¿Están listos los demócratas para terminar su amistad con Facebook y Silicon Valley?
Hace unas semanas, el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, vino a Washington para absorber la ira del Congreso de EEUU, enfadado por la manera en que su empresa permitió a la consultora política Cambridge Analytica recoger los datos personales de millones de confiados usuarios de Facebook.
Algunos congresistas entendieron que la indignación debe ser aún mayor porque el principal objetivo de la compañía de Zuckerberg es espiarnos. Entendieron que nos rastrea mientras navegamos por Internet. Que controla las noticias que ven los usuarios. Que a fuerza de adquisiciones se queda con sus competidores y opera prácticamente como un monopolio. Que esta corporación panóptica (yo mismo uso sus servicios a diario) tiene más poder, político y cultural del que ninguna empresa privada debería tener. Como dijo Zephyr Teachout, Facebook es “un peligro para la democracia”.
Una vez comprendido esto, algunos miembros del Congreso fueron bastante duros con Zuckerberg. Verlo retorcerse bajo el escrutinio de Washington me recordó otra conversación muy diferente en el verano de 2016 entre el joven multimillonario y un cargo electo, cuando imperaba una idea más luminosa de Facebook entre la clase ilustrada estadounidense.
El escenario era la Cumbre Empresarial Global que todos los años celebra el Departamento de Estado de EEUU. El cargo electo era el presidente Barack Obama y el objetivo del encuentro, al parecer, hacer publicidad a Facebook como un maravilloso facilitador de relaciones humanas básicas.
Sentado en un panel junto a empresarios de todo el mundo, el presidente de Estados Unidos regaló a su amigo Zuckerberg una fácil pregunta sobre cómo Facebook había “creado esta plataforma para el emprendimiento en todo el mundo”. El consejero delegado de Facebook, vestido con su humilde disfraz de vaqueros, camiseta y zapatillas, se esforzó por informar a todo el mundo de que lo animaban ideales de alto nivel. “Cuando estaba comenzando”, murmuró, “me preocupaba profundamente poder dar una voz a todos, y dar a la gente las herramientas necesarias para compartir todo lo que les importaba, y unir a la comunidad...”.
Ningún maleducado senador intervino para interrumpir el mensaje de propaganda. Como si lo hubiera hecho por su fe en la bondad humana, Zuckerberg siguió describiendo sus esfuerzos para conectar a todo el mundo a través de Internet. “Es esta profunda creencia de que estás tratando de hacer un cambio, que estás tratando de conectar a la gente en el mundo, y realmente creo que si haces algo bueno y ayudas a la gente, entonces en algún momento alguna parte de ese bien regresa a ti. Puede que no sepas de antemano lo que va a ser, pero en el trabajo que hemos desarrollado ese ha sido mi principio rector”.
De acuerdo, así es como funciona. Las gigantescas inversiones corporativas en verdad son actos de generosidad. Los líderes empresariales de buen corazón, cuando las hacen, están pensando que serán recompensados con el karma. Ese es el “principio rector”.
Lectores, esto lo que se escuchó decir al presidente cuando Zuckerberg terminó esa egoísta homilía: “Estupendo”.
No menciono todo esto para sugerir que Obama participase en una maniobra de lavado de cara de las grandes corporaciones, sino para recordar a los progresistas y demócratas que, hasta hace muy poco, así éramos los progresistas. Nos tragamos el cuento. Nos creímos el bombo publicitario. Pensamos que Facebook no era un “peligro para la democracia”. Facebook era la democracia.
¿Se acuerdan? La campaña de 2008 que llevó a Obama a la Casa Blanca fue descrita por los iluminados como “las elecciones de Facebook”. Vimos a un gestor de redes sociales, hábilmente ayudado por un cofundador de Facebook, llevar a Obama a ganar la presidencia organizando comunidades, ¡organizándolas en Internet! Combinar el idealismo de la unión y la impresionante visión de futuro fue demasiado para los tozudos y egoístas republicanos.
Allá donde iba Internet, también iban los mercados, el espíritu empresarial y la liberación. Esa era la tesis del Departamento de Estado de Obama, dirigido por Hillary Clinton. Ella fue la que dijo que la nueva misión del Departamento de Estado era llevar la “libertad a Internet” (introdujo el concepto en un discurso pronunciado, irónicamente, en un museo de periodismo). Tenía la intención de superar la censura estatal y luchar contra los tiranos del mundo usando el “enfoque del capital riesgo”.
Fui bombardeado de manera inolvidable con el tecno-optimismo progresista durante un acto de la Fundación Clinton en marzo de 2015 en el que una oradora aclamaba a las redes sociales como aliadas y liberadoras de la población femenina del planeta. Piensen en la forma en que Obama se rodeó de gente trasplantada de Silicon Valley en los últimos años de su Administración; o en la campaña de Clinton de 2016, dirigida por un algoritmo, o en la rumoreada intención de Clinton de convertir a la número dos de Facebook, Sheryl Sandberg, en su secretaria del Tesoro.
Pero entonces todo se dio la vuelta. En lugar de derrocar regímenes desagradables de Oriente Medio, Internet sirvió para tumbar a los camaradas del Partido Demócrata. Resultó que hasta un canalla obtuso como Donald Trump era capaz de tuitear. Unos correos electrónicos equivocados causaron innumerables dolores de cabeza. Los malvados trolls rusos publicaron artículos delirantes en Facebook. Y para terminar, Cambridge Analytica, recogiendo los datos personales de las personas... Qué ingrato resultó ser Internet.
El Partido Demócrata está hoy en una encrucijada. Espero que la terrible experiencia de 2016 les haga pensar dos veces antes de renovar su fe en la Primera Iglesia de Silicon Valley. Tal vez, al fin, ya estén listos para pensar un poco más qué significa la palabra democracia. Para defendernos, por fin, a nosotros, los vigilados.
Traducido por Francisco de Zárate