ya eran una parte gigantesca del mercado hipotecario. La historia de lo que pasó es verdaderamente fascinante, y se han escrito muchos libros al respecto, pero el cineasta Bannon no se interesó por ninguno; no se esforzó por saber quién concedía esos créditos, qué tipo de casas querían comprar con ellos (¿mansiones de nuevos ricos?), quién los convertía en valores bursátiles y cómo es posible que las autoridades no hicieran nada por detener el proceso. Su documental lo pasa por alto y se limita a insinuar que el diabólico Alinksy tuvo algo que ver. Pero eso no es historia: es una forma descarada de desplazar las responsabilidades.
No obstante, Generation Zero tiene bastantes argumentos válidos y algunos momentos buena. Es obvio que a su director le preocupan los trabajadores que se arruinaron por culpa de la recesión. Acusa correctamente al Partido Demócrata de haberse acostado con Wall Street en los noventa (aunque resta importancia a las hazañas amorosas de los republicanos) y comprende la connivencia del Gobierno con las altas finanzas; de hecho, una de sus fuentes describe acertadamente el sistema reflotado como “socialismo para los ricos y capitalismo para todos los demás”, en una frase digna de un viejo radical de los sesenta, Bernie Sanders.
Generation Zero tiene una supuesta enseñanza moral: que tenemos que madurar y ser responsables de nuestros actos; pero, cuando lo vi, me quedé sorprendido con lo profundamente irresponsable que es. Al margen de las viejas grabaciones de hippies y de una cita de la revista Time de 1969, Bannon ni siquiera intentó precisar qué significaron o representaron “los sesenta”. No entrevistó a ninguno de los participantes más destacados de aquellas juergas. Saltó directamente a la crisis financiera, y el espectador se quedó sin saber quiénes eran los hippies, si los deshonestos compradores de casas, los prestamistas chanchulleros o los inversores de Wall Street. ¿Con qué tipo de hippies debíamos acabar? No lo dijo.
La historia desde el punto de vista de Bannon
Bannon sólo dijo que hubo algo horrible llamado “los sesenta”, que cuatro décadas más tarde se produjo una terrible crisis financiera y que, como la primera es anterior a la segunda, fue causa de esta. Sin embargo, el documental no incluye prácticamente nada que explique esa afirmación. En uno de sus momentos más típicos, Bannon nos muestra al republicano Hank Paulson (entonces secretario del Tesoro) mientras intenta detener desesperadamente la hemorragia monetaria de septiembre del año 2008; y, justo después, mete una grabación de los Black Panthers durante una manifestación de hace décadas. ¿Por qué? ¿Dónde está la conexión? ¿Insinúa que Paulson, un devoto de la iglesia de la Ciencia Cristiana, un abstemio que fue estrella del fútbol universitario, está secretamente relacionado con el radicalismo de los sesenta?
Para empeorar las cosas, Generation Zero también tiene declaraciones de Dick Morris, un antiguo consejero presidencial que fue algo así como el Steve Bannon de Bill Clinton. Y esto es lo que dice el indignado Morris sobra la amenaza de una hiperinflación, que los derechistas del 2010 daban por prácticamente segura: “La verdadera catástrofe llegará dentro de un año, de año y medio o de dos, cuando todo el dinero que la Reserva Federal está imprimiendo salga de su escondite y provoque una inflación explosiva”.
La afirmación más disparatada del documental es, al mismo tiempo, la más reveladora. Tras afirmar que la Historia tiene un patrón cíclico que se repite constantemente, Generation Zero dice que crisis como la gran depresión y la II Guerra Mundial dieron paso a generaciones triunfantes y ambiciosas (piensen en el Levittown de alrededor de 1952) que cometieron el error de malcriar a sus hijos, quienes destrozaron la sociedad con su decadencia y narcisismo y provocaron que el ciclo se volviera a repetir. El vídeo promocional lo expresa así: “La Historia tiene cuatro fases. La crisis, la expansión, el despertar, el desenlace. La Historia se repite. Esta es la historia no contada del hundimiento financiero”.
La teoría de Bannon es, en una palabra, ridícula; tan vaga, sentimental y fácil de desmentir que el espectador se pregunta por qué la incluiría en el documental. Y entonces, lo comprendes. Incluyó esa imitación de marxismo porque casi es la única forma de conseguir su objetivo: exculpar al capitalismo desregulado y culpar de la crisis financiera a las mismas fuerzas de las que se quejan desde hace años los defensores de los valores familiares. Responsabilizar a los hippies de lo que hizo el archidesregulador Phil Gramm cuarenta años después y darle categoría de teoría histórica: la “cuarta fase”, o cualquier tontería por el estilo. Y huelga decir que los seguidores de Bannon se lo creen. Para ellos, tiene todo el sentido del mundo.
Hay algo gracioso en esa apestosa mezcolanza de exageraciones y alucinaciones: que, en términos más amplios, es cierta. Efectivamente, la contracultura tuvo algo que ver con el acelerado capitalismo moderno y con el giro a la derecha del Partido Demócrata. Es un asunto sobre el que he escrito bastante, desde The Conquest of Cool hasta Listen, Liberal.
Es verdad que el Gobierno de Clinton se alió con Wall Street, y que dicha alianza puso al Partido Demócrata en una nueva y catastrófica dirección. Es verdad que la Bolsa ayudó mucho a desindustrializar el país, y que la desindustrialización es sin duda terrible. Es verdad que los banqueros se salvaron en los años 2008 y 2009 gracias a sus amigos del mundo de la política, en el acto más indignante de este estúpido siglo. Y también es verdad que el capitalismo moderno tiene una fuerte dosis de narcisismo, como demuestra el hombre para el que Bannon trabaja en la actualidad.
Generation Zero reconoce la existencia de esos hechos indiscutibles, pero une los puntos con una enorme y serpenteante línea de confusión y evasión de responsabilidades. Es una fantasía que sólo busca exculpar a los culpables. Pero hay otra forma de juzgar la teoría alternativa de Bannon y todos sus factores alternativos: usarla contra lo que dijo la élite demócrata por aquel entonces, es decir, casi nada.
Los centristas del Partido Demócrata no quieren hablar de su alianza con Wall Street. Es algo así como un secreto vergonzante del que no se puede debatir con franqueza. Intenten preguntar a Obama, Geithner (ex secretario del Tesoro) o Holder (ex fiscal general) por qué fueron tan generosos con los banqueros y por qué se negaron a pedirles responsabilidades, y ya verán lo que dicen.
Este es, en resumidas cuentas, el método que utilizó la derecha para captar el espíritu de rebeldía en el periodo más flagrantemente populista de nuestra época. ¿Quieren recuperarlo, progresistas? Pues empiecen por comprender su propia Historia.
Traducido por Jesús Gómez